15 de septiembre de 2009

La recomendación.

En la simpleza de la soledad está la angustia más profunda. En soledad el tiempo se amontona; en lo particular me hastío cuando tengo ese estado mental abigarrado: estoy como sobrevolándolo todo, con ansias de aterrizaje, pero sin hacerlo nunca.

Ese tipo de soledad, con sombras demenciales y al acecho de cualquiera que esté involucrado en algo, es la antítesis del vital instante presente: es perderse en un amontonamiento de tiempos: un espacio fantasmal hecho de saudades, especulaciones, melancolías, proyecciones, procrastinaciones, todo a la vez.




Hoy por hoy (aunque desconfiando) me interesan las formas de salida (dije desconfiando porque reconozco que el pensamiento de la salida, de la línea de fuga, del dispositivo de poder, también puede funcionar como obsesor del pensamiento y convertirse, paradójicamente, en el estanco que buscaba evitar). Incluso prefiero evitar la verdad contraria: que todo puede subsumir nuestra atención y subyugar la soberanía que, inferimos, debe tener nuestro ser.

Porque me parece que si alguna vez, la raíz misma de nuestro fundamento intelectual, es obviada por un acto de amor irracional o por un evento milagroso, nada de ello importaría. Sí, esto es un poco la diatriba clásica de la fe y la razón, de lo que se sabe y lo que no, de lo cognoscible y lo incognoscible. Pero también más. Es el espacio donde se juegan las actitudes que nos definen: por otro lado, cabe también preguntarse cuál es la necesidad de la definición.

Hay un punto en que esto debe parar. Es una cuestión natural de no tolerancia a la soledad. Es cierto que no hay que pasar demasiado tiempo consigo mismo. Ahora, ¿qué hacer si en la soledad del todo posible, si en el amontonamiento del tiempo, uno se va extraviando, diluyéndose sin asir nada concreto? ¿Cómo volver a la salud del sin tiempo, del instante vital, cómo salir de la subjetividad patológica? Por desconfianza al mismo pensamiento de la salida no puedo pensar que la apuesta debe hacerse al pensamiento; por la fe tampoco: la entrega implica negarse como parte de un todo; porque reconocerse es motivo de escisión, y eso es suficiente para abdicar de la plena comunidad. Sin embargo…




Sabemos que las palabras se remiten a sí mismas, y que todo lo decible es agotador por la lógica de una sucesión infinita; un problema del lenguaje. De esa soledad del continuum se sale con algo concreto: la música, por ejemplo.

Pocas veces encuentro música con la que pueda habitar un espacio simple, que no me remita a nada, que me deje ahí donde estoy. Una música con la independencia suficiente como para zafar de banales interpretaciones.

En general, no me parece que la música sea “tiempo” tanto como la corroboración de un espacio; esta es una experiencia que se da también en los compartimientos del juego: es el lugar del solo estar, del estar presente.




Hablar de música, como hablar de sí mismo, es inútil a los efectos de esclarecer cualquier cosa. Habremos de sentirnos muy satisfechos si logramos suscitar interés sobre algo y compartir, así, ese concreto que evita la profundidad de la soledad. Es simple, cuando hay algo entre nosotros no hay lugar para nada más.

Ahora sí, recomiendo escuchar “Electrical Tears” del magnífico violero Buckethead.

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2 comentarios:

Alex dijo...

cuando te salen estas palabras yo me quedo sin ellas y está bueno, me gusta, porque me/te encuentro y eso es motivo de celebración, porque esos encuentros son raros, porque se dan en el "instante" y ese instante es eterno y vivaz y también, melancólicamente sublime, como esa música (que te agradezco, no los conocía) ese algo entre nosotros que es lo que celebro.
gracias!

Diego dijo...

Yo también lo celebro, Alex.
Gracia a vo'