19 de febrero de 2018

El perro y el álamo y la sombra y el sol


Permanentemente fallecido. Así se declaró Raúl, un perro de 16 años que tenía el don de hablar de a ratos. La mayoría de las veces ladraba. Y otras menos aullaba. No cuando las sirenas locas de alguna ambulancia, patrullero o autobomba de bomberos, no, tampoco a la luna, por más redonda que fuera. No, aullaba cuando le dolía algo en el alma. Ese algo tenía que ser enorme, desproporcionadamente enorme, sino el tipo no te soltaba ni un quejido. Era un perro estoico. En verano le gustaba dormir a la sombra de un álamo. La sombra era finita y se movía con más rapidez que su sueño, lo que lo obligaba a levantarse penosamente para acomodarse unos centímetros más allá. Penosamente porque la cadera ya le fallaba y porque la somnolencia le pesaba. Pero esa franja de sombra valía la pena, la amaba. Todo lo que amamos se mueve, parece.
¿Qué era lo que enormemente le dolía? No lo sé. Pero a mí también me dolía. Una vez me dijo “lo lamento mucho”. Le respondí que yo también. Pero me di cuenta de que eso no era cierto, no había dos lamentos, era uno solo y lo compartíamos. Ese día comí de su plato y él del mío. Pero nos dimos cuenta que no hacía falta y luego de eso todo siguió como siempre. El día que se declaró permanentemente fallecido estaba aún vivo. Lo enterré a la sombra del álamo. Pero cuando terminé ya el sol ocupaba su lugar. Pensé en hacer otro pozo al lado y seguir esa sombra. Pero era un plan demencial. Lo correcto (lo sentí desproporcionadamente enorme), era observar ese ciclo de sombra y sol y dejar tranquilamente que excediera mi antojo (y aullar muy de vez en cuando). Ese, parece ser, es el legado de Raúl. Que al día del hoy sigue permanentemente fallecido.


1 de diciembre de 2017

En un par de horas, aproximadamente.

Jueves, 2.300 horas, cocina.
No hay café y mañana cuando me levante no voy a tener café para desayunar. Tengo que hacer café. Entonces lo más normal sería hacerlo. Ya mismo de ser posible. Y lo es. Entonces empiezo a sacar el café viejo del filtro de la cafetera para limpiar el filtro y ponerle café nuevo, fresco, con ese perfume tan nariz contenta que tiene el café. Y cuando empiezo a sacarlo encuentro una cucaracha, chiquita, color caramelo. Se mueve muy rápido. Me embarullo y no sé que hacer. Al final la maté y la tiré al tacho de basura. No me gustan los tachos de basura.

Mismo día, minutos más tarde, puerta principal.
Dejo la basura para sacarla después. Después es un momento no muy claro en el tiempo, pero sí en el espacio. La sacaré afuera, al cesto la revolearé. El cesto es horrible, medio oxidado, torcido, siempre tiene algún resto de basura que se me sale cuando revoleo la bolsa. Hoy hay un tarrito de yogur. Lleva ahí mínimo una semana. No lo pienso sacar jamás. Antes de entrar miro al cielo. La noche está hermosa. Quisiera no entrar pero debo hacerlo. Un hombre tiene que hacer lo que tiene que hacer.

2.400 horas, técnicamente ya es otro día, living.
La casa está bien. El barrio está tranquilo. Ya pasó el camión y se llevó la bolsa a los gritos. El sistema de comunicación entre el que levanta la basura y el chofer del camión se limita a dos tipos de gritos, a saber: uohhh, para que frene, ehhhh para que avance. Ahora hay silencio. La casa está ordenada, limpia, y con sueño. Yo ya me bañe y me lavé los dientes. Desde que la odontóloga me dijo que los tengo torcidos me veo más feo. Qué boludo.

Viernes, 0100 horas, pieza secundaria.
En siete horas sonará el despertador. El cansancio me llama al sueño. Me resisto somnoliento. Debo dormir. Miro por la ventana hacia la noche una vez más. Una vez más siento el deseo de salir y flotar entre los 500 y 600 metros de altura. Pero ese deseo es poco cumplible y además, peligroso. Es una zona de tráfico aéreo. Aviones que van para Aeroparque, Don Torcuato y El Palomar se cruzan muy coordinadamente por arriba de mi techo. Yo necesitaría un controlador aéreo. Y no tengo.

Mismo viernes, minutos más tarde, pieza principal.
Lo que si tengo: sed y un libro sobre la mesa de luz. La sed la tengo adentro, en forma de calor seco. Voy y vuelvo de la cocina. Allí tomé unos sorbos de jugo exprimido embotellado. Lo guardé en la heladera, de donde lo saqué. La heladera es un reflejo de mi espíritu. Pero mi espíritu no es tan frío. No es tan nada, a decir verdad. Me quedo mirando la mesa de luz y chequeando que todo esté bien.

Mismo viernes, más minutos más tarde, mesa de luz.
El reloj despertador está activado y listo para llamarme a la hora indicada. El tarrito de las gotas para la nariz también está listo para ser usado. Debo respirar mejor. Un hombre debe hacer lo que tiene que hacer. Agarro el libro y me horizontalizo con él en mi pecho. Abro una página al azar porque es de esos libros que sirven así. Lo que leo es revelador pero me duermo y me olvido.



21 de julio de 2017

Los pájaros azules.

En la alta cordillera, además de los horribles pero majestuosos cóndores, existe una especie de ave hoy ignorada. Charles Darwin testimonia su existencia en el libro Aves. Le dedica todo un capitulo (del que aquí solo traigo un comentario). El capítulo en cuestión se titula Pájaros azules y solo aparece en el manuscrito original de Aves (en rigor nunca estuvo en el libro impreso. El manuscrito puede solicitarse al Museo Británico de Ciencias Naturales).
La razón por la cual Charles decidió no incluir ese capitulo es misteriosa pero puede, y aquí la hago, hacerse una conjetura recurriendo a su Diario de un Naturalista. En ese diario podemos buscar las anotaciones que fueron hechas en fechas durante las cuales el texto, Pájaros azules, fue escrito. Esas anotaciones son reveladoras. Por esa época el joven Charles estaba fascinado con unas plantas que había adquirido de un indio Yaqui, en la zona de Sonora, México.
La planta, procesada ritualmente, se transformaba en “Humito”, una entidad que bien manejada le permitía a uno “observar y ver”. Charles, según sus anotaciones, gustaba de experimentar con esa hierba para lograr estados de conciencia alterados y ampliar su campo perceptivo. Quería, según sus palabras, “salir de la visión antropomórfica del universo”. En algo similar estaba el biólogo y pionero de la Etología, Jakob Johann von Uexküll, quién introdujo la noción de Umwelt, un concepto traducible en algo así como: el mundo del la percepción de los animales en relación con su medio ambiente.
Al grano: Charles, que por aquel entonces observaba los cielos de nuestra cordillera, lo estaría haciendo con un campo visión ampliado, es decir, drogado, lo que a mi criterio no le quita mérito ni verdad a sus observaciones. Recordemos al célebre biólogo Francis Crick, descubridor del ADN. Él mismo declaró “ver” bajo los efectos del LSD lo que hoy conocemos como la molécula de doble hélice del ADN. Y esa visión la tuvo antes de poder comprobarla con los rigores de la ciencia. Charles, creo yo, terminó excluyendo a los pájaros azules del libro por no poder alinear su observación con los criterios científicos a los que todo hombre de ciencia debe apegarse religiosamente. Y no tuvo, a diferencia del señor Crick, los medios tecnológicos para constatar la existencia de estas extrañas y preciosas aves.

En el manuscrito de aves, dice:

“Los pájaros azules no suelen verse porque vuelan alto y porque tienen el mismo color del cielo.”

“Si uno logra verlos se le ponen los ojos igual de azules que el cielo y que los pájaros. En ese momento uno y los pájaros se vuelven lo mismo. En ese momento uno puede ver desde el punto de vista de los pájaros. Las consecuencias de esto son hermosas y reveladoras. Esto se lo deseo a toda la humanidad.”

“Los pájaros azules nunca se posan en ningún lugar. Nacen mientras sus madres vuelan. Los pichones deben romper su huevo en caída libre y salir del cascaron antes de que este se estrelle contra las rocas de alguna montaña. Y desde ese momento, no dejan jamás de volar. Siempre se están moviendo, evitando nubes y tormentas. Y si en algún momento contrastan contra ellas, mueren. También mueren desde el atardecer y hasta el amanecer. Por la noche, los pájaros azules sobreviven gracias a un sacrificado instinto que los agrupa en una masa oscura y densa. Vuelan todos juntos, apretados. Los más jóvenes se colocan en el centro y los más viejos en la periferia. A medida que pasan las horas, los que se encuentran sobre el borde de la noche, van cayendo muertos, como pequeñas estrellas fugaces. Aletean hasta último momento y, cuando no pueden soportar más la oscuridad, la chispa de vida que llevan dentro los enciende y los fulmina rápidamente, como fósforos. Si la noche está despejada y uno tiene la triste suerte, puede verlos fulgurar y apagarse en la inmensidad del cielo negro.”

26 de enero de 2017

Mirna.

Una vez una señora le dijo a mi mamá que dios habla a través de los locos y mi mamá la echó del negocio. La señora quería comprar un sombrero. A mí los sombreros me gustan solo si tienen dibujos hermosos. A veces me gustaría que Salvador Dalí me hiciera un sombrero con sus pinturas. Una vez fui a un museo y me puse a gritar muy fuerte cuando mi mamá se cansó de mirar un cuadro y me quiso llevar a otro lugar. Mi hermano dice que yo quise hacerme un sombrero con esa pintura que quería doblarla y ponerla en mi cabeza. Puede ser. No me gusta mentir, pero a veces no me acuerdo lo que hago cuando me pongo nerviosa. Mi amigo Pablo me pone tranquila. Cuando él viene a comprar al negocio me cuenta cosas que me gustan. En general me cuenta cosas que me gustan. Me gustan mucho las cosas de Pablo. A veces me gustaría que se quedara hasta que cerramos a las 8, en verano a las 9. Una vez mamá le dio un café y yo me di cuenta de que así tardaba en irse. A la mañana cuando pasa por el negocio para tomar el 39 yo le grito ¡café! y Pablo me levanta la mano y se ríe pero siempre está apurado a esa hora, a las 19:15 camina más lento y yo preparo más café pero vuelve a levantar la mano. Yo no tomo café porque mi mamá dice que me acelera como un coche de carreras y yo ya soy como un coche de carreras. Este año voy a terminar el secundario de 3 años con especialización en gastronomía, pero lo que a mi me gusta realmente es pintar. Me gusta más que los sombreros y cuando estoy enojada le digo a mi mamá que ella no me gusta y que más me gusta pintar. Mi mamá no se enoja pero cuando se enoja me dice Mirna Mariana. Mariana es mi nombre que no me gusta y me dan ganas de romper todas mis pinturas cuando me dice Mariana porque Mariana no sabe pintar, pinta feo todas las pinturas y hay que tirarlas porque hay que pintar cosas hermosas. Pablo me contó un día que Salvador Dalí se ponía miel en los bigotes para que las moscas le hicieran cosquillas mientras pintaba. Yo me río mucho con esa historia y me acuerdo cuando me pongo a pintar y tengo que dejar de pintar porque tiemblo mucho. Ayer Pablo vino a tomar café porque era sábado a la mañana. Cuando llegó mi mamá le preguntó por la mujer y yo no le di café, pero después me di cuenta y pensé que tenía que darle más café, no menos. Charlamos 1 hora y 45 minutos. Esa mañana yo no ayudé nada en el negocio, pero mi mamá dijo que estaba bien, además Pablo no vino a comprar y eso es bueno también, porque es visita. Para mí es realmente muy bueno ser visita, me gustan también las visitas de mis primas que traen facturas, además esta vez Pablo le preguntó a mi mamá si podía hacerme un regalo. Yo lo escuché mientras preparaba más café atrás de la cortina y cuando salí me dio un libro que no sabía que fuera real pero me dijo Pablo que sí. Tiene como título el nombre de Cartas desde la locura y son cartas que el pintor impresionista Vincent Van Gogh que murió loco y sin una oreja le mandó a su hermano, Theo. Vincent Van Gogh le dijo a su hermano, entre otras cosas que leí, que pintaba sin descanso los girasoles porque si esperaba se marchitaban. Me gusta eso porque yo tampoco puedo esperar. Para mi todo está cambiando todo el tiempo muy rápido y por eso soy como un coche de carreras. Vincent Van Gogh tiene pinturas como coches de carreras  y nació en 1853 y yo en 1980 y Pablo en 1976 y mi mamá en 1961.


17 de octubre de 2016

El período oscuro (árbol, Mirna, culo, Dalí).

De los oscuros períodos de la vida se sale. No ganando, no perdiendo, sino simplemente saliendo. A veces no se sale, también. El momento en el que se sale, al igual que en el que se entra, es similar a la de los sueños: una transición de la que no se puede ser consciente. Y creo saber porqué. Porque la consciencia no es un flujo constante sino que, como el corazón, tiene a la intermitencia como sistema de vida. Es decir, solo vivimos a condición de no hacerlo. También como el ojo, que se permite ver a condición del parpadeo.

Y lo que sucede cuando no hay luz, cuando el corazón está en diástole, cuando las tormentas eléctricas que se producen en el cerebro cesan brevemente, lo que sucede es que habitamos suspendidos en los dominios de la muerte (de ese contrapunto). No es que se esté muerto, claro que no, sino que se está en sus dominios, al menos en cuanto a inconsciencia se refiere. Qué se yo.

Todo nuestro organismo (su organización) está dispuesto de tal manera que siempre que algo se está apagando otra cosa se está encendiendo. Pero a veces le sucede como a esos árboles de navidad que tienen varios juegos de luces pero que, así y todo, hay un momento en que todas se apagan al mismo tiempo. Eso mas o menos me pasó durante varios meses. Mi período de oscuridad.

Hice algo mientras duró, sin embargo. Algo que fue instintivo y fundamental para salir de ese estado. Iba al bosque y me sentaba. Supongo ahora que porque los árboles tiene otro ritmo, otra permanencia, por eso iba. Porque era adecuada, según comprobé, con esa permanencia en negativo que yo tenía. Nos conveníamos: yo no estaba presente y ellos (los árboles) no estaban nada ausentes.

Interesante: a través de la savia, la sabiduría. Los nutrientes saben. Y así también hay algo en mí que sabe. Eso que en mí sabe me hizo buscar a Mirna. Mirna es una chica osa, grande, bruta como el amor (es un osa metafóricamente hablando). Y cuando abraza lo hace, como leí alguna vez por ahí, con una fuerza que casi te pasa para el otro lado. ¿Se entiende? Te abraza que te desarma y cuando te volvés a armar, capaz te armás mejor. “Te armo mucho”, debería decir un peluche para regalar. Yo también te armo, deberíamos poder responder.

Con Mirna teníamos un convenio (y todavía se sostiene). El abrazo sirve, pero no alcanza. No al menos en mi período de oscuridad (puedo ser muy oscuro). Así que el convenio incluía el culo. Mirna es robusta, hermosamente sólida y gorda. Su culo es enorme e irresistible. Es más, es necesario. Toda la ternura del mundo tiene su materialización ahí. Un culo de osa buena, buenosa. El convenio es simple: ella me deja agarrarle el culo con las dos manos e incluso descansar mi cabeza. Eso es todo. Lo es TODO. A cambio, yo le cuento aspectos biográficos llamativos de pintores consagrados. Le fascinan. Se ilumina cuando se los cuento.
  
Esa es nuestra manera de iluminarnos y salir de nuestros períodos oscuros. Un ejemplo: Salvador Dalí –le conté- untaba sus bigotes con miel para que las moscas le hicieran cosquillas mientras pintaba.