En la alta cordillera, además de los horribles pero
majestuosos cóndores, existe una especie de ave hoy ignorada. Charles Darwin
testimonia su existencia en el libro Aves. Le dedica todo un capitulo (del que
aquí solo traigo un comentario). El capítulo en cuestión se titula Pájaros
azules y solo aparece en el manuscrito original de Aves (en rigor nunca estuvo
en el libro impreso. El manuscrito puede solicitarse al Museo Británico de
Ciencias Naturales).
La razón por la cual Charles decidió no incluir ese capitulo
es misteriosa pero puede, y aquí la hago, hacerse una conjetura recurriendo a
su Diario de un Naturalista. En ese diario podemos buscar las anotaciones que
fueron hechas en fechas durante las cuales el texto, Pájaros azules, fue
escrito. Esas anotaciones son reveladoras. Por esa época el joven Charles
estaba fascinado con unas plantas que había adquirido de un indio Yaqui, en la
zona de Sonora, México.
La planta, procesada ritualmente, se transformaba en
“Humito”, una entidad que bien manejada le permitía a uno “observar y ver”.
Charles, según sus anotaciones, gustaba de experimentar con esa hierba para
lograr estados de conciencia alterados y ampliar su campo perceptivo. Quería,
según sus palabras, “salir de la visión antropomórfica del universo”. En algo
similar estaba el biólogo y pionero de la Etología, Jakob Johann von Uexküll,
quién introdujo la noción de Umwelt, un concepto traducible en algo así como:
el mundo del la percepción de los animales en relación con su medio ambiente.
Al grano: Charles, que por aquel entonces observaba los
cielos de nuestra cordillera, lo estaría haciendo con un campo visión ampliado,
es decir, drogado, lo que a mi criterio no le quita mérito ni verdad a sus
observaciones. Recordemos al célebre biólogo Francis Crick, descubridor del
ADN. Él mismo declaró “ver” bajo los efectos del LSD lo que hoy conocemos como
la molécula de doble hélice del ADN. Y esa visión la tuvo antes de poder
comprobarla con los rigores de la ciencia. Charles, creo yo, terminó excluyendo
a los pájaros azules del libro por no poder alinear su observación con los
criterios científicos a los que todo hombre de ciencia debe apegarse religiosamente.
Y no tuvo, a diferencia del señor Crick, los medios tecnológicos para constatar
la existencia de estas extrañas y preciosas aves.
En el manuscrito de aves, dice:
“Los pájaros azules no suelen verse porque vuelan alto y
porque tienen el mismo color del cielo.”
“Si uno logra verlos se le ponen los ojos igual de azules
que el cielo y que los pájaros. En ese momento uno y los pájaros se vuelven lo
mismo. En ese momento uno puede ver desde el punto de vista de los pájaros. Las
consecuencias de esto son hermosas y reveladoras. Esto se lo deseo a toda la
humanidad.”
“Los pájaros azules nunca se posan en ningún lugar. Nacen
mientras sus madres vuelan. Los pichones deben romper su huevo en caída libre y
salir del cascaron antes de que este se estrelle contra las rocas de alguna
montaña. Y desde ese momento, no dejan jamás de volar. Siempre se están
moviendo, evitando nubes y tormentas. Y si en algún momento contrastan contra
ellas, mueren. También mueren desde el atardecer y hasta el amanecer. Por la
noche, los pájaros azules sobreviven gracias a un sacrificado instinto que los
agrupa en una masa oscura y densa. Vuelan todos juntos, apretados. Los más
jóvenes se colocan en el centro y los más viejos en la periferia. A medida que
pasan las horas, los que se encuentran sobre el borde de la noche, van cayendo
muertos, como pequeñas estrellas fugaces. Aletean hasta último momento y,
cuando no pueden soportar más la oscuridad, la chispa de vida que llevan dentro
los enciende y los fulmina rápidamente, como fósforos. Si la noche está
despejada y uno tiene la triste suerte, puede verlos fulgurar y apagarse en la
inmensidad del cielo negro.”