29 de agosto de 2008

Las realidades y el vínculo.

Estaba tratando de no llamar a las cosas por su nombre para que ellas no me digan lo que de ellas hay que decir. Estaba, digamos, tratando de evitar al prejuicio. Una inocencia, claro. Esa actitud conlleva un prejuicio: la creencia misma de que hay algo que se me esconde, que se me escabulle, y que puedo descubrir.

Hace unos días miraba a una suricata echada al sol. Ella también me miró. No sentí diferencias entre ambos. La pacificación, pienso ahora, es la percepción de una continuidad. Su vientre se hinchaba como el mío, siguiendo un respiración moderada por la calidez del sol. No se trataba de su cuerpo y el mío. Tal vez del sol. De una atmósfera que nos difumaba al tiempo que nos mancomunaba.




Me genera un profundo interés lo vincular. Incluso el que se produce en el ámbito de una confrontación. Porque después de todo, un contexto agresivo, no deja de soportar una relación.

En la relación simpática con un animal, algunas personas creen encontrar una razón para despreciar lo humano. Mal. El desprecio entre nosotros, es más una incapacidad para dar comprensión de continuidad a nuestras realidades, que una virtud de los animales. El desprecio suele ser una postura estéril para el vínculo. Es una cerrazón. El gesto que lo metaforiza es significante: se frunce la nariz, se bloquean las fosas nasales, se percibe al otro como irrespirable. Su realidad es tóxica.

Acabo de hablar de comprensión e incomprensión de nuestras realidades. ¿Es la comprensión lo causal del vínculo? ¿La suricata me comprendía? ¿O es más bien la insignificancia la que regía? ¿Sería un vacío de sentido provocado por el sol? ¿Serían los veinte grados centígrados y la presión atmosférica aquello que nos puso en continuidad? No hay amistad o enemistad posible con un animal (no la misma que tengo con los humanos), creo, por tanto, que el vínculo vino por un reconocimiento indiferente. Por la mutua percepción de la indiferencia. Somos distintos, pero iguales, pero sobre todo, eso no importa. El cielo está despejado y ambos lo sabemos.

Mencioné la virtud simpática. Pero no se trata de simpatía o antipatía. Hay algo más complejo, un fenómeno contextual del cual la simpatía o la antipatía son epifenómenos. La simpatía con la suricata la provoqué al humanizarla, al equiparar su vientre con el mío. Sin duda la insignificancia del momento influyó en el relato posterior (este mismo). Las ganas de realizar una filosofía de la amistad, acaban en un relato de felicidad trivial.

Lo insignificante, lo inerte.
En la formación de la identidad lo inerte ocupa un lugar determinante. No se puede cancelar la realidad en el yo y la otredad.

“(…) Sin embargo, «Dios» o el «otro mundo» no designan nunca del todo manifiestamente una continuidad (…). La fe no consiste jamás (…) en que creamos algo del mismo modo en que creemos que mañana seremos felices. La fe no puede, por definición, sino consistir en interpelar lo que ocurre, y aniquila toda creencia, toda suposición, toda economía y toda redención. La fe consiste, como lo saben los místicos sin darle mayor importancia, en interpelar o ser interpelado por lo otro del mundo, que no es «otro mundo» más que en el sentido de otro que el mundo, aquel que cada vez acaba sin remisión”. Consolación, desolación. Jean-Luc Nancy.

Los relatos, los mitos, los ritos, etc, son solo una voz de lo mudo, de aquello que acaba sin remisión según Jean-Luc Nancy. Sabemos que el registro de la realidad no se agota en un solo prisma simbólico. Sin embargo, una comunidad de sentido es la base de nuestras representaciones para crear y compartir una realidad posible.

Los que creen en la puntualidad, no creen en los fantasmas.
El tiempo es una convención fundamental. Es un estado inerte al que se le da significancia. El ansioso percibe esa inacción del tiempo y tiene una relación desfasada con la dinámica de su presente cultural. Su sensación es estar siempre fuera de lugar/tiempo, incomunicado, sin comunidad: vive acosado por el fantasma de lo inerte, por la voz real de lo absurdo: ¡Falta un día para mañana y vos todavía en hoy!

La tecnología es un buen ejemplo de la convención del tiempo ya que siempre fuerza su percepción. Toda tecnología es un desafío a su tiempo; es el mismo tiempo. Aun el libro, al que tan acostumbrados estamos, produjo una realidad impensable: nos dio la experiencia de la lectura solitaria, silenciosa, ensimismada. Y se me viene a la cabeza una frase de Blanchot: “Escribir es entregarse a la fascinación de la ausencia de tiempo.” Yo diría que la imprenta hizo realidad lo mismo, la posibilidad de experimentar con la lectura una ausencia de tiempo. Hoy estamos acostumbrados, pero, ¿qué realidad configuró lo inerte del libro: la textura del papel, su volumen, el lugar en casa? Su contexto, ¿cómo nos modeló? ¿qué vínculos propició?

Es posible confrontar realidades con calma y hasta con alegría: si hay que matar para comer, se acepta morir cazando. Es una moral de la resignación, pero no del abandono. Hay líneas muy convincentes que nos demuestran lo deprimente que es la existencia, y otras, igualmente verídicas, que nos la presentan vivificante Ambas son verdaderas en la medida de su autor. Y lo son para nosotros en un momento particular de vinculación con ellas. Incluso hay quien, con irónica lucidez, nos enfrenta a ambas realidades:

“De todas maneras es un asunto cerrado, mi genoma ya se descifró, el gusano elegans es parte integrante de mi linaje, la vida es absurda, la muerte no tiene ningún sentido, la nada carece de importancia, el Eterno Femenino fue puesto en el Museo, la guerra de los sexos se hundió en el aburrimiento, el Superhombre ha parido al Subhombre, estamos en plena bajamar milenaria.
O bien todo lo contrario: por fin la Tierra se ha liberado, y baila; mi genoma es un pasaporte; la vida se alarga en todos los sentidos; Dios resucita a cada segundo; el Diablo lo sirve; el Eterno Femenino es más divertido que nunca; la guerra de los sexos no había sido nunca tan excitante; la muerte se inclina; el Superhombre sobrevuela; es la marea viva de los siglos.
Usted tiene derecho, cada mañana, a estas dos visiones del mundo. Elija.” Philippe Sollers, Una vida divina.

También es considerable Bergson, para quien “la realidad es un proceso perenne de creación, sin principio ni fin, que no presenta dos veces la misma fisonomía, sino que muestra en cada instante un aspecto original e imprevisible: es un fluir constante, en donde nada persiste, una continuidad móvil y viva, sin división alguna de partes”. Pensándolo así, no hay supervivencia del más fuerte ni posibilidad de adaptación. Se anula la codificación Darwiniana de la existencia ya que pone a la vida por sobre la realidad al darle un sentido único, bien definido.

La marginalidad de la realidad; el vínculo sobre los bordes; la fragilidad como condición, la inestabilidad como equilibrio.
A nuestra interioridad la sublimamos como singularidad sagrada al tiempo que realizamos todo por y para la gregariedad. Es risible la concepción aristocrática del gusto, esa altivez acartonada de quienes aseguran estar eligiendo a sus amistades. La cosa no es tan así. Es cierto que el gusto nos distingue, pero no veo porqué le damos a la distinción un sentido distinguido.

La suricata hedonista, asoleada y amiga, fui yo. Como ella también fue yo, y ella misma. Un ambos. Una ambigüedad. Incluso un viento; ese aire indiferente, el que amontona, el aire que tienen todas las cosas; el parecido, el vínculo.

1 comentario:

Alex dijo...

este post brilla
me encantó!!!!!