8 de noviembre de 2010

Teleología del Yo: un rasgo de mi forma de vivir.

Si algo podemos decir del Yo, es que no es el Otro. Punto.
Mis padres cuentan que en mis primeros pasos me había encaprichado con un escalón de la cocina: lo subía y bajaba incansablemente. Naturalmente, ante la inestabilidad de mis zancaditas, intentaban ayudarme. Sin embargo, cuentan, yo me oponía con un gesto enojoso: manoteaba al aire rechazando sus brazos y decía (haciendo trompa y frunciendo el entrecejo): solo-solo.

Este “solo-solo” que aprendí a decir en época del “mamá-papá” siguió su rumbo hasta ser un problema de conducta (convengamos que el ser humano es de orden gregario). La problemática era pedagógica: nunca me gustó que me enseñaran nada (lo que no quiere decir que no me guste aprender, claro), con lo cual aprender fue trabajoso o imposible: la primaria la hice por obligación, la secundaria por inercia, y la universidad, bueno, pude abandonarla exitosamente.

Mi gran temor mientras aun hoy me ejercito en la condición metafísica de la soledad es, aunque parezca lo contrario, la soledad, aquella soledad pura a la que todos tememos: que por otro lado es casi un imposible ya que no hay existencia sin la puesta en relación: sin embargo (y aunque con justa causa me lo renieguen) surge como alternativa al dolor extremo esa acción álgida donde se extenúa por completo el ánima: el suicidio, la cosa más seria posible.

La soledad es una cerrazón. Pero desde su des-animante (ánima que se va agotando) proceso uno puede comprender; es como el método estructuralista. Que escriba y que practique deportes que me dispensan de un equipo (ciclismo-pedestrismo y natación), son parte de lo mismo.




No soy antisocial, soy solitario. Mantengo una distancia, no una beligerancia. Este blog siempre ha tenido bastante de bitácora de soledad. No es un lugar para ningún diálogo, es, a lo sumo, un espacio donde podemos compartir sensibilidades en relativo silencio. Lo pretendo y lo figuro como quien esas amistades excepcionales: aquellas libres de romanticismo e idealismos: de descansada facticidad.

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