1 de octubre de 2009

Humor salvaje; sobre los límites y comportamientos del arte.

Michael Richards es uno de mis cómicos predilectos, sobre todo en la piel del personaje Cosmo Kramer, del programa Seinfeld. Aquí lo vamos a ver en un lamentable estado, provocado por una persona del público, durante un stand up (cosa que me pone triste). Luego lo vemos, por esa ocasión, en una entrevista con Ed Sullivan y Jerry Sainfeld.

A notar: lo idiota que puede ser el público. Sinceramente me cuesta entender cómo la separación entre ficción y no ficción puede ser u omitida o aceptada sin más. La cosa es mucho más compleja. Los repartos de sentido siempre están desplazándose. Y el arte, como motor de ese desplazamiento, nos insta a re-percibir y reelaborar las nociones que nos configuran como humanos, nos habilita un nuevo espacio; y el espectador debe asumir su responsabilidad como habitante de tal: porque la dialéctica del espacio es siempre entre habitación y habitante.






Hay que considerar que el evento artístico tiene su fenomenología y que ésta no remite a nada: es una creación inédita. Y en ese punto tanto artista como espectador son nóveles. No hay necesidad de ser necio. Ya sabemos que el carácter controversial del fenómeno artístico es perenne.

Voy a insistir: administrar al arte en términos de ficción y realidad (u otros pares igualmente rígidos), hacer reparticiones de sentido con base dual, es desperdiciar toda la riqueza que el evento artístico puede dar a la condición humana.

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