No sé si vale la pena encausar las cosas; tomarse el
trabajo. No sé realmente. La gente que me rodea está en sus cosas, con la
mirada en vaya a saber qué; yo la tengo en ellos, los miro. Ser voyeurista hoy
es muy fácil, casi obligatorio. Las miradas suelen estar en pantallas; no sé
qué miran, a mí no. Yo solo camino y los miro. Yo sí los miro; y no quisiera.
Me gustaría mirar otras cosas, pero me llaman la atención; hasta los veo
peligrosos, vaya a saber por qué; tal vez porque no hay vínculo. Esta gente me
da tristeza, bronca, una rabia penosa. Debería encausarme, pero no creo que
valga la pena. En el fondo me apenaría correr por los causes normales de esta
ciudad (pero si lo estoy haciendo); todo reclama mi atención: carteles por
todos lados, ropa de colores y formas de todo tipo; me pregunto para qué
quieren que los mire. Plata no pienso gastar; no voy a destinarle ni un centavo
a este monstruo; bastante que me haya comido (¿qué niño habla?). Qué miseria.
¡Cuánto por hacer! Y yo que no sé hacer nada. ¿Quién me va a enseñar a hacer
algo, algo que no sea? Ay, idiota, idiota incansable que soy, vago, vagoneta de
mierda al que no le alcanzan las manos para tanto bolsillo; y el frío que me
las guarda, calentitas, limpias, que ni para tocar un culo salen, y eso que las
ganas siempre están; pero en mí las ganas no ganan; no gano nunca a nada, más
que cuando gané no supe ni para qué.
7 de agosto de 2012
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