18 de julio de 2012

Poética de la materia.


El lenguaje es como una lupa: a su través pretendemos ver las cosas mejor, pero la operación nos confunde y gana la supremacía de la exageración.

Lo recién dicho constituye un ejemplo; sin embargo creo profundamente en el lenguaje. Le creo su voluptuosidad, su continuo desbordar de bocas, la sutileza con que conquista al pensamiento: la manera en que envuelve desde adentro los impulsos eléctricos para crear axones: esa minúscula porción de cuerpo que contiene el más astronómico de los misterios, que guarda la misma razón de ser que una explosión solar: las palabras como radiación, irradiación de quien las dice, autor de una forma espacial y especial de su continuo expandir.

Desde el big bang del decir mamá, con esa eme primigenia de vibración interna, de temblores gástricos y movimientos intestinales; la leche que baja por el cogote y pone en marcha un grupo de órganos, carnes que comienzan a decir y a reclamar su lugar; y la succión desesperada y rítmica del pezón para que, por ejemplo, un riñón haga lo suyo.

Del crecimiento del niño, de su desorganizado palabrerío, hasta la asimilación del epitafio: palabras de otros a quienes (ya) les corresponde la muerte. Muerte que, en sus propias palabras, jamás les llegará.

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