8 de marzo de 2010

Homo Pater; hábitat y hábito: una figura del dolor.

Me da bronca el orgullo paterno, impertinente como el nacionalismo. La naturaleza misma, geográfica o genésicamente hablando, ignora el patrón inmutable, que es una política del poder y un recorte de la mirada: atestiguan las catástrofes transnacionales o las patologías endogámicas.

“La voluntad de poder no es ni un ser ni un devenir, es un pathos”, cita Deleuze, en su Nietzsche y la filosofía.

El dolor (pathos) tiene tanto que ver con la repetición (pattern). Una pregunta es, y teniendo en cuenta el dolor, ¿contra qué se lucha? Probablemente contra el espejo, el reflejo, la reflexión, lo idéntico, lo identatario, que se forma por el ser-ahí, y que se disuelve por, el cada vez más indiscutido, paso de un tiempo.

Nadie (nadie como negativo de un yo, y el yo como construcción de poder) es dueño de la sangre o el hábitat. Todos somos impotentes en el sueño como en la intemperie.




El patetismo se inflama en la incomunicabilidad: porque nunca tuvo padre, el hombre se hace tal; porque no tiene territorio, funda una ciudad. Y en su propio nombre (y nombre propio) se duele, se hace un duelo. Se repite así mismo, en voz baja, en voz alta, y se da a escuchar: se presenta, se presencia.

Nosotros oímos poco, también apasionados por no dejar de hablar, incomunicados por la lengua familiar, íntima

“(…) existe una fantasmática de la lengua que constituye la matriz de relaciones de poder que se establecen en el seno mismo del individuo.” Tomás Abraham.

; y nos repetimos para darle cuerpo a ese fantasma de la identidad.




Sea nuestro nombre hasta el momento de morir; ya vendrá el silencio como el fantasma de un recuerdo… Y las pasiones serán de otros.


Canto a mí mismo.

Me celebro y me canto a mí mismo.
Y lo que yo diga ahora de mí, lo digo de ti,
porque lo que yo tengo lo tienes tú
y cada átomo de mi cuerpo es tuyo también.

Vago... e invito a vagar a mi alma.
Vago y me tumbo a mi antojo sobre la tierra
para ver cómo crece la hierba del estío.
Mi lengua y cada molécula de mi sangre nacieron aquí,
de esta tierra y de estos vientos.
Me engendraron padres que nacieron aquí,
de padres que engendraron otros padres que nacieron aquí,
de padres hijos de esta tierra y de estos vientos también.

Tengo treinta y siete años. Mi salud es perfecta.
Y con mi aliento puro
comienzo a cantar hoy
y no terminaré mi canto hasta que muera.
Que se callen ahora las escuelas y los credos.
Atrás. A su sitio.
Sé cuál es su misión y no la olvidaré;
que nadie la olvide.
Pero ahora yo ofrezco mi pecho lo mismo al bien que al mal,
dejo hablar a todos sin restricción,
y abro de para en par las puertas a la energía original de la naturaleza desenfrenada.

Walt Whitman.

3 comentarios:

Alex dijo...

para mí, todo esto, vos, yo, el mundo, lo que veo y lo que no, lo que está, lo que percibo, lo que nadie más ve, lo que todos ven, lo invisible, lo obvio, lo opaco, lo transparente, el dolor, su opuesto, es sinergia pura. yo creo que en la sinergia está el poder pero no nos damos cuenta.

Diego dijo...

Bueno. Extraña forma de traer a colación el concepto de poder.

Alex dijo...

el poder es extraño