1 de diciembre de 2017

En un par de horas, aproximadamente.

Jueves, 2.300 horas, cocina.
No hay café y mañana cuando me levante no voy a tener café para desayunar. Tengo que hacer café. Entonces lo más normal sería hacerlo. Ya mismo de ser posible. Y lo es. Entonces empiezo a sacar el café viejo del filtro de la cafetera para limpiar el filtro y ponerle café nuevo, fresco, con ese perfume tan nariz contenta que tiene el café. Y cuando empiezo a sacarlo encuentro una cucaracha, chiquita, color caramelo. Se mueve muy rápido. Me embarullo y no sé que hacer. Al final la maté y la tiré al tacho de basura. No me gustan los tachos de basura.

Mismo día, minutos más tarde, puerta principal.
Dejo la basura para sacarla después. Después es un momento no muy claro en el tiempo, pero sí en el espacio. La sacaré afuera, al cesto la revolearé. El cesto es horrible, medio oxidado, torcido, siempre tiene algún resto de basura que se me sale cuando revoleo la bolsa. Hoy hay un tarrito de yogur. Lleva ahí mínimo una semana. No lo pienso sacar jamás. Antes de entrar miro al cielo. La noche está hermosa. Quisiera no entrar pero debo hacerlo. Un hombre tiene que hacer lo que tiene que hacer.

2.400 horas, técnicamente ya es otro día, living.
La casa está bien. El barrio está tranquilo. Ya pasó el camión y se llevó la bolsa a los gritos. El sistema de comunicación entre el que levanta la basura y el chofer del camión se limita a dos tipos de gritos, a saber: uohhh, para que frene, ehhhh para que avance. Ahora hay silencio. La casa está ordenada, limpia, y con sueño. Yo ya me bañe y me lavé los dientes. Desde que la odontóloga me dijo que los tengo torcidos me veo más feo. Qué boludo.

Viernes, 0100 horas, pieza secundaria.
En siete horas sonará el despertador. El cansancio me llama al sueño. Me resisto somnoliento. Debo dormir. Miro por la ventana hacia la noche una vez más. Una vez más siento el deseo de salir y flotar entre los 500 y 600 metros de altura. Pero ese deseo es poco cumplible y además, peligroso. Es una zona de tráfico aéreo. Aviones que van para Aeroparque, Don Torcuato y El Palomar se cruzan muy coordinadamente por arriba de mi techo. Yo necesitaría un controlador aéreo. Y no tengo.

Mismo viernes, minutos más tarde, pieza principal.
Lo que si tengo: sed y un libro sobre la mesa de luz. La sed la tengo adentro, en forma de calor seco. Voy y vuelvo de la cocina. Allí tomé unos sorbos de jugo exprimido embotellado. Lo guardé en la heladera, de donde lo saqué. La heladera es un reflejo de mi espíritu. Pero mi espíritu no es tan frío. No es tan nada, a decir verdad. Me quedo mirando la mesa de luz y chequeando que todo esté bien.

Mismo viernes, más minutos más tarde, mesa de luz.
El reloj despertador está activado y listo para llamarme a la hora indicada. El tarrito de las gotas para la nariz también está listo para ser usado. Debo respirar mejor. Un hombre debe hacer lo que tiene que hacer. Agarro el libro y me horizontalizo con él en mi pecho. Abro una página al azar porque es de esos libros que sirven así. Lo que leo es revelador pero me duermo y me olvido.



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