28 de diciembre de 2009

De Rojos y Azules.

Resolvieron hacer una alianza. Consideraron que la guerra había llegado a un punto muerto y que serían las próximas generaciones las encargadas de destrabar el conflicto.

El acuerdo consistió en elaborar una serie de textos con los pormenores de todo lo sucedido hasta la fecha; una Biblia, podría decirse. La expectativa, entonces, la centraron en la heurística.

Mi postulado (esta mitología que les comparto), es también un engrosamiento de esa Biblia ya que, toda referencia a un texto, se vuelve inmediatamente parte de él. Soy responsable, sí, de que ese corpus se vuelva cada vez más descentrado, ubicuo, efectivo. No me preocupa, la realidad nunca fue más concreta que el delirio onto-cronológico que la conforma.




La expansión del mito se da a pesar de que yo me niegue a tomar posición en el conflicto. La guerra (su propagación y horror se funda en que) es un acontecimiento impersonal.

Para esta ya extinta o naciente humanidad nosotros representamos su pasado y no su futuro (sí, creo en el misterio del tiempo: cada nacimiento se da en un mundo hecho, por tanto, cada muerte, en un mundo por hacerse).

Supongo que este sentencioso saber que les comunico, es una manera de resucitar o devolverle la gloria a una forma de Ser que necesita imperiosamente prevalecer sobre otra.




Miremos bien: tiempo a un tiempo, la sangre, guarda el caos de los hechos que la codificaron y, a manera de mandato, no deja de inflamar el presente con una urgencia temible: el sentimiento de injusticia (el anhelo de restablecimiento de un orden, jerarquía, dignidad). Esa misma sangre, azul tras las venas, infunde coraje e insensatez (acaso la misma cosa) a los intérpretes de la historia.

Como sabemos porque somos, no hay quien no se crea destinado a una misión de altísima importancia o parte de un plan mayor. Desgraciadamente (digo yo), de entre el clamor incesante de estos bastardos sin gloria, acabará por destacarse uno con lengua de fósforo. Así, con esta justicia que pone orden hasta de ella misma (que no es justa), se encenderá nuevamente el conflicto.




Finalmente, será que nuestros futuros antepasados se congracien en ser guerreros otra vez. La sangre, roja venas a fuera, será el testimonio de que muertos y vivos vuelven a batallar.

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