31 de octubre de 2006

De qué estamos hablando.

Conversar, costumbre humana si las hay. En las aulas, en los cafés, en los velatorios, en los cines, en pareja, con uno mismo, a los gritos, cuchicheando, en fin, usted entiende de lo que estoy hablando. Bueno, en realidad no, no entiende. Y lamento informarle que nunca entenderá. No quiero con esto poner en tela de juicio su entendimiento, que sospecho, más por complaciente que por enterado, es bastante agudo; si termina sin saber de lo que hablo será por otra cosa. Es que lo quiera o no, nunca podremos hablar de nada. Y este es el tema de conversación que le propongo. Tema que, si soy coherente con mi propuesta, jamás podré desarrollar.

Vayamos por partes. Cuando digo que no se puede hablar de nada me refiero a la falta de independencia de las cosas, a su carencia de especificidad. Por ejemplo, es imposible que usted me hable de las medias que tiene puestas. Intente hacerlo y verá que sus palabras harán referencia a colores, texturas, tamaños, moda, etc, en definitiva, me estará hablando de todo menos de sus medias. Puede usted decirme que hablar de todo eso es, de alguna manera, hablar de las medias. Está bien, se lo tomo, pero de todas formas no me estará hablando de una sola cosa, de la cosa media en este caso, sino de las relaciones que de ella se desprenden. Relaciones subjetivas, por cierto; perspectivas únicas e inapelables que harán que su hablar de medias jamás sea el mío. Así que no se gaste, nunca sabré de lo que me está hablando. Si me permite puedo recomendarle una manera para canalizar la amargura de su inconducente conversación: écheme la culpa. Hay una batería de imposturas que están ahí, esperando ser su escudo. Recuerdo con ánimo vengativo cuando las maestras sacudían ante mi consternado rostro exámenes garabateados de rojo, “Martínez, lo suyo es un desastre. ¿No entendió nada de lo que expliqué? Siempre papando moscas”. Por un tiempo traté de entenderlas, admito que no fue mucho, intuí que el esfuerzo sería vano, así que puse mi energía en otro procedimiento: estudiar de memoria y sonreír simpáticamente a cuanta turra pudiese. Pero que quede claro, jamás les entendí una palabra. Otro caso son mis novias, o potenciales novias, que lanzan como si nada expresiones ininteligibles: “te quiero como amigo”, “no sos vos, soy yo”, “entendeme, estoy confundida”. Palabras, simples palabras, que se encadenan con un sentido inextricable. También en estos casos abandoné toda interpelación. Simplemente les pido que hagan lo que tengan que hacer, y que lo hagan rapidito y sin vueltas, que el último colectivo a casa me pasa en diez minutos.

Volviendo a lo que no estábamos hablando, las conversaciones, hago notar una característica importante: no tienen punto de partida ni punto final. Lo que deviene en una cantidad infinita de posibles abordajes como así también de duraciones. Usted Podrá hablarme de sus medias desde la relación que le plazca: como un producto de la alta moda o una productora de hongos en las patas. Sus medias podrán ser todo y nada. De hecho ya no serán nada, no quiero crea que esta conversación es sobre sus medias. Así que ya mismo dejará de ser sobre sus medias.

Nuestros temas de conversación se desprenden de la realidad, sea esta imaginaria o concreta, si es que hay alguna diferencia. El motivo tal vez sea el severo mutismo del universo, la indiferencia de las cosas para con nosotros. A raíz de poner la oreja y nada escuchar, no nos queda otra que empezar a determinar. Sí, somos una abstracción del silencio. Y la abstracción comienza con la simpleza y arbitrariedad de la nominación. Vemos una cosa y la nombramos, por ejemplo, árbol (note que no dije media, aunque estuve tentado). Al llamarlo hicimos algo fundamental, lo incorporamos a nuestra conciencia; paso inicial de una travesía sin fin, la del pensamiento, la de la construcción de nuestra realidad y la edificación de nuestro ser. Pero momento, para que la incorporación del árbol adquiera una significación debemos relacionarlo, ya que por sí solo, como signo, no aporta nada. Acá entra en juego la interpretación particular y única de cada quien, y será este el momento donde usted y yo nos separemos definitivamente. A partir de ahora la subjetividad hará imposible que hagamos las mismas relaciones, en definitiva, que hablemos de lo mismo. Peor aún, porque si a esto le sumamos la posibilidad de que nuestra conversación sufra un cambio de tema, es decir, que nos salgamos del mundo de las relaciones de la cosa que se pretendía conversar, entonces sí, nuestra conversación adquirirá un nivel de inespecificidad mayúsculo y será el génesis mismo del caos.

- Lindas las medias, ¿eh?
- Pero dijo que no iba a hablar más de las medias.
- Puede ser, pero ahora que las veo bien me doy cuenta del bordecito ese rojo, muy lindo.
- No es rojo, es carmesí, y además no son medias, son soquetes.
- Es lo mismo.
- No, los soquetes son más cortos.
- Y bueno, al final me da la razón. ¿Se da cuenta? acaba de decirme que los soquetes son más cortos, o sea, medias más cortas, es decir ¡medias!
- No, no, no. Yo solo marqué una diferencia. Diferencia sustancial que me parece le concede al soquete una independencia constitucional.
- ¿“Independencia constitucional”? ¿pero usted me está hablando de un soquete o de una nación?
- Ya no importa. Veo que se levantó con ganas de pelear y que me va a discutir todo. Así que le pido termine de hablar de mis soquetes.
- ¡Medias, medias!, yo nunca hablé de soquetes.
- ¡Es lo mismo!
- Pero en que quedamos, ¿son lo mismo o no son lo mismo?
- Mire hombre, por qué no vuelve a lo que me estaba contando y se olvida de todo esto.
- ¿Y de qué estábamos hablando?
- De lo que hablamos, de la conversación… ya sabe, de nuestras charlas…
- Mmm… no, no sé… me parece que no. Usted me mareó, qué quiere que le diga. Me habló de mi carácter, de que lo quiero pelear… a ver, discúlpeme un momento, voy a leer los párrafos precedentes a ver si puedo reencausar el tema. Creo que es lo mejor.

Listo. La cosa marcha más que bien, hasta ahora vengo logrando toda la confusión y dispersión que le propuse al comienzo. Continúo entonces.
Decía más o menos que nombrar es fundamental para la formación de la conciencia de sí, y que, para el desarrollo de la misma el pensamiento es el procedimiento natural. Ahora, si pensamos relacionando, y relacionamos conversando, entonces la conversación resulta un habito constitutivo del ser humano. La conversación es una herramienta de altísimo valor para el pensamiento.
No entender nos hace pensar, y pensar, sacar una conclusión, que si es buena, será provisoria. Pero tranquilos queridos charlatanes, lejos está la conversación de ser una varita mágica que transforma idiotas en sabios. Es cierto que conversar brinda la oportunidad de conocer, de sumar otras perspectivas, de enriquecer el pensamiento. Pero la dimensión de posibles adquisiciones no es innata, usted deberá esforzarse.
Ya sé, “¿En qué quedamos –me interpelará usted-, se puede o no se puede entender una conversación, ¿se puede o no, saber de qué estamos hablando?” Bien, no se ponga nervioso y téngame paciencia, es difícil hablarle de algo que no se puede. Lo que yo digo es que no podrá saber lo que el otro le dice , pero que de todas maneras deberá entenderle, lo que quiera, pero algo. Verá, los signos de interrogación son impacientes, en cuanto se abren se quieren cerrar, y por más fuerza que haga, usted no será la excepción que los evada. Es así, ni las preguntas ni las respuestas se pueden evadir. Conversar-pensar, sin principio ni final, posibilidad cotidiana de crear una nueva realidad, de ejercitarse con nuevas relaciones, de re-crearse y vivir con más amplitud.

Ya vimos que esto puede ser muy confuso, que resulta imposible que hablemos de lo mismo y muy difícil que mantengamos el hilo de una conversación. Esto sucede porque no pensamos lo que decimos sino hasta decirlo, o más bien, recién comprobamos lo pensado cuando lo contrastamos y lo exponemos a otras realidades. Realidades que no serán las nuestras y que nos llevarán a un repensar. Luego de ese momento de reelaboración sí podremos decir lo que pensamos, pero sucederá nuevamente lo mismo, habrá que repensar, ya que la situación habrá cambiado, dado que nosotros ya no seremos los mismos de antes, ahora tenemos otro concepto y por ende, se sucederá otro contraste, otra devolución. Nuevamente el esfuerzo será vano. Repensaremos lo dicho y diremos lo repensado infinitamente. En definitiva, y a nuestro pesar, el pensamiento es una construcción a perpetuidad, que se desarrolla por la conversación y que a su vez va cambiando el rumbo y sentido de la misma. Pensar lo que se dice y decir lo que se piensa, flujo y reflujo constante que nos promete un progreso y que al mismo tiempo lo impide.

A consecuencia de la maleabilidad de la realidad y de su constitución egocéntrica, toda exigencia de entendimiento puede traernos serios inconvenientes. Esto es porque las conversaciones son, en mayor o menor medida, confrontaciones. Hay tensiones producto de una intención de persuasión implícita. Y creo que sucede porque está en juego algo fundamental, nuestra existencia. Sino no podría entenderse.
Vimos que hablar es ponerle voz a las cosas, nuestra voz. Por lo tanto la realidad es una construcción de nuestra voluntad. Hablar es existir. Es el medio para crearse una realidad y vincularse con ella. Conversar las cosas es existirse. Para respaldar esto me viene bárbaro algo que dijo Oscar Wilde “Hay solamente una cosa en el mundo peor que hablen mal de ti, y es que no hablen de ti”. O sea, hay algo peor que existir mal: no existir. Pero esto que parece un aliciente para el ego, tiene en verdad un doble filo. Porque si existo es porque hablo, relaciono y pienso bien; estar adaptado a la realidad, a mi realidad, es una prueba de mi eficacia intelectual. Con lo cual, que se me acuse de equivocado resulta muy enojoso. Es interesante recordar aquí la etimología de la palabra “hablar”. La misma nos dice que su origen está en el latín y que se desprende de “fabulari”, que viene a ser, si el poder deductivo no me falla, “fábula” es decir, el relato de una historia que transmite una enseñanza, algo que al ego le fascina transmitir. En definitiva, yo veo, yo nombro, yo relaciono / converso / pienso: yo existo (aprovecho la ocasión para saludar a Descartes y a Sartre quienes dijeron respectivamente “Pienso, luego existo”, y “Existo, luego pienso”. Conceptos posiblemente contradictorios, aunque sospecho que hablan de cosas distintas, por dos razones: una porque de lo mismo no se puede hablar y otra porque siendo filósofos no deben hablar de lo mismo, pues si algo caracteriza al pensamiento filosófico es su inventiva). Sigo y repito: yo veo, yo nombro, yo relaciono / converso / pienso: yo existo. Por consiguiente el mundo que comprendo es el único que existe. No hay nada más allá de mi entendimiento. Ahora bien, siendo vital este vínculo con la realidad, dependiendo mi ser de todo esto, comprenderemos que podrá la conversación ser una herramienta peligrosa.

En la manifestación de nuestro ser buscamos permanentemente sentirnos uno con las cosas, e intentamos, como vimos, absorberlas mediante la nominación y relación-conversación. Esto no suele traer mayores inconvenientes siempre y cuando dejemos fuera a los humanos. Solo resulta fácil y placentera la poca resistencia que presentan los objetos inanimados y los vegetales. Yo he tratado a un fresno como a un álamo y he dicho barbaridades de él, y les juró, ni se inmutó. Pero, cuando de pares se trata, nuestro hablar deberá servirse de la retórica a fin de que la persuasión-absorción sea más probable. Y acá hay que tener cuidado, pretender tal objetivo teniendo en cuenta que de nada se puede hablar nos deja al borde de un abismo. Querer convencer a otro de algo que de todas maneras no va entender puede ser una tarea riesgosa. Sobre todo si de ello depende un cambio importante de la realidad creada, como podría ser el gobierno de un país. La forma de concluir la conversación y de cambiar la realidad del otro, dependerá, en parte, de que nuestra cadena de relaciones y la de nuestro interlocutor posean cierta equidad. En ese caso cierto entendimiento será posible. En cambio, si las relaciones son muy disímiles, no habrá ninguno. Así pues, la conversación puede acabar por poner y/o evidenciar enormes distancias entre las personas. Me sonrío al recordar la conocida expresión “hablando se solucionan las cosas”; sentencia tuerta, hija de una voluntad conciliadora que paradójicamente es inflexible en su postura.

Sabiendo que la conversación no es por antonomasia entendimiento, y que además la necesidad de tal es imperante, no resulta para nada extraña la resolución mediante la violencia física. Cito ahora a Clausewitz, militar alemán del siglo XIX, quien como Wilde también dijo algo que me conviene: “La guerra es la continuación de la política por otros medios”. Lo que interpreto como: echo mano a la retórica hasta donde puedo, y después te reviento a tiros. Y esto también me hizo recordar un cuento llamado Atlas del Infierno, del genial Alejandro Dolina, cito: “Enzo Lucione, el predicador, creía que la intimidación era el mejor recurso para que los pecadores se arrepintieran. Durante toda su vida había recorrido el barrio de Flores, casa por casa, anunciando que se venía el fin del mundo, que el Juicio Final nos iba a agarrar a todos inconfesos y que el Diablo se estaba frotando las manos. Era un hombre brutal. Resuelto a defender la causa del bien, lo hacía sin misericordia. Muchas veces, agotados sus escasos argumentos, procedía a la conversión de impíos con una pistola Ballester Molina que -según Lucione- era más eficaz que la Biblia”.

Finalizo este ensayo con la esperanza de que usted no me haya entendido una sola palabra. De que frunza el entrecejo y me discuta cada coma y cada concepto. De que nos sentemos en un bar a conversar del todo y la nada, de que yo termine por caerle bien, y que entienda de una puta vez que quiero me presente a su hermana.

3 comentarios:

Alex dijo...

Para discutir cada coma, es como largo el ensayo, pero ya que nos pusimos de acuerdo en la futilidad y aún la inexistencia del acto comunicativo, cuando no de la comunicación en sí, paso a hablarte de mis medias. No todas, sólo un par, lo compré (al par) en Jumbo hace miles de años, es un bonito par de mi número y que cumplió, desde el vamos, con el objetivo que deben cumplir un par de medias que se precie de tal(por supuesto desde el punto de vista de quien definió la función de las medias y quien le atribuyó significante al significado), a saber, envolver mi pie y protegerlo, en este caso del frío, porque son unas bonitas medias de lana jaspeaditas, suaves y calentitas. Nunca supe el nombre de mis medias porque han tenido a bien no decirme nada de ellas, será por exceso de timidez. Finalmente, logre, mediante el uso continuado y las sucesivas visitas al lavarropas, hacerles un bonito agujero en la punta del dedo gordo. A partir de ese momento alimenté la ilusión de que con semejante boca, ellas finalmente tendrían que decirme algo de sí mismas. Pero insisten tanto en su silencio que por una cuestión de respeto, las zurcí.
Ahora, parecen más contentas, pero tal vez sea una alucinación. Vos qué pensás?

Alex dijo...

me quedé pensando, con tanta vuelta, no se si te va a presentar a la hermana :)

Victoria dijo...

estallè en carcajadas contadas veces, me sonrei y reì.
sentì PLACER leyèndote.
y te sentì còmplice de mi,
pero es osadìa atribuida.


es de mi agrado descomponer lo que nos compusieron, enseñado.


elogio tu manera de escribirte, el esquema de tu viaje. es increìble claro hablando de cuestiones complejas.
entre ayer y hoy leìa sobre empirismo, racionalismo e idealismo, respectivos hume, Descartes y Kant y no voy a negar que me cuesta.

Al dedo como anillo aquèllo del sujeto-objeto y teorìas y retòricas. Ampliarìa tambièn con condimentos del interaccionismo simbòlico para la tesis, ensayo o poligrafìa, loquefuere..


el sistema educativo ortodoxo es harto incompleto. no hay duda de ello.
yo no tengo claros de mi recuerdos, pero no entendìa cantidades de cosas tampoco y sì recuerdo que me dispersaba observando el peinado de la maestra o ´detalles´ asì muchos podrìan llamarlo.



me sentì con principios de tristeza, siendo lo importante que son las conversaciones;
atravesada està mi adolescencia de fuertes sentimientos de soledad, de sentir no tener con quien hablar. y que haya tanto sobre de lo que hacerlo.

de mi; que atinaba a hablar con tintes abstractos y sentir que no interesaba.


marcaste, o marco,
aquèllo.
no entiendo porquè confrontar es significado pelear.
y de asì serlo, tanto prefiero terminar a los gritos que el silencio, neutro, o lleno de uno.


ni bien empecè este trip;
fue de mi pedir que me explicaran las màs de las cosas.
me parece lo màs lògico el desconocer lo que no sea de mi. xq voy a atribuir a alguien màs que harà o pensarà como lo hago yo.
pero las personas no se piden explicaciòn.
y mismo es confrontarse explicarse.
no entiendo bien cuàl es el miedo. cuàl es la aberraciòn.
xq estar sujetos sin objeto siquiera.

vacìo.



es de mi-s llantos-
hème sentido que hablo en el vacìo; que a nadie le importa un carajo.


es difìcil hablar d lo que no se puede,
y es tan lindo intentar hablar en conversaciòn.
si al final hay tantas conversaciones que tienen ppcio y final y no dicen nada.

bellas son esas abiertas,
que no importan en el espacio y tiempo.
las ideas, pensamientos y sensaciones perpetuan y abren y reabren; ebullicionan.


EGO.
estoy de acuerdo la energìa como la ordenaste. igualmente me gusta pensar que pueden haber conversando 2 quienes no por desconocidos -de sì mismos-, sino por autosabidos, hayan trabajado su propio ego, y asì se conversa desde un lugar màs còsmico.
me gusta eso. es magic*


uff
y en eso de la conversaciòn y su poder...
tal el dicho ´q cada pueblo tiene el gobierno que se merece´
que indigno son los polìticos en estrados hablando!!
bueno... es un hablado sensacionalismo. habladurìas decoradas, sin decoro.
.



lo lamento desesperanzarte,
a mi sentir te entendì,
ahora comprendernos serìa posible a argumentar.


te agreguè a messènger
pero no te encontrè ¨online¨
vickytagnr@hotmail.com es mi email,
no tengo hermanas màs espero no sea problema =p



gigantes sl2*