18 de septiembre de 2006

Ciclos.

El fraccionamiento del tiempo es una necesidad desde el momento en que comenzamos a morir hasta el que dejamos de vivir; entre esos dos insignificantes momentos sucede lo más importante y lo menos también. Y no importa exactamente qué, casi todo lo comprendemos dentro de algún ciclo cronométrico o costumétrico (la vida medida por las costumbres). Estos ciclos pueden ir del minuto uno al minuto sesenta, de la hora cero a la veinticuatro, del día 1 al 31. Pero también pueden ir de la última vez que se acaricia un perro hasta la próxima vez que se lo haga, o de un desayuno al otro, sin que por ello pase un ciclo de 24 hs. Con esto quiero decir que los ciclos están determinados por el sujeto.
Cuando digo que los ciclos son una necesidad me refiero a que son contenedores de costumbres, y las costumbres son seguridad, tranquilidad. Sabiendo que los seres humanos tenemos un poderoso instinto de supervivencia no nos extrañará la poca tolerancia al cambio y la devota adhesión a la rutina, aun cuando la misma no nos satisfaga por completo. Ahora, lo que me interesa es el punto en que un ciclo termina para luego recomenzar. A los ciclos los podemos graficar con un círculo, y podemos decir que un círculo, desde el punto de vista de la geometría, se puede cortar en cualquier punto, sin embargo las dietas se empiezan los lunes. Más allá de nuestras infatigables repeticiones, reconocemos o sentimos que hay un punto específico donde todo recomienza; y no por falso es menos cierto. Este punto se percibe cuando existe una intención de quiebre, una necesidad de cambio. En mi caso siento uno de estos puntos en el pasaje del domingo al lunes. Cuando me dispongo al sueño se produce una asquerosa sensación. Es un vacío desolador comprendido entre la melancolía y la esperanza. Es saber lo que va a venir y la impotencia de no poder cambiarlo. Es la repetición perpetua de una conducta inconducente. Puede que sea la falta de imaginación o el exceso de la misma. Es un instante severo. Creo que los suicidas toman su fatal determinación en ese punto, lo mismo los tipos que se casan. Y no es tanto la búsqueda de que algo mejor comience como la de que algo malo termine.
De los ciclos no hay salida. Podemos, esfuerzo mediante, salir de uno, pero inevitablemente entraremos en otro y en otro y en otro y así, hasta ser lágrima de nuestros hijos, recuerdo en nuestros nietos y olvido por siempre.

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