Las emociones cambian la realidad. No es la naturaleza misma de las cosas, pero las inviste de tal manera que, lo que acabo de decir, cambia hasta su opuesto: las emociones son la naturaleza misma de las cosas.
No he cambiado de parecer. Es el parecer el que me cambia. Y sin embargo, he cambiado de parecer. Y me permito decir: pare-ser.
Antes del sentido y los sentidos, a través de él y ellos, y luego de todo, queda la experiencia concreta pero incierta de aquello que nos pasó: es el acontecimiento, que se vuelca al pasado inmediatamente. El pretérito, el recuerdo como forma de narcolepsia, como acceso a la otredad.
Es que el presente, intenso y fugaz, se duerme, agotado, en un abrir y cerrar de ojos. ¿Qué es el tiempo, para nosotros, que dormimos?: una ambivalencia donde habita el otro a nuestro destiempo. Es el espacio del sentimiento amoroso por excelencia: la percepción de lo ajeno en lo propio.
Conciliación: es el sueño como el amor. ¿Conciliación con qué? Con la evanescencia. Quien ama como quien duerme se aferra al mundo.
“Me retiro de la inmensidad y la inquietud del mundo, pero para entregarme al mundo, manteniéndome gracias a mi unión en la verdad segura de un lugar limitado y firmemente circunscrito. Dormir es ese interés absoluto por el cual me aseguro del mundo a partir de su límite y, tomándolo por su aspecto finito, lo sostengo con bastante fuerza como para que permanezca, me tranquilice y pueda descansar”. El dormir, la noche. Maurice Blanchot.
En vano la consulta a la margarita, siempre nos dirá la verdad: me quiere-no me quiere. Me duermo-me despierto.
¿Qué se duerme cuando quién se duerme? De nuestros sentidos (olfacción, visión, etc, etc), ¿no deberíamos considerar al dormir como aquel al que pertenecemos, aquél ineducable, inapelable, imperdible (el insomnio, ¿no es acaso la desesperación de haber perdido aquello que no se puede perder?)? Si somos una construcción de los sentidos, los sentidos, son una construcción de ese Otro: el dormir.
“Ante la infinita singularidad de la experiencia, que se le viene encima como una avalancha de desechos ("mi memoria, señor, es como un vaciadero de basuras", dirá en algún momento al narrador, durante una larga noche de insomnio), Funes desprecia y resiente la universalidad de las palabras. No puede dormir ni tampoco, concluye el narrador, pensar: "pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer" Eduardo Sabrovsky. Bosquejo de una ética para inmortales.
Qué mejor objeto podemos suponerle a la realidad que su falta de objeto. Sin embargo, la generosidad de la creación es paradójica. Implica una apropiación de los sentidos hasta su agotamiento. La vigilia es una circunstancia de intensidad de pleno uso. No hay medio vivir. Es lícito sospechar de quien no duerme:
“La gente que duerme mal siempre parece más o menos culpable. ¿Qué hacen? Hacen la noche presente”. El dormir, la noche. Maurice Blanchot.
La fisiología se construye como una compleja máquina que alterna entre la resistencia y el ceder, entre la sístole y la diástole. Y aún así, la noche cae sobre las venas más correntosas. Y se duerme. Ni sueños se recuerdan con ese dormir. Se duerme el casi-todo, ya que al todo pertenecemos, pero no nos pertenece, en tanto, claro: seres de vigilia. La vigilia no se duerme.
“El sueño de la noche no nos pertenece”, escribió Bachelard. Yo diría, solo para decir (así es mi diástole), que aquello que no nos pertenece es la noche misma, o ese espacio Otro, en el que el tiempo se oscurece. Un tiempo Otro, un espacio sin. Lugares, de los que solo tenemos noticias porque no hemos estado allí.
“Dormir la noche es lo único que nos hace escapar de lo que hay en el fondo del dormir. ¿Dónde está la noche? No hay más noche”. El dormir, la noche. Maurice Blanchot.
La realidad se constata siempre. Se puede aseverar la existencia de otra cosa, pero no necesariamente acceder a ella. Y por su puesto, se puede estar en una existencia sin dar cuenta de ello.
Así es que por el dormirse, la experiencia concreta es incierta y aquello que nos pasa fluctúa en sentidos según las emociones. Somos un presente de pura ambivalencia de sentires, somos el centro vacío de lo propio y lo ajeno.
Aquí estoy a tu lado mujer mía que duermes,
solo.
La noche es una oscuridad tímida
a través
de la madreselva.
(Será en los campos una solemnidad
de giro armonioso,
mágico,
acompasado de grillos y suspirado de aguas).
Estoy solo a tu lado, mujer mía.
¿Qué sueño
agitará tu pecho?
Aquí estoy a tu lado, solo, mujer mía.
¿Qué será de nosotros
de aquí a doscientos años?
Qué seremos ¡Dios mío! Qué seremos?
Dentro de cien,
dónde estaré yo?
¿Tendrá la noche estival,
entonces la forma que ahora tiene?
¿Y habrá una soledad
que gemirá
en esta misma pieza,
al lado
de la mujer dormida?
Juan L. Ortiz.
Extraído de “El libro de las criaturas que duermen a nuestro lado”, de Arturo Carrera y Teresa Arijón.
16 de diciembre de 2008
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2 comentarios:
Cito: "el insomnio, ¿no es acaso la desesperación de haber perdido aquello que no se puede perder?". Enigma que cada noche me lanza la Esfinge que vigila la entrada al Sueño.
sep, quien ama como quien duerme se aferra al mundo.
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