15 de diciembre de 2010

Dejadez; y la poiesis del agua.

Dejo que las cosas pasen. Como quien mira un río y nada más (ni me inquieta lo que Heráclito). Escribir y leer, lo que en mí era pensarme, equilibrarme y hasta divertirme, supone un esfuerzo al que no estoy dispuesto.

Confío en el tiempo (solo por experiencia, ningún anhelo en la sentencia). Y en que algunos de los mínimos gestos que hago, depare un nuevo uso para mis fuerzas.

¿De qué deberé ocuparme en lo sucesivo? Hace días que mi mente se concentra en reproducir infinitamente la fase de tracción de la brazada de crol. ¿Por qué quiero perfeccionar esa irrelevancia universal? Tal vez por el solo gusto de hacer algo bien. Tal vez porque mi sobrevivir se juegue en el olvido de mi costado depresivo (el que no flota).




Me dejo estar en el agua, boca abajo, en apnea. Estiro el brazo hacia delante para iniciar la brazada. Hago lo que imaginé, lo que descubrí en el mental y obsesivo loop técnico: ya no moveré el brazo hacia atrás, anclaré la mano en el agua y desplazaré mi cuerpo hacia adelante.

Olvidar y dejar atrás se gesta en la imaginación y se produce efectivamente por un gesto del cuerpo que, permaneciendo igual, se comprende diferente (y se comporta diferente): lo que produce una diferencia real. ¿Y qué tomo por real?: la marea emocional, la supeditación del agua al influjo de los astros, el tener que conciliar permanentemente la dinámica de los cuerpos con sus fuerzas mentales.

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