¨Cuando la vida es ascendente, felicidad e instintos son idénticos¨.
Con esta frase Nietzscheana me encontré en ¨Una vida divina¨, la novela de Philippe Sollers. El encuentro me sucedió entre dos frutillas: la de Michel Onfray, y la de Natalia. Y todos fuimos felices.
La frutilla de Onfray.
“Y un día me hicieron la pregunta que me permitió una sapiencia verdadera: ¿Cuál es su mejor recuerdo gastronómico? Interrogación electiva y selectiva, pregunta arquitectónica si las hay. ¿Qué escoger? Y ¿entre qué relieves? Casuística singular y preciosa. Tuve que encontrar aquello que, en mi alma, había dejado la huella más íntima (…) La idea se me ocurrió como un rayo, fulgurante del sitio donde se hallaba: en los limbos, la memoria del niño que fui. Mi mejor recuerdo gastronómico fue una frutilla en el huerto de mi padre. La jornada había sido calurosa, un verano. Las frutillas estaban impregnadas de ese calor que quema los frutos hasta el corazón, donde son tibios. Las hojas no bastaban para hacer una sombra que los protegiera lo suficiente. Desprendí una de ellas. Mi padre me invitó a pasarla bajo el agua, según su expresión, para limpiarla y refrescarla. El chorro que bajaba de la canilla era glacial, ya que procedía de las fuentes que dormían bajo los jardines. Cuando me puse la frutilla en la boca, estaba fresca en su superficie y caliente en su alma, piel suave, casi fría, carne temperada. Aplastada bajo mi paladar, se convirtió en líquido que inundó mi lengua, mis mejillas, y luego descendió al fondo de mi garganta. Cerré los ojos. (…) Durante un instante -una eternidad-, yo fui esa frutilla, un puro y simple sabor derramado en el universo y contenido en mi piel de niño. Con su ala, la felicidad me había rozado antes de partir a otra parte. Desde entonces, acecho el retorno de ese ángel hedonista cuyas plumas y hálito tanto amé. No cabe duda alguna de que lo busco con ardor y que él se evade, apareciendo cuando yo no lo espero, surgiendo cuando ya no tengo esperanzas de que vuelva. Mi razón del gourmet es una elegía para él¨. Michel Onfray, La razón del gourmet.
La frutilla de Natalia.
Dos frutillas. Dos relatos. Una misma vitalidad. Artificios culturales mediante, ambos dejan circular su energía vital en direcciones opuestas y complementarias: de lo alimenticio a lo sexual en el primer caso, y de lo sexual a lo alimenticio en el segundo. Uno, haciendo uso del artificio gastronómico, y otro, haciendo uso del artificio erótico. Y siempre, ambos, interrelacionándose.
¿Para qué estos artificios, para qué las frutillas?
Despojando la relación gastronómica-erótica de todas las comparaciones y semejanzas culturales que podamos hacerle, es decir, quitándole las evocaciones sexuales que pueden surgir por forma, color, textura, temperatura, carnosidad, sabor, etc., nos quedaríamos conectados solo por el puente instintivo. Nos encontraríamos solamente para y por los instintos. Ahora bien, si sabemos que alimentación y sexualidad están imbricadas en su raíz misma por el instinto, y que de todas maneras se los puede satisfacer, ¿para qué nos comparten sus relatos Onfray y Natalia? Para estimular y seleccionar.
En una sociedad civilizada, la vía de acceso a los instintos se culturiza. El estímulo se vuelve un conjunto de códigos diferenciales, un selector de compañías, un elemento para agrupar afinidades.
La frutilla, tanto para Onfray como para Natalia, constituye el médium elegido para estimular y seleccionar. Ambos crean, hábilmente, una cultura de la saciedad, es decir, de la felicidad.
Vidas ascendentes. Instintos que se cruzan. Frutillas generosas. Todos los elementos listos y alineados para que la santísima trinidad: erotismo-sensualidad-seducción, se dé en toda su exhuberancia a través de personas con ganas de vivir.
Como corresponde a toda buena compañía, salgo de ambos relatos con el apetito renovado, y con una certeza: cuando la mesa está servida, conviene dejarse comer.
4 de mayo de 2008
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6 comentarios:
a mí con champagne me pueden y con dulce de leche me pueden más.
Bonita Natalia, más que la frutilla, mirá lo que te digo. Pero no me puede le falta todo a lo que las frutillas les sobra, jiji.
Frutilla a la carte
Sonando casi redhondo, rojo profundo. Por dentro en sus notas el sabor del verde que por fuera se madura, mientras más dura, dura... y me confundo!.
Pués renovemos el apetito si en la mesa ya está servida. Luce ahora hermosa, viciosa y ciega. Pura y egoísta.
Salgo de sus relatos con otra certeza: si no hay frutillas... comanmelón!.
Natierna
Paso a saludar. Luego leeré bien el post y haré el correspondiente comment. Aunque usted responda "Hola. Bueno".
Ahora sí. Bien todo pero, ¿quién es natalia? ¿cuál es su relato?
Natalia es una amiga, y su relato es la foto. A diferencia del de Onfray, el de ella es un relato visual, no escrito.
Beso.
Ok, supuse. Pero tenía miedo de estar perdiéndome algo (por defectos de mi pc) o de no estar visualizando correctamente la idea.
Buena foto!
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