No sé qué referencias se pueden dar de un viaje para constatar que realmente nos ha sucedido algo distinto de lo que, sin viajar, no nos hubiera sucedido de todas formas. Ni los paisajes ni las compañías que están fuera de nuestros límites habituales, poseen en sí, atributos extra-normales. Sin embargo, el espacio que abrimos al hacer un viaje es un espacio otro. Un espacio, fundamentalmente, abierto al sentido. Si hay algo que destaca al viaje es, justamente, la predisposición de uno a que algo suceda.
La descontextualización es un régimen de perspectiva inédito. Yo me puse una semana, de cara al mar, y en casi absoluta soledad. No tuve ningún motivo para hacerlo. Y ninguna esperanza de nada. Es decir, no esperaba nada.
Caminé y corrí muchísimo. Comí solo. Hablé solo para escuchar mi voz. Pensé mucho en nada concreto. A la noche caía agotado en la cama, y apenas avanzaba unas páginas de la Invención de Morel. El libro me ponía triste y me dormía con un dejo de angustia refleja.
Entre sol y sol entendí que jamás podría ser un libre pensador. Es una carga insoportable. Una soledad de saberes. Si es o no posible tal condición poco importa, lo importante es la aspiración a, ¿no?. Hablo de la libertad, de los límites de la independencia y su coste (o las costas: de uno, de la playa, de la literatura. De las fronteras, siempre inciertas entre todos estas cosas).
No hay pensamiento que no sea libertario. Y en el espacio vacío que supone la libertad no se puede pensar, porque no hay qué pensar. Eso es incómodo. Incomodísimo. Una tensión constante que apenas exhaustando al físico se pude aliviar. La isla de Morel, mi isla del conocimiento, o de su búsqueda como algo real, es infernal.
Durante esos días no tenía qué hacer. La falta de estímulos, la ausencia de trabajo, de amor, me puso en un estado de espera sin esperanza. Imagino que una planta espera su primavera de la misma manera. Porque más allá de la metáfora, nuestra flor, fruto, lo que sea, es nuestra visión puesta en los ojos del otro. Vemos lo que los otros quieren ver y viceversa. Por eso mi angustia era refleja. No tengo idea sobre teorías de la construcción del sujeto. Pero de seguro, el sujeto insular, es un sujeto de pleno futuro y nulo presente.
La última noche tuve un sueño. Que tenía un maestro. Alguien a quién seguía con la certeza de que no poseía ninguna verdad, y que sin embargo, abría un espacio en mi mente y corazón para que yo la creara y la creyera.
Es un trabajo conjunto. La realidad compartida me alcanza. Me contento, animalmente, con el sentido. Hay que amaestrarse. El maestro con su seguidor, su seguidor con el maestro. El amaestramiento es la constante para los hacedores de sentido.
El escepticismo es un veneno, pero tomado de a dos o más, pierde el efecto mortal, o de espera. Porque claro que sí, el escéptico espera, sombríamente, una revelación. Creo que el escepticismo puro, al igual que la misantropía, es mala fe. La realidad es una materia que debe trabajarse.
Somos émulos constructores. Copiamos formas de creación. Y creamos originales de copias olvidadas intencionalmente. El sentido es una construcción arquitectónica. Nuestro hábitat es, literal y metafóricamente, un hogar dentro de la isla, y, al mismo tiempo, una salida de ella. El viaje existe por su retorno. Irse es un volver, eternamente, a verte.
30 de noviembre de 2008
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2 comentarios:
El viaje existe por su retorno. Irse es un volver, eternamente, a verte. Bello.
Y te comento, yo no sé esperar sin esperanza.
Muy acertado lo de que ser librepensador es una carga insoportable,estamos en otro mundo, otra época, con tiempos mucho más acelerados, y si nos vamos de eso por un rato pareciera ser que nos estamos perdiendo la vida por más chota que esta pueda resultarnos.
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