Por fin la tranquilidad; la gente trae cosas buenas, pero también el
requerimiento de atención. Y lisa y llanamente yo quiero (como quien quiere la
dulzura y ternura de este mundo), no prestarle atención a nada: no prestar, no
atender, ser lo menos posible la materia donde las ondas sonoras y visuales
rebotan: porque la gente se constituye asà y cuando hay alguien es porque
nuestra presencia se esfuerza en darle entidad. En cambio, ante el solo
contexto, uno es solo materia creada (o en creación constante: porque la
creación no puede ser nunca definida en términos de acabado). Y si nos
entregamos a eso, al sentirnos en creación por lo que sea nos esté creando,
sentimos la infinidad universal que somos. Y nos sentimos despreocupados porque
nada malo puede pasar. Lo único que puede venir a enturbiar es la razón, que
muchas veces nos es útil, pero que en estas circunstancias no, porque la razón
no deja de ser una y múltiples voces.
Cuando en momentos de tranquilidad y armonÃa empiezo a pensar, no me
esfuerzo en dejar de hacerlo, porque las cosas se dan como se dan, y si hay que
pensar se piensa. Me lamento un poco, claro, la interrupción de lo gustoso es
disgusto; pero también me han pasado cosas importantes por pensar.
Lo que tengo que tratar de hacer menos es pensar con horizontes. Es
decir, tengo que dejar de lado la razón del pensar. Creo que del pensar por
pensar, de la entrega del ser al caos sináptico, uno puede extraer mayor
riqueza. Creo que asà se encienden en uno más luces. Creo que al espÃritu eso
le gusta. Creo que la entrega
responde mejor a la hechura del cosmos mismo.
No se trata de pensar y existir,
se trata de pensar y no pensar; y más: de esta otra cosa, que no se escribirá,
pero a partir de su cual uno puede poner un punto final.
Addenda: de una posibilidad de clima.
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