2 de febrero de 2012

Armados y desarmados.

Me pregunto qué se puede esperar de alguien que se toma tiempo para limpiar metódicamente su arma. No sé si alguna vez usted tuvo la oportunidad de desarmar una. La percepción final es desalentadora. Como esos perros lanudos y voluminosos que se mojan y quedan impúdicamente desgarbados.

El arma desarmada es como el presidente de una corporación defecando, con su potencia mermada, en estado de indefensión e inutilidad. Pero es también el llamado de una naturaleza impaciente por seguir adelante; el arma se limpia y vuelve (a su mítica) cargada de ansiedades.

Late amenaza. La fuerza vital empuja hacia fuera. No sé si usted ha tenido la oportunidad de apretar muy lentamente un gatillo para sentir el último y ligerísimo gramo de presión que destrabará el mecanismo.

Los seres humanos estamos destinados a hacer. A hacer cualquier cosa. Abominables muchas. Pero es por miedo. Cagazo. Las tripas a veces se revuelven de una manera incontenible. Y uno se anda retorciendo y debatiéndose en territorios donde la razón no cabe. La razón necesita espacio, tiempo; pero las armas no pueden permitirse la duda. La vacilación es pendular. Pero cuando uno acerroja el arma se da cuenta de que se ha iniciado un mecanismo unidireccional. ¿Alguna vez tuvo la oportunidad de volver atrás, de poner un dedo sobre el percutor y otro sobre el gatillo y hacerlos bailar juntos, en cámara lenta? Es un placer extraño. Me hace acordar a un amigo que se estaba cagando y que me dijo que su propio zorete se lo estaba cogiendo

No hay comentarios.: