El afecto; neutralidad del vivir.

Ni que me lo diga. Ser encantador es un problema. Aunque no estoy del todo convencido si lo es. En todo caso es más conveniente decir que ser encantador es un problema, a decir que ser encantador es. Pasa que los adjetivos son una exageración. Porque uno adjetiva por deseo o necesidad, y esos resortes son medio inmanejables. Medio. Y viendo que la mano viene así, medio con sentido, medio sin sinsentido, le digo que es un asunto trágico. Conste que se lo digo porque la tragedia es una exageración encantadora. Pero desilusiona, claro, como yo, que soy encantador, aunque no trágico; yo no me creo, por lo menos del todo. Me creo la mitad menos creíble. En cambio los demás sufren la tragedia de creerme la mitad más creíble. Se desilusionan, exageradamente, por supuesto. Pero después se olvidan. No vaya a creer que soy encantador a perpetuidad. Yo sé por qué frunce la nariz. Porque me huele seductor. En general los olores propios no se sienten. Y no es por tolerancia, es por costumbre. La costumbre no es buena compañera. Por eso las compañías no son buena costumbre. Hay compañías encantadoras, no lo dudo, al fin y al cabo estamos juntos.