19 de abril de 2007

Y usted qué sabe.

Así como hay instaurado un patrón de la ignorancia, lo hay también del saber. Es decir, sabemos lo que debe saberse para conferirle el mote de inteligentes a unos, y sabemos lo que no debe saberse para conferirle el de ignorantes a otros.

El saber se nos impone. Nace junto a nosotros, pero con miles de años de ventaja. Empezamos mal. Todos nuestros juicios son prejuicios, aun cuando están legitimados por el consenso de la gran mayoría.

Nacemos, y sin posibilidad de defensa, la familia comienza a enseñarnos. Sin embargo, nuestro saber, solo por ser familiar, será bueno. Casi al mismo tiempo comenzamos a mezclarnos en el ámbito social donde las relaciones de familiaridad ya no estarán regidas por la consanguinidad sino por lazos más variados y complejos. Esas nuevas relaciones familiares podemos encuadrarlas en movimientos, escuelas, partidos, etc, y serán las portadoras de las diversas categorías del saber: artístico, científico, religioso, filosófico, político, etc.
Cada uno de nosotros, formado con mayor o menor incidencia por una o varias de esas familias, presentará una inclinación a aceptar cierta tipología de gnosis y a desestimar otras. Tenderá “genéticamente” a ofrecer y aceptar un tipo de saber.

Para un alma creativa y conciente de si, esto resulta tortuoso; carga un peso terrible en la idea de haber sido moldeado por y para algo. Saber que su saber no es libre, sino heredado, le resulta abrumador. Anda arrastrando, sin permitirse el alivio del egotismo, el pesado lastre de sus creaciones, que siente no son tan suyas. Es que se percibe como parte de una monstruosa cadena, se siente forjado e instrumentado por y para la familiaridad. Padres, amigos, sacerdotes, generales, jefes, profesores, si no es por obligación, es por afinidad, pero por una u otra acabamos produciendo lo esperado, lo aceptable, repitiendo, aún con diferentes formas (en la innovación de la forma puede el creativo encontrar un efímero alivio), el mismo contenido, el mismo sentido. Se es algo así como el eco, de un eco rebotando sobre un yermo valle cercado por la obviedad de lo hecho.

Este es el más fuerte argumento que tengo para fundamentar mi mal recibido principio de acción: el saber que los demás validan en mí es siempre el incorrecto. Digo, que cuando se me otorga algún tipo de aprobación, nace en mí, al instante, la certeza de un error, y comienzo la tarea de comprobación de tal, la auto-refutación, el escape al galope del nuevo lugar común.

No busco adherentes a mi saber, sumarlos acabaría fortaleciéndolo, y por ende, anquilosando la posible expansión de mi conciencia, único terreno donde se dimensiona mi existencia. La sabiduría es individual, no colectiva. Aunque parezca extraño, la idea de sumar adhesiones no suma nada. Me explico. No es la suma del saber la que suma, sino la división, y esa división, en verdad, resulta siendo la multiplicadora del saber (si bien acá apenas se atisba, el conjunto de las operaciones aritméticas parecen complementarse y así, inutilizarse. De lo que podría desprenderse las siguientes tesis: “la inutilidad del saber matemáticamente comprobado”, como así también, “la inutilidad de la matemática misma para saber algo”).

El saber, en su esencia, es inmoral y anti-ético (no monolítico moral y ético, como se nos induce a pensarlo). Y lo es por su característica principal: volubilidad / infinidad / ubicuidad. Pero la sociedad necesita una base, cosa que sabemos debe ser sólida, y sobre todo estable, inmóvil. De lo que no es difícil deducir que los portadores del saber serán siempre morales, éticos, y degradantes. Sí, paradójico pero cierto. Ellos, que se jactan de su seriedad, solemnidad y responsabilidad, estarán siendo sus mismos disolventes, sus propio verdugos (algo que ya observó Freud, Sigmund al decir que “se muere necesariamente por causas internas”. Aunque en este caso yo estoy haciendo una traducción de esa observación, llevándola del cuerpo biológico, al ente social. Una traslación de concepto para mostrar un principio que comparto y que me gusta aplicarlo a todas las cosas. Por cierto, este principio paradójico que trata sobre la conversión de algo en su opuesto es llamado enantiodromía, y fue mentado ya hace un tiempo por un tal Heráclito. Lo ejemplificó claro: "Lo frío se calienta, lo cálido se enfría, lo húmedo se seca, lo seco se humedece").

Ya vimos que el saber que recibimos no es libre y que eso es la decadencia. Dedujimos también que la inmoralidad y la falta de ética son los motores de la especie. Podemos, entonces, pedirle a todos los vehículos del saber que sean ligeros, volubles y permeables si quieren ser respetables (los vehículos somos nosotros). Es decir que cada persona tenga la responsabilidad no de ser responsable en el sentido de cuidar un saber (como suelen hacer los idiotas ilustrados), sino de exponerlo al cambio, a la mutación y/o a su definitiva destrucción (imagino que la fórmula “energía es igual a la masa por la velocidad de la luz al cuadrado” debe haber terminado siendo para Einstein un problema, una negación de sus capacidades más que una confirmación. Es que toda mente inventiva se siente, inmediatamente después de crear algo, ensombrecida por esa creación, que no hace más que señalar un límite. Pues los límites siempre están en contradicción con el ejercicio creativo. Digamos que la creatividad es el ejercicio de la frustración).

Aferrarse a cualquier “ismo” sin llevarlo hasta las últimas consecuencias es comodidad y cobardía. Hay que estar dispuesto al abandono. Al cese. A llegar hasta las puertas del fanatismo, para luego dar un portazo. Hay que dinamitarse. De las grandes construcciones solo unos pocos escombros valdrán la pena. Lo útil de la cultura, es la resaca de la cultura.

La potencia creadora radica en la negación. El hombre honesto está en constante destrucción. Su negación es positiva y su destrucción constructiva. La evolución es entonces “revolución”, el progreso, “un ahora útil” a condición de “un mañana inútil” (con lo cual podemos entender la felicidad retrospectiva y melancólica de aquellos que insisten en que todo tiempo pasado fue mejor, de aquellos que ya han perdido la capacidad de hacer -propia de la juventud-, y que ven, lógicamente, una actualidad inmoral y sin rumbo –la humanidad nunca tuvo rumbo).

Que no se me mal entienda, la negación del saber la hago en nombre de la vida. Los “ismos” son inhumanos por definitivos. No nos engañemos, no nos inyectan vida, sino muerte (incluso a la muerte misma intentan matar con sus anhelos de inmortalidad) y perpetuidad: así el catolicismo, el socialismo, el totalitarismo, el humanismo, el ningunismo, etc, etc. Todos ellos deshumanizan (lo repito porque me parece el rasgo condenable de ellos).

Ser por constitución ajena una persona de saber es una limitación que no acepto. Esa es la razón por la cual me ponen de profundo malhumor los elogios. Las alabanzas acomodan y condenan a uno a repetirse una y otra vez, convierten a cualquier acto en monumento de sí mismo. En definitiva, el elogio petrifica.

No dormirse en los laureles es reconocer la inexistencia de los mismos; recibir un premio y seguir adelante es un acto contradictorio, un insulto al reconocimiento y a aquellos que nos reconocen (que dicho sea de paso, bien merecido se lo tienen).

La antinomia saber-ignorancia me pone los pelos de punta. Que quede claro: lo contrario al saber no es la ignorancia, es otro saber. Y concibiéndolo así, no puedo más que tener cierto desprecio por todo lo que esté relacionado con la pedantería del aprendizaje: profesores, maestros, alumnos y los antros educativos en general.
Y si usted es de los que al mirar su amplia biblioteca siente orgullo y no pesar, si es de los que andan al mismo tiempo con libros y con una sonrisa, bueno, permítame decirle que es un traidor. Es un toro con cuernos limados, una deficiencia de la especie, un grano que la selección natural se encargará de reventar (siempre y cuando el homínido de Darwin tenga razón).

Posdata uno: luego de haber dicho lo que dije, me encontré con un artículo de Jorge Luis Borges del que extraigo una frase que me resulta apropiada para la ocasión: “Siempre la gloria es una simplificación y a veces una perversión de la realidad; no hay hombre célebre a quien no lo calumnie un poco su gloria”.

Posdata dos: y luego de haber leído lo de Borges encuentro, en otro lugar, la razón con la cual Jean Paul Sartre negó su premio Nobel de literatura: “La razón subjetiva se desprende de mi concepción del intelectual, del escritor, que tiene que ser un realista crítico, y rechazar toda institucionalización de su función”.

Y por último.
Ya no la verdad, sino la ingenuidad, nos hará libres.

7 comentarios:

Alex dijo...

1) le voy a llevar este texto a mi profe de filosofía mañana a la mañana, creo que te va a poner entre Nietzche y Heidegger, pero sólo para romper las bolas.
2) sabés que decía mi ex marido? mi ex marido decía que está todo inbventado. sabés que era mi ex marido, mi ex marido era un boludo.
3)"Ya no la verdad, sino la ingenuidad, nos hará libres" siempre esto que decís ahora, mal que te pese, sos depositario de un saber que es bueno que los demás vislumbren. y no está mal que te refutes, pero no todo: esta frase es linda, si la verdad como ente pleno de significado sin capacidad de malinterpretaciones no existe, esta es al menos una versión de principios de siglo muy adecuada a los tiempos de soledad que corren. dejanos disfrutarla sin refutaciones.

Alex dijo...

siempre pensé esto, me faltaba el verbo

microcosmos dijo...

hay elogios que pretenden disimular ignorancias (aplauso que no sabe qué cosa aplaude).

hay elogios que advierten el límte creativo de quien elogia (aplauso que acepta todo y no digiere ni cuestiona).

y hay algunos elogios que elogian el punto cero donde los deja lo que leen (celebrando la reversa y/o la caida de esos saberes molestos que no sabían sacarse de encima, y que aplauden la ignorancia en la que se descubren y se sumergen).

como sea, hoy no te elogio.
y no porque no esté segura que sabrías que con ello apelaría a eso último que escribo, sino porque no me interesa tu mal genio.
o tal vez sí, sería interesate provocar tu mal genio... si acaso eso te lleva a escribir así.

besón.
y bancátela porque me pareció extraordinario ;)

rmnt dijo...

Leì todo tu texto, pero me voy a limitar a recordar algo:
Màs que saber, prefiero aprender.
Una vez, hace bastante apróximadamente durante un año, enseñè leer a una Sra Italiana, mayor de edad, yo le había explicado que era algo que nunca habìa hecho, y ella me decía que estaba segura que era suficiente. Así había comenzado a ir a las mañanas, tuve que remontarme a mi infancia para recordar cómo me enseñaron a leer y a escribir.
Ella aprendió, leía, escribía, reía, o hacía comentarios acordes y tenía una capacidad impresionante tanto de aprendizaje como de sorprenderse.
Igualmente más que eso, atesoro todas sus enseñanzas.

(creeme que fueron demasiadas)

Para mi, el saber condiciona, el aprender nunca.

Anónimo dijo...

somos efectos del saber, no hay duda, casi clones del concierto del mundo. me gustaria hacer alguna ves la de Thoreau, abandonar todo e encontrar en un bosque la zona virgen de mi mente. capàs es tarde, seguramente, o no, pero està bueno lo que decis.

Alexis dijo...

Me gustaría recomendarte un libro llamado El camino de Chuang Tzu de Thomas Merton. A mí me gusta. Te puede gustar si no lo has leído aún.

Mi opinión del saber es que justamente, siempre sabe a poco. Mucho más vasto es el campo de lo que no sabemos y eso lo hace más entretenido, siempre que te atraiga la novedad y el cambio.

Salutti.

Anónimo dijo...

quizas no es lo más adecuado, quizás es impertinente, quizás de pocas luces; espeso. El texto es genial, genial es lo genuino, lo genuino? vocabulario.... gran aportación