Jueves, 2.300 horas, cocina.
No hay café y
mañana cuando me levante no voy a tener café para desayunar. Tengo que hacer
café. Entonces lo más normal sería hacerlo. Ya mismo de ser posible. Y lo es.
Entonces empiezo a sacar el café viejo del filtro de la cafetera para limpiar
el filtro y ponerle café nuevo, fresco, con ese perfume tan nariz contenta que
tiene el café. Y cuando empiezo a sacarlo encuentro una cucaracha, chiquita,
color caramelo. Se mueve muy rápido. Me embarullo y no sé que hacer. Al final
la maté y la tiré al tacho de basura. No me gustan los tachos de basura.
Mismo día, minutos más tarde, puerta
principal.
Dejo la basura
para sacarla después. Después es un momento no muy claro en el tiempo, pero sí
en el espacio. La sacaré afuera, al cesto la revolearé. El cesto es horrible,
medio oxidado, torcido, siempre tiene algún resto de basura que se me sale
cuando revoleo la bolsa. Hoy hay un tarrito de yogur. Lleva ahí mínimo una
semana. No lo pienso sacar jamás. Antes de entrar miro al cielo. La noche está
hermosa. Quisiera no entrar pero debo hacerlo. Un hombre tiene que hacer lo que
tiene que hacer.
2.400 horas, técnicamente ya es otro día, living.
La casa está
bien. El barrio está tranquilo. Ya pasó el camión y se llevó la bolsa a los
gritos. El sistema de comunicación entre el que levanta la basura y el chofer
del camión se limita a dos tipos de gritos, a saber: uohhh, para que frene,
ehhhh para que avance. Ahora hay silencio. La casa está ordenada, limpia, y con
sueño. Yo ya me bañe y me lavé los dientes. Desde que la odontóloga me dijo que
los tengo torcidos me veo más feo. Qué boludo.
Viernes, 0100 horas, pieza secundaria.
En siete horas
sonará el despertador. El cansancio me llama al sueño. Me resisto somnoliento.
Debo dormir. Miro por la ventana hacia la noche una vez más. Una vez más siento
el deseo de salir y flotar entre los 500 y 600 metros de altura. Pero ese deseo
es poco cumplible y además, peligroso. Es una zona de tráfico aéreo. Aviones
que van para Aeroparque, Don Torcuato y El Palomar se cruzan muy
coordinadamente por arriba de mi techo. Yo necesitaría un controlador aéreo. Y
no tengo.
Mismo viernes, minutos más tarde, pieza
principal.
Lo que si tengo:
sed y un libro sobre la mesa de luz. La sed la tengo adentro, en forma de calor
seco. Voy y vuelvo de la cocina. Allí tomé unos sorbos de jugo exprimido
embotellado. Lo guardé en la heladera, de donde lo saqué. La heladera es un
reflejo de mi espíritu. Pero mi espíritu no es tan frío. No es tan nada, a
decir verdad. Me quedo mirando la mesa de luz y chequeando que todo esté bien.
Mismo viernes, más minutos más tarde, mesa
de luz.
El reloj
despertador está activado y listo para llamarme a la hora indicada. El tarrito
de las gotas para la nariz también está listo para ser usado. Debo respirar
mejor. Un hombre debe hacer lo que tiene que hacer. Agarro el libro y me
horizontalizo con él en mi pecho. Abro una página al azar porque es de esos
libros que sirven así. Lo que leo es revelador pero me duermo y me olvido.
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