3 de noviembre de 2006

Flagelaciones.

Es un exceso de faltante. No sé exactamente de qué, así que lo llamaré amor.
Según han pasado los años he llegado a comprender que esta condición es inmutable y que el vacío es lo dominante. Sin embargo, como eterno infante de los sentimientos, confíe al poder amansador de la costumbre la tarea de sosegar tal angustia. Pero no tuve en cuenta algo fundamental: la costumbre, para anestesiar, necesita estabilidad. Cosa que no puedo ofrecerle.

El impulso irrefrenable de ser todo, el de querer elegir todas las opciones, el de no soportar renunciar a nada, es muy fuerte, demasiado. Tanto que mi existencia gravita en torno a esas demoledoras exigencias. Para colmo de males hay una circunstancia muy particular que intensifica ese sufrir: la fantasía, creación imaginaria de contextura cruel y espíritu perverso.

La fantasía me otorga la placentera sensación de abarcar más, al mismo tiempo que nada hace por eso. Es una forma de la catarsis, y paradójicamente, un generador de esa necesidad. Porque este seudo-aliciente del nada poder, me pone, en su punto final, en contacto brusco con una realidad absolutamente limitada (claro que los límites se pueden correr, pero eso mismo los eterniza). Ahora que lo veo, me parece que el problema es la falta de límites. Saber que todo se puede, y saber que uno se va a morir, es saber que nada se puede.

En el terreno del amor esto me tiene muy perjudicado. Un amor no me alcanza. Es que con un amor no se puede amar. Hay una frase de Antonio Porchia que bien lo explica: “Quien te quiere, si te quisiera solamente a ti, no podría quererte, porque no sabría como a quien ni como a qué quererte” (frase que espero ningún atorrante -yo- intente usar para amortizar la traición a una mujer).
En todo esto la esperanza tiene mucho que ver; es un importante contribuyente de mi permanente insatisfacción. Porque si tan solo supiera que no se me va a amar, si estuviese seguro de que todo esfuerzo será en vano, entonces la esperanza se extinguiría. Lo que mata es la posibilidad, que como la esperanza, nunca es pequeña.

De todas las fantasías posibles, de todos los campos en los que puedo ejercitarla, he elegido una tipología para ejemplificar: la sexual. Pero tranquilos, esto no será una exposición confesional de todas ellas, no, ya todos sabemos de qué van las fantasías; entre los humanos no existen los secretos.

Soy el esclavo de la testosterona, el rehén de una moral represiva y la marioneta de mis deseos. Si a esto le sumo el impulso a tenerlo todo, no necesito decirles que a la mayoría de las mujeres que veo no me cuesta nada otorgarles el estatus de: la más hermosa del mundo.
La última vez fue en el tren. Casi en la otra punta del vagón una fémina con el status mencionado me miró como quien mira a un poste, no necesariamente un poste feo, pero tampoco como a uno de eso postes que uno mira y dice “qué pedazo de poste”.
Sin embargo bastó ese fugaz roce de miradas para que la maquinaria de mi perversa fantasía se ponga a trabajar. Y en ese terreno hice lo siguiente: caminé hasta ella y le dije algo que no alcancé a escuchar, pero que por su reacción fue lo que ella esperaba oír, o mejor dicho, lo que no esperaba. Fascinada por mi presencia cautivadora, y creyéndome imprescindible para su felicidad, hubo de invitarme a su casa donde nos pegamos un revolcón de película, de película porno. Pero la cosa no termina allí. Como les dije lo mío es insatisfacción pura. Y bien me vino la somnolencia causada por el acunador vaivén del viaje; en entresueños la libido es contundente. Así que nada le costó decirme que la chica del tren había recibido, por medio de algún pase metafísico, algo de mi deseo. Y que por esa energía enviada, esa misma noche, ella despertaría de un sueño. Que lo haría despeinada y con la piel ardiendo; desconcertada y contorsionando aún su cuerpo por la inercia de lo que era una profunda invasión. Que en la penumbra de su habitación sus pupilas se dilatarían en el deseo de encontrar al fantasma de tal salvaje posesión; y que como puntos suspensivos, se escucharía el jadeante eco de su respiración.

Ustedes pensarán que la historia termina acá. Se equivocan. La fantasía llega a terapia. Como no tengo terapeuta me imagine a una morocha de mirada profunda, capaz de helar al mismísimo diablo en un abrir y cerrar de ojos.

Consultorio en luz tenue.

Ella: Bien. Veo su punto. A usted no le alcanza con fantasear con mujeres, exige, además, que ellas fantaseen con usted. Interesante, muy interesante.

Yo: No, no interesa ninguna fantasía cuando la realidad puede ser mejor que cualquiera de ellas. Qué le parece, licenciada, si hacemos de esta realidad, la mejor de nuestras fantasías.

Ella: (plano detalle a sus labios, vemos que los entreabre y que su lengua asoma para humedecerlos).


Comienza a sonar “Nutshell” de Alice in Chains.

Funde a negro.

Sobreimprime:
Idea y guión………. Diego.

Elenco por orden de aparición.
Chico del tren………. Diego.
Chica del tren………. (……).
Psicóloga hot……….. (……).

2 comentarios:

Victoria dijo...

jajaja
yo soy estudiante de psicologìa.

punto y aparte.

jajajaja

Flor dijo...

Muy bueno. O sea que tambien le diste a la psicologa? jaja.
Ahora en serio, sabes que a mi me pasa? Eso de que no me alcanza con un solo amor, no, no y no. Mi cabeza se enperra en encerrarse en EL, pero siempre hay alguien mas. Creo que todo surge por la misma insatisfaccion de la que hablas. Podria hablar mucho mas que esto (aunque no tenga sentido) pero mejor me quedo aca. Solo decirte que, aunque por ahi utilizes cierto lenguaje para expresar tus ideas, son super entendibles y nos llegan a todos.
Besos.