10 de mayo de 2012

Delirios de civilización.


Sobre el borde de una avenida un moderno edificio se dispara muy para arriba (como el sueño concreto y fallido de su arquitecto). Es uno de esos edificios que han crecido en un apretado baldío; tal vez el último de la ciudad.
Entre su esqueleto de eficientes materiales puebla un sinnúmero (nómina estimada: 484) de agentes económicos de las más variadas profesiones; la Empresa, que se declara alma y fin último, nos saluda amablemente (a través de su infraestructura y absoluta organización): porque no puede ser lo suficientemente algo, para quienes no formamos parte de su ecosistema (de otra forma jamás saludaría, se entiende).

Desde esa tranquilidad de no pertenecer, miramos.

Parapetado detrás de un mostrador y tapado por seis monitores, se encuentra el primer punto de enlace con el Adentro; tiene un uniforme similar al de un militar, solo que más desalineado (probablemente por falta de disciplina en su portador que por la calidad de la prenda misma). En cada uno de esos seis monitores vemos en vivo y en directo: la llanura pampeana, un acantilado de mar del plata (y el mar), un bosque sureño, una selva del litoral, el cordón cordillerano, un perro durmiendo.
El hombre, con la camisa un poco salida del pantalón, mira absorto cada uno de los monitores (cuando debiera de mirar desatentamente, como toda rutina indica): eso es una distracción y es probable que le sea perjudicial. Nosotros nos ponemos nerviosos y tememos por él. Al mismo tiempo creemos que la naturaleza es justa y sabia.

Mientras le tomamos cierto odio a nuestro enlace (tiene el dobladillo del pantalón increíblemente sucio), y nos llenamos de bronca ante la abyecta declinación de la vida por abatimiento o reiterada humillación, vemos que una de las pantallas se pone de un intenso azul cielo; y es la imagen del cielo mismo. Y vemos también que en ese cielo un píxel negro traza un círculo reiteradamente. Lo vemos bien, pero nuestro enlace tiene una tara que no le permite entrar en alerta. Es la tara del brillo, de lo Poderosísimo Brilloso (que suelen resultar las pantallas encendidas). No es tanto un problema (el que tiene) por tener ojos como por tener la mirada mal educada (dijimos que miraba absorto, no con atención. Evidentemente no sabe mirar); ya la camisa afuera nos advertía su falta de disciplina. Y dios sabe que hay cosas suyas (de dios) que no nos gustan (como esta creación fallida), pero a dios gracias también: el disgusto que sentimos por su obra se va con la culpa que lavamos por el respeto a su obra misma; (porque si así él lo quiso…). Así que no le advertimos a nuestro guardia sobre el agrandamiento del punto en el cielo. Aunque también creo que lo que veo puede no ser real. Tal vez por eso calle. Cabe la posibilidad de que todo sea producto de la imaginación de este soldado mal trazado, pero fuertemente imaginativo. Ustedes saben, una de esas imaginaciones autárquicas y convincentes (yo le estoy creyendo al punto de considerarme posibilidad de ser parte de ella). De manera que si esas pantallas trasmiten campos, campos serán, y si campos son, cielos tendrán (y los tienen de tantos colores), lo que por suyo no resulta extrañó que ese píxel sea, al aumento del zoom, una ave, y si me permiten, majestuosa; hambrienta (¿no es el hambre pura majestad?). Veo también que esa ave busca saciedad y que tiene la mirada encendida de rapacidad. También está la forma en que se lanza a su víctima: en afiladísimo clavado.

Cabe asombrarnos por esta habilidad de ataque, pero más deberíamos por la existencia del devenir ave. Maravillosa es la naturaleza con sus mutaciones reales, imaginarias, virtuales y físicas: porque este hombre, con facciones de gran Dante, descendió tan sigilosamente de su alto piso (¿tendrá allí su oficina, su nido? ¿cómo serán sus huevos?) que sorprendió previsible pero (¿?) a nuestro hombre de uniforme (quien ya cargaba en su especie el destino de presa).

Fuera de Animal Plantet, nunca en mi vida pude ser testigo directo del universal ballet de aniquilamiento y procreación.

Hubiera aplaudido. Qué locura todo.

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