26 de julio de 2011

Líneas (de cruce): entre lo doméstico y lo animal.

Lo opuesto a lo doméstico es lo indómito (que suena a lejano).

Hay una enorme tensión entre lo doméstico y lo indómito.

Lo doméstico es un ambiente de nuestra voluntad. Es hábito. La voluntad es aprehensiva, prensil. Una energía de captura y control.

Raíz “domo”: dominar.

La voluntad es una fuerza repetitiva, creadora de lo previsible, del hábito: del hábitat: que deviene territorio de lo doméstico.

El “domo” hace al “homo” en tanto que el hombre se piensa así mismo como producto de su espacio: donde el esté será su lugar. El cuerpo pasa a ser eje del espacio doméstico. La falsa identificación entre cuerpo y espacio doméstico le otorga tranquilidad (a la enfermedad se la toma, erróneamente, como un proceso de origen externo -que produce el pavor de lo indómito).

Por fuera de uno: lo indómito. El afuera siempre es lejano: es una totalidad.

En el umbral de lo doméstico y lo indómito, como un agente del caos, de la desorganización (la organización mata al tiempo), está el animal (y siempre me refiero a la relación que establecemos con él). El animal y su animalidad con la que siempre estamos naturalmente emparentados.

La relación que se construye con el animal es conflictiva: se trata de un ida y vuelta constante, de un dialogar entre animalidad y humanidad. Nuestras existencias, radicalmente distintas (al menos el animal puede existir sin el hombre), se bordean, y como dos conjuntos forman una intersección. Una intersección definitiva ya que no podemos definirnos sin esta forma-de-vida común.

Animalidad humanidad tienen una fuerza de gravedad propia (como todo existente) que pugna continuamente por arrastrar al otro a su dominio. Es una verdadera comunidad: sobre nuestros comunes, batallamos.

“Ya he vuelto. Es difícil aflojarse, y más cuando uno viene de pegarle una patada al perro –quien tiene la costumbre de esperar que uno vaya a abrirle la puerta para, en lugar de entrar, salir ladrándole furiosamente a la gente que pasa por la calle, como apoyándose en la presencia protectora de uno. Uno queda como un idiota, con la puerta abierta, esperando que el señor perro decida que ya ladró lo suficiente y vuelva. Él ya sabe que esta conducta suya genera patadas, y entra muy rápida y nerviosamente, tratando de ser más veloz que el pié; a veces consigue escaparse, pero no hoy.” Mario Levrero. El discurso vacío. Pagina, 156.

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