26 de junio de 2009

Exotismo; nuestra más pura subjetividad.

Entendemos a lo exótico (como bien nos indica su prefijo “exo”), como un por afuera de nosotros, pero no como una capa que nos reviste o un recipiente que nos contiene, sino como una otredad. Algo que no solo no pertenece a nuestro campo cultural o esfera íntima, sino que, por definición, no puede pertenecer. Algo perceptible, pero inaccesible.




La idea de cuerpo que puede tenerse, en tanto posesión e identidad definitiva, es tan solo una forma de concebirse: un sistema, un orden, una organización adquirida pero no dada. Nos dice el antropólogo David Le Bretón:

“En las sociedades tradicionales, de composición holística, el hombre se confunde con el cosmos, la naturaleza, la sociedad”.

Y también, en su libro “Antropología del cuerpo y la modernidad”, podemos encontrar una cita a Claude Tresmontant:

“El hebreo es una lengua concreta que solo nombra lo que existe. De este modo, no tiene un nombre para la “materia”, ni tampoco para el “cuerpo”, ya que estos conceptos no refieren a realidades empíricas, contrariamente a lo que nos llevan a creer nuestros viejos hábitos dualistas y cartesianos. Nadie vio nunca “materia”, ni un “cuerpo”, en el sentido en que son entendidos por el dualismo sustancial”.



Hoy, las dos percepciones del existir (individuado y holístico) se mezclan, se alternan, y se confunden en la mayoría de las personas. De manera conciente o inconsciente le damos al cuerpo tratamientos contradictorios y hacemos un mix entre lo moderno y lo tradicional, entre lo oriental y occidental, sin reparar demasiado en ello. La determinación, característica intrínseca de las creencias y los valores (cualesquiera sean), podrían servir de eje, pero acaban cediendo ante el desorden de la indiscriminación. No es extraño ver como, en la búsqueda de un bienestar pleno, nos afanamos sin mayores escrúpulos en la prueba de todo. A tal, los efectos son cuando menos contradictorios: se patologiza al mero hecho de existir: se enferma de salud. Y lo vemos, claramente, en el uso terapéutico de cuanto sea: desde la música hasta los olores, incluso del deporte, que aunque ya nos empiece a parecer extraño, nunca tuvo a la salud en su consideración.

Todo es factible de mejora. Cierto. Pero al no haber acuerdo sobre la percepción corpórea, la salud se vuelve utópica y el imaginario se inflama de posibilidades inconexas. Entre tanto, no encontramos manera de justificar lo indeseable. Entonces la figura pánica se extiende y lo abarca todo. La predominancia discursiva actual, la del sector tecnológico-informático, lo testimonia: solo hablamos de versiones, 2.0, 3.0, etc.

La inconsistencia es una paradoja no aceptada. Acuerdo con Blanchot: “a las paradojas no se las supera, se las profundiza”; sino sucede este hedonismo a medias, que sería la estructura sintomática de este diagnóstico de cuerpo “dualizado”. Es que el verdadero hedonismo es profundamente paradójico, jamás pierde de vista al sufrimiento, que es, de hecho, su consorte. En definitiva, el hedonista acepta lo insoluble pero sin engañarse con la idea de lo provisional. Y no por nada su afinidad con el cinismo, ese que tan bien nos definió Oscar Wilde:

“El cínico es el que sabe que nada tiene valor y que todo tiene su precio”.

Para regular esta materialidad incorpórea tan desconcertante y evanescente que es el existir, tengo que hacer una escucha intensa y no dar por sentado nada. León Tolstoi nos advierte:

“Quien habla de lo suyo habla de lo ajeno. Nadie es demasiado original en su patología”.

El Ruso está en lo cierto, sin embargo, las formas en que llegamos y transitamos por esas patologías son bien personales (también preferiría hablar de desequilibrios en vez de patologías). El inconveniente a la hora de regularse no pasa tanto por el universal deseo de salud y satisfacción que choca contra el mandato genético, ni por la educación de los sentidos que nos conforman ciegos y sordos para siquiera poder considerar otras formas de existencia, no. El inconveniente es la falta de un esfuerzo interpretativo singular y puramente subjetivo.




El exotismo que propongo vendría a funcionar como un canal para lograr la regulación personalísima de nuestros deseos y necesidades. Una forma de trasmutar la otredad en intimidad: la aceptación del ser alquímico. La aceptación de que lo que se desconoce (en tanto se acepta de que existe algo a pesar de nuestro conocimiento) es un indicio que confirma la magia de una operatoria que nos excede, y que, sin embargo, puede conducirnos algún beneficio. Es una forma contribuir a un punto de inflexión. Es el envés del crack-up de Fitzgerald. Es una búsqueda-captura donde se mezclan la desorientación de la ceguera con la seguridad del tanteo. Es procrear con el caos, diseminarle (de semilla) voluntad. Es esparcir semas Bartheanos y luego esperar. En algún punto sucede: el desorden del cuerpo heteróclito acaba ordenándose bajo la variedad de lo heterogéneo.




Si hay algo que queda claro en todo lo dicho es la polisemia que atiende al tema cuerpo. Base compleja sobre la cual se mantiene uno de mis más delicados equilibrios: la alimentación. Y habiendo pasado tanto por la obesidad como por el bajo peso, y en cuanto reconozco en esa polarización consecuencias no satisfactorias, busco aprehender una nueva estabilidad, algo más firme que la actual, y que me permita atender mis necesidades y deseos sin extremar hábitos.

Es difícil. El hábito (como sistema de orden) se crea a base de repeticiones y las repeticiones, lógicamente, a base de exclusiones: lo exótico, por tanto, no puede participar del hábito. Por su naturaleza queda excluido. Sin embargo, lo exótico sería la única forma de solventar un nuevo equilibrio, el único lugar de donde extraer nuevas posibilidades. Y teniendo en cuenta las limitaciones de educación de mis sentidos (y otras) ya expuestas, ¿cómo hacer, entonces, para obtener provecho de la paradoja de lo habitual y lo exótico?. Arriesgo que aceptándola y profundizándola. Porque creo que si uno mismo la profundiza, uno mismo se convierte en la paradoja; y lo exótico se vuelve permeable, y viceversa.




Este ejercicio paradojal que llamo exotismo, es una verdadera acción provocativa. Y es indispensable que la predisposición evocativa, en tanto hábito y reiteración de sentido, sea dejada de lado. El exotismo es pararse (y soportar) una instancia donde no hay nada que decir. Y en esa situación de nadería, se debe aguardar la apropiación de la otredad. Esto me recuerda una frase de Edmond Jabés que está en el ya citado libro “Antropología del cuerpo y la modernidad” de Le Bretón. El escritor nos dice:

“En el corazón de la evidencia está el vacío”.

Voy a insistir: parto de la seguridad de ser un organismo y de saberme atado a ciertos rigores biológicos. Parto también de la seguridad de saberme una modalidad del caos y de poseer flexibilidad biológica. Y bajo la lógica del mismo razonamiento, parto de considerar a lo exótico como una otredad conquistable. Esa empresa de conquista es el exotismo. Mecanismo de apropiación y captura de aquello que, por condicionamientos culturales y naturales, consideramos impropios.

Para trabajar sobre el exotismo hay que aliarse con percepciones de relieve. Percepciones muy simples y frecuentes. Esas que nos sacan del plano y ritmo que traíamos. Puede ser un gesto que nos llama la atención, un color que nos atrapa, la expresión de alguien, el dormir de un perro, cualquier cosa. Todas deben ser vistas como indicios. Hay que evitar omitirlas u otorgarles un sentido, porque de esa manera les quitamos la propiedad de vacío que tienen, que es la propiedad sobre la cual iremos a construir las nuevas evidencias. Lo que hay que hacer ante ellas es esperar, solo eso. Hay que tratar de postergar el juicio y quedarse con la sensación de extrañeza y ruptura. Esto es clave: suspender el sentido ante la extrañeza. Con el tiempo se irán juntando varias percepciones inconexas. Puede ser que la idea de absurdo ayude a soportar el sinsentido, pero también hay que desecharla. Esto no debe ser definido de ninguna manera. Hay que entender que es la elaboración de una nueva sintaxis, singular e inédita, de manera que nunca sabremos exactamente lo que nos comunicará. Recordemos que así como se puede afirmar que en el corazón de la evidencia está el vacío, también se puede afirmar lo contrario: que en el corazón del vacío está la evidencia.




Sin embargo, más allá de todo vaciamiento, hay algo que invariablemente debe quedar intacto y siempre presente: el objetivo de regulación, la motivación de la búsqueda. Un modo: yo deseo trabajar el exotismo sobre la alimentación. Entonces trato de estar atento a “tags” o “etiquetas” relacionadas con ese mundo. Pongo un ejemplo: en el camino hacia el trabajo paso por la puerta de un jardín maternal y un olor a escones me arrebata. Miro por la ventana y veo a unos niños muy chiquitos comiendo. Me causan una impresión extraña. Otro día un ser querido me dice mientras mira un programa de cocina: “Qué rico es París”. La frase me cautiva. Tiempo después me hace un nuevo comentario. Me señala los colores de un plato. Le llama la atención la composición cromática de no sé qué comida; lo que me sugiere un espectro de valoración distinto, aunque ello todavía no integra ningún sentido. De a poco, estas y otras consideraciones se fueron acumulando sin orden. Hasta que un día, finalmente, conjugaron un sentido. Me sucedió cuando vi a esta misma persona frente a un plato de comida con exactamente la misma actitud que los niños del jardín maternal. Algo que podría definirse como un estado de delectación elemental. También de indiferencia. Pero no solo de ella para con su contexto, sino de ella para consigo misma; había un ser absorbido por lo que comía; el alimento la absorbía a ella como ella al alimento. Había una asimilación mutua: retroalimentación.




Eso es lo que pretendía lograr. La transmutación de esa otredad en mi más pura subjetividad. Lo que momentos atrás no tuvo ningún sentido, en un instante empezó a tenerlo: la alimentación es una retroalimentación.

El gourmet, el gastrósofo, el nutricionista, todos elaboran sus propuestas a partir de lo umbilical; habiendo sido carne en los jugos de otra carne; habiendo sido lactantes de lo exótico; y habiéndolo asimilado hasta indiferenciarlo. La retroalimentación es la estructura misma del afecto. Y supongo que una buena dietética tendrá mucho que ver con quién nos sentemos a comer.

3 comentarios:

Alex dijo...

el tema está en la separación, poder reconocer que esa retroalimentación en algún momento se convierte en deseo y falta, para que busque afuera lo que no hay adentro. POrque para que haya encuentro tiene que haber distancia.

Paula Daiana dijo...

Diego cada post tuyo es un artículo lleno de reflexiones más que interesantes, aún no terminé de leerlo pero es increible todo lo que te replanteas y los autores que citas! Me quedé con esta frase de Bretón "En el corazón de la evidencia está el vacío”.
Buen finde!
Besos

Adolfo Calatayu dijo...

Diego: muchas gracias por tu cálida visita,y por dejarme tus palabras.
De ninguna manera podía dejar de pasar por tu casa...la cual es sorprendente,tus post son alucinantes y originales,texto e imagenes absolutamente indisolubles (me encantó ese Arcimboldo vegetal).
Un gran abrazo.