En la esfera del deseo no tiene competencia el estado civil ni el género ni la edad (todos rehenes culturales), por decir algo que resalte el ímpetu biológico de las pasiones. El caso de un hombre que desea a una mujer más joven es tan común que harta.
El contratiempo amoroso de esta realidad (por demás novelada) es imaginariamente complejo: un ápice del conflicto: la parte masculina exige concreción (fundamento del presente), la femenina, seducción (warning: la seducción es intemporal).
Ya sabemos, los rituales se ejecutan en el tiempo, que son a la vez fundamento y consistencia del mismo. En este caso el tiempo de uno es distinto al del otro. Este defasaje, jamás interpretado con el rigor y frialdad del reloj, suele tomar dimensiones que van desde la novela rosada, a la negra: toda una cromática de las emociones.
“Te-amo carece de empleos. Esta palabra, como la de un niño, no está aprisionada por ninguna restricción social; puede ser una expresión sublime, solemne, ligera, o bien erótica, pornográfica. Es una expresión socialmente móvil.” Roland Barthes, Fragmentos de un discurso amoroso.
Uno se pregunta por la necesidad de darle a la necesidad (biológica) un relato. Y también, si las inquisiciones que siempre se hacen los amantes (y decir “amantes” ya implica una poética de la relación) no son, acaso, las que les hacen los demás a ellos. Por supuesto, aquí ya elucubramos sobre el lenguaje y su patetismo inmanente.
“Dos mitos poderosos nos han hecho creer que el amor podía, debía, sublimarse en creación estética: el mito socrático (amar sirve para “engendrar una multitud de hermosos y magníficos discursos”) y el mito romántico (produciré una obra inmortal escribiendo mi pasión). Sin embargo, Werther, que en otro tiempo dibujaba mucho y bien, no puede hacer el retrato de Carlota (apenas puede bosquejar su silueta que es precisamente lo que, de ella, lo ha capturado). “He perdido… la fuerza sagrada, vivificante, con que creaba mundos entorno mío.” Roland Barthes, Fragmentos de un discurso amoroso.
¿Podemos escapar a la construcción cultural del Tiempo del deseo? ¿Podemos evitar la continuidad del relato (al que le exigimos un final, es decir, un futuro, un orden, una prosperidad, ergo, un prospecto presente)? ¿Cómo conciliar la estética (siempre con un propósito) con el Tiempo (que nos indaga desde su despropósito)?
Corremos detrás de nuestras pasiones, o peor dicho, a la par. Sin embargo podemos invertir el esfuerzo (que es lo que hacemos cuando esto nos pasa) y volvernos, a riesgo de animalizarnos (aunque también de contentarnos), menos estéticos en el vivir.
Todo muy lindo, ¿pero por cuánto tiempo?. Recordemos que la necesidad temporal es también biológica. Y que, finalmente, la pregunta capital se nos echa encima con toda la furia del Dios ausente:
(no de la mía, no de la tuya); ¿qué de nuestras vidas?
(…) La vida es corta
y aunque las horas son tan largas,
una oscura maravilla nos acecha,
la muerte,
ese otro mar,
esa otra flecha
que nos libra del sol
y de la luna
y del amor.
Jorge Luis Borges.
25 de marzo de 2010
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2 comentarios:
Hola Diego, me encantó este posteo. Qué más puedo decir, no sé, (nada más o demasiado, que puede ser casi lo mismo) Cuando cerraste con Borges me acordé de "El amenazado" Puede sonar muy trillado... pero bueno si es la muerte esa maravilla que libra del sol, la luna y el amor, es porque éste representa de algún modo una amenaza.
"Es el amor. Tendré que ocultarme o que huir.
Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño atroz (...)
Es, ya lo sé, el amor: la ansiedad y el alivio de oír tu voz, la espera y la memoria, el horror de vivir en lo sucesivo.
Es el amor con sus mitologías, con sus pequeñas magias inútiles.
Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar.
Ya los ejércitos me cercan, las hordas.
(Esta habitación es irreal; ella no la ha visto.)
El nombre de una mujer me delata.
Me duele una mujer en todo el cuerpo."
Saludos
Hola Fabiana, me alegro que te haya gustado el posteo, y te agradezco haber traído a Borges: a veces es el amor contrariado, cierto despecho, y claro, la misma impotencia la que dicta bellos versos: la amenza, creo, es aquí el hastío de la perpetuidad: bien sabemos los que amamos que no hay fin en esto. Lo sucesivo, con lo que se horroriza Jorge Luis, es ni más ni menos la eternidad amorosa.
Saludos.
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