28 de septiembre de 2006

Las realidad más allá de las cosas. O cuando la verdad no es la realidad.

Somos seres más básicos de lo que nos gustaría ser. Más allá de nuestra presunta capacidad intelectiva y de la complejidad y sofisticación de nuestros actos, existe una impresión profunda que pertenece a la dimensión de lo determinante. Con dimensión de lo determinante me refiero a que hay ciertas cosas que uno puede creer y sentir profundamente, que puede defender y justificar con la mayor honestidad posible y que aun así, en algún lugar del Ser se rechazan o se contradicen. Eso es tan fuerte y basal que creo determina nuestro comportamiento. Digo esto porque leyendo unos textos de Beckett (como cualquier otro) llegué a verlo como un pensador y artista genial. Juro que así lo comprendí. Y todavía lo hago. Sin embargo, bajo cierto cielo azul, su presencia me causa repugnancia hasta el punto de rechazarlo. Entonces hice algo. Tomé un ejemplar con todos sus relatos y al azar abrí sus páginas. Fijé mi vista arbitrariamente en un renglón equis y sustraje la primer palabra que vi. Repetí este procedimiento hasta tener un puñado de ellas (aclaro que esto no es método para descubrir nada). Sacadas de su contexto y robada ya su intención filosófica, literaria o artística, las palabras mostraron su dimensión pura. Estaban ahí, crudas, mostrándose en la profundidad de su significado. Este es el texto que extraje de Beckett: rompen, alejarán, oscuridad, silencio, incierto, falso, mármol, cerrados, superior, denuncia, aire, vida, curioso, entierro, eternamente, partido, tiembla, hablando, hombres, guijarros, acabar, espalda, clavo, impedimento, desnudado, siempre, muro, nunca, matadero, harapienta. La impresión general es trágica, el gusto que deja es agrio. Por supuesto que no hacía falta hacer este ejercicio para darse cuenta de la oscuridad del autor, pero si para sentirla de manera condensada y despojada de toda idea, fin y estética. En resumen, lo que me dejaba se contraponía con la impresión determinante, con aquella que está fuera de la inteligencia, la poesía, la religión y el resto del bla bla que recubre toda nuestra vida. Esa impresión vital que nos deja cada átomo indómito y cada célula caprichosa, que quiéralo uno o no, se empecinan en existir a su manera. Por eso, cuando uno está bajo sol, tibio y con un amor, no quiere a Beckett, ni a ninguna otra verdad o idea, no los necesita.

Finalmente me pregunto: ¿Habrá habido alguien que haya muerto o matado por alguna verdad o por alguna idea, o fueron sus textos los pretextos de una realidad mucho más simple y básica?

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