27 de marzo de 2012

Arafantes.

"En el desierto de Norteamérica hay caballos que comen la hierba loca y algunos se enloquecen; su vista queda afectada, dan saltos enormes para franquear un matojo o se precipitan de cabeza al río. Los caballos que se aficionan a ella (a la hierba loca) son esquivados por los otros y no volverán a formar parte de la manada. Lo mismo ocurre con los seres humanos; los que tienen conciencia de otro mundo, el mundo del espíritu, adquieren una visión que deforma los valores de vida corriente; son consumidos por la hierba del desapego. La curiosidad es su único exceso y de ahí que se los reconozca, no por lo que hacen, sino por lo que dejan de hacer, como esos arafantes o discípulos de Buda que han hecho voto de las Nueve Incapacidades.

Así, no quitan la vida, no compiten, no se jactan, no van con grupos de más de seis personas, no condenan a los demás; silenciosos, contemplativos, no son aficionados al jolgorio, se sienten deprimidos por chismorreo, la algazara y los de su edad, esperan a que se les telefonée, no hablan en público, no tienen mayor interés en los amigos, no se vengan de los enemigos. El conocimiento de sí propio les ha enseñado a renunciar el odio, el reproche o la envidia, y parecen más tristes de lo que son en realidad. Rara vez hacen afirmaciones terminantes, pues ven siempre, junto a su afirmación, como un pintor ve el color complementario, la imagen de lo opuesto. La mayoría de los cuestionarios psicológicos tienen por objeto descubrir a estos lunáticos, a fin de no darles empleo. Ellos se adivinan entre sí por una cálida indiferencia recíproca, pues saber de sobra que no están hechos para juntarse sino para exhalar como fosfóricos tocones en la selva del mundo, su engañosa irradiación". Cyril Connolly, La tumba sin sosiego.

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