2 de diciembre de 2009

La petit vie.

Relampaguea. Abro la ventana. Enciendo un puro. Pongo Wolfgang Haffner. Y a oscuras, me sirvo nueces y pasas en la palma. Elementales son las cosas por las cuales vivo.

Lo asombroso es excepcional, cierto. Pero también es rutinario para la disposición observadora.

En la dialéctica del micro y macro cosmos uno experimenta los múltiples avatares del cuerpo (el cuerpo único es un producto del exceso biológico que vuestros ensueños ayudan a sobreponer).




La inextricable relación de los sentidos con la percepción y la imaginación no dejan de reinventar, a cada segundo, un mundo. Y ni los cardiólogos ni los relojes entienden de esto.

Sin embargo, el corazón, nuestro más generoso símbolo vital, prolonga su tartamudeo, su indecisión, escuchando aquello que los sentidos dicen del vivir. Por tanto, del placer al buen vivir, no hay distancia mayor que la que separa nuestra voluntad de cuerpo de sí mismo.




Recomiendo y convido, junto con la satisfacción de moverse, deleitarse en la combinación de dos alimentos de sabores y propiedades superlativas: la nuez y la pasa de uva. Créanme que juntos, tomados de la propia palma y llevados a la boca como un pequeño tesoro, nos llevaran por fuera de la trivialidad de los cotidianos cielos e infiernos.




Prueben que todo se anula en la paradoja de lo amargo y lo dulce, de lo seco y lo húmedo, de lo crocante y esponjoso. Comprueben que el olvido de aquello que se es va más allá de le petit mort.

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