21 de enero de 2011

Misiva transtemporal.

Queridos amigos de Spyker Cars:

Antes que nada les pido un esfuerzo por mantener la paciencia. Fragmentos de esta carta pueden inducirlos a un espiral metafísico (mucho más complicado que el óptico) y hacerles creer que están frente a algo que va pero que no va. Y esto va (y viene desde hace tiempo).

No recuerdo la fecha (la conmoción me disculpa) en que fallecí; pero sí el motivo: mi gran pasión, la aviación.




Como un pionero de esta empresa de caballeros, dediqué mi vida pasada a perfeccionar aeroplanos: desde el desperfecto de no volar, al volar casi perfecto; porque fue producto de mi accidente fatal el posterior descubrimiento (por parte de mis pares y sucesores) de aquellas modificaciones mecánicas y aerodinámicas que llevaron, en lo sucesivo, a aeroplanos más confiables.




Por efectos existenciales que desconozco, pero que bien podemos entender como reencarnación, volví a este, nuestro inefable mundo. Por el mismo desconocimiento, que resulta extensivo y frustrante (sobre todo a la hora de dar explicaciones), voy a ahorrarles los detalles vivenciales que conforman mi absoluta seguridad en cierta inmortalidad. Digo cierta porque evidentemente muchas cosas murieron ya en mí. Pero no todo, y es justamente en lo que persiste, aquello en lo que ustedes podrían ayudarme.




Como me gana la racionalidad trazaré, antes de ir al punto, una débil hipótesis (pero sepan que la única fuerza argumental que necesito, y espero les baste, es la de mi pasión), veamos: supongo que, al haber muerto accidentalmente y en plena prueba de mi aeroplano, mi ¿alma? quedó sellada trágicamente por dos fuerzas opuestas: la del amor y la del temor: que sabemos de su natural connivencia; pero en este caso, la contradicción a la que estamos acostumbrados se vio saturada, llevada al extremo, por efecto de la muerte (cosa excesiva si las hay).




De esta manera, cuando veo un avión surcar el aire me lleno de un profundo gozo. Y confieso que hasta se me escapa alguna lágrima. Sin embargo, cuando subo a uno de ellos, no la paso nada bien. Y comprendo perfectamente que mi tiempo de piloto ha pasado: lo que la muerte me quitó fue el equilibrio entre el amor y el temor. Mi pasión es hoy irrealizable. Incluso, me desmiento, no es una pasión, ya que de serlo, se confirmaría en su realización. Lo que es, posiblemente, no pase de un trastorno obsesivo compulsivo por darle orden al universo, que vendría a ser mi pasión actual.

Así que díganme caballeros, si ante tamaño defasaje existencial, provocado por ese algo tan ajeno a nosotros-que-persistimos (la muerte), no merecemos algún tipo de justicia, aunque más no sea poética.




Yo sé que me entienden muy bien. Ustedes han sido capaces de efectuar una máquina híbrida, heredera de una estética conciliadora; en ella, el automóvil y el aeroplano se cruzan como el amor y el temor se cruzaron en mi vida anterior. Su trabajo, de minuciosa y admirable ingeniería, resultó en la más noble justicia que podía esperar. De conducir su automóvil, yo ganaría la paz y, arriesgo, el universo sería un poco más ordenado.




¡Qué difícil no ser ni lo uno ni lo otro (ni aeroplano ni automóvil) sin caer en la mediocridad o la monstruosidad! ¿Cómo les fue posible fintar la entropía? Precioso orden… La suya es una invención superior a la de Morel. Ustedes inducen a otra realidad a través de la virtualidad de la estética y la facticidad del objeto (construyeron por la mediatez de la una y la inmediatez de lo otro). De conducir su automóvil, yo conciliaría mi pasada con mi presente existencia, no lo dudo.

Díganme si no merezco un equilibrio que me traiga paz, si no es justo pretender una revancha. Sé que el creciente progreso aeronáutico ya debería alimentarme un orgullo pacificador. Pero no alcanza (¡di mi vida!). Si tan solo pudiera volver a volar…




Confío en que el dinero no es un problema para ustedes. Pero no confío en que deje de serlo para mí. Por tal motivo, y aun en tiempos donde el dinero se pretende Ser por sobre todo, me planto con orgullo de humano, porque no son las patas las que nos sostienen, claro que no, y les pido tengan el mismo orgullo para enviarme sin costo comercial alguno, el maravilloso Spyker C8 Aileron.

Un cordial saludo,
Diego.

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