26 de septiembre de 2006

Fantasía.

Parado al borde del anden del subterráneo pensé: yo me tiro. Agarro derecho por la vía, me adentro en el túnel y camino. Camino entre durmientes y un piso de grasa. Exploro, esa es la palabra. Me convierto en un explorador. El imaginario vulgar me ha enseñado que entre estas negras venas corre algo más que un tren. Que allí hay pasadizos donde se escabullen fieras sigilosas, expectantes y hambrientas de don nadies. Seres ocultos que desean atragantarse con hordas de trabajadores aburridos, que los masticarán con bronca pero que los escupirán asqueados. No hay satisfacción cuando la victoria es justa, esperada, fácil.
Me han dicho que los sobrevivientes se sentirán héroes solo por sobrevivir, y que su heroicidad serán las vanas historias de su vejez. No me importa; si todo lo que se puede hacer es nada, entonces haré nada. Llegar a viejo masticado, escupido, pateado y habiendo besado a mil doncellas es preferible a subirse al tren every day. Pero aún así, los hechos no tienen la valentía de las palabras y elegimos representarnos la otra fantasía, aburrida ya: la monogamia, el salario, los amigos, el título, las 8 horas, lo seguros contra todo riesgo, el colesterol, la televisión, el sepelio en un cajoncito lindo, lustrado. Ya sabemos que la realidad, en mayor o menor medida, es una fantasía representada hasta una credulidad insana. Entonces, hagamos un esfuerzo, seamos maduros y juguemos a otra cosa.

No hay comentarios.: