28 de mayo de 2012

Influjos e irradiaciones de Seymour Glass.


Por fin la tranquilidad; la gente trae cosas buenas, pero también el requerimiento de atención. Y lisa y llanamente yo quiero (como quien quiere la dulzura y ternura de este mundo), no prestarle atención a nada: no prestar, no atender, ser lo menos posible la materia donde las ondas sonoras y visuales rebotan: porque la gente se constituye así y cuando hay alguien es porque nuestra presencia se esfuerza en darle entidad. En cambio, ante el solo contexto, uno es solo materia creada (o en creación constante: porque la creación no puede ser nunca definida en términos de acabado). Y si nos entregamos a eso, al sentirnos en creación por lo que sea nos esté creando, sentimos la infinidad universal que somos. Y nos sentimos despreocupados porque nada malo puede pasar. Lo único que puede venir a enturbiar es la razón, que muchas veces nos es útil, pero que en estas circunstancias no, porque la razón no deja de ser una y múltiples voces.

 

Cuando en momentos de tranquilidad y armonía empiezo a pensar, no me esfuerzo en dejar de hacerlo, porque las cosas se dan como se dan, y si hay que pensar se piensa. Me lamento un poco, claro, la interrupción de lo gustoso es disgusto; pero también me han pasado cosas importantes por pensar.

Lo que tengo que tratar de hacer menos es pensar con horizontes. Es decir, tengo que dejar de lado la razón del pensar. Creo que del pensar por pensar, de la entrega del ser al caos sináptico, uno puede extraer mayor riqueza. Creo que así se encienden en uno más luces. Creo que al espíritu eso le gusta. Creo que la entrega responde mejor a la hechura del cosmos mismo.

 

No se trata de pensar y existir, se trata de pensar y no pensar; y más: de esta otra cosa, que no se escribirá, pero a partir de su cual uno puede poner un punto final.

No hay comentarios.: