3 de mayo de 2011

En los tiempos del niño que será un entre cuerpo y mente.

Hay que pensar como si se estuviese arriba de una terraza. Esa relación hay que establecer con lo construido y el devenir. Pararse (o sentarte) siempre en ese límite donde la intemperie es lo que siempre: una urgencia sin apuro: ya que el cuerpo, sensible al clima, sensible por el clima, nos sabrá qué decir en su acto: que va de temblores al confort animal de entibiarse al sol.

Un pensamiento de terraza, sí. No tan alto, no tan encumbrado, que la anoxia afecta el juicio. No tan juicioso, dicho sea de paso. Y preferiblemente sobre el hogar, parado (o sentado) sobre él: la cosa siempre va sobre la pertenencia. Lo que no, no es pertinente.

El cuerpo, demasiado arrojado de su mente, produce virtualidades infecundas. Recordar los ligamentos. Y ensayar una técnica marcial, deportiva o simplemente gimnástica, que nos permita saltar de la terraza, en caso de ser, por ejemplo, llamados a merendar.

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