30 de octubre de 2012

A la espera.

Tengo un documento de Word que se llama Anotaciones preliminares. En algún momento lo creé para ir poniendo fragmentos de textos en curso; hay cosas anotadas, pero, sinceramente, me parecen una porquería. Por momentos me enoja no producir nada interesante. Pero lo cierto es que mi vida, en este momento, no se está sirviendo de la escritura. Y estará bien, supongo.

Fundamentalmente veo que no soy sincero, por eso no acabo por terminar nada: me doy cuenta y paro. De alguna manera los textos empiezan bien pero a los pocos renglones se tuercen, y si me fuerzo en seguir, la cosa se pone peor, se retuerce hasta el grotesco. Me da bronca que me pase, aunque me río; es que bien mirado hay pretensiones banales de por medio. Mis vanidades me causan gracia, aunque no las pueda evitar. Será por eso que río. Alguna forma de tomar distancia hay que tener. Yo sospecho que afrontar problemas no siempre es conveniente. Creo en la huida y en la carcajada. No tanto como forma de éxito como de burla hacia el fracaso.


Hay cosas sobre las que quiero pensar y sé que para ello la escritura es una gran herramienta. Sin embargo, cuando veo esos fragmentos de textos en curso, noto una falsedad humillante. ¿Por qué me miento? Enseguida me sale el cuentito. Y aunque me diga no, esto no es así, no por eso encuentro otra manera.

Lo que creo que ahora estoy haciendo, en esta inactividad (parcial), es facilitarme otra manera de ser. Dar lugar, a ver si surge algo. Este es mi lado japonés: aceptar el acontecimiento y entregarme.

Podrá sonar soberbio. Pero esto que veo en mí, este pensamiento prefabricado, estas emociones de manual, que ponen a mi escritura (mi diálogo con el mundo) en un estado lamentable (porque sí, hay lamento), es algo que veo en varios. Y esto, lejos de servirme de consuelo, me irrita más.

Voy a llamarlo madurez: son poquísimos los textos maduros, hablo de los textos de otros y de los míos, que no tienen un trasfondo adolescente, disputas que ya deberían estar perimidas, preocupaciones que deberían ser ya obsoletas.

¡Esto de pararse frente a la muerte, el amor, la política, o lo que fuere, siempre de la misma manera! ¡Y esto de quejarse de cómo uno se para frente a la muerte, el amor, la política, o lo que fuere, es más de lo mismo!

El tiempo acaba con todo. Mi sistema de pensamiento actual lo empecé a desarrollar hace siete años a razón de una necesidad específica, hoy, ya evidentemente satisfecha. También cambié dramáticamente mi alimentación. ¿Qué estaré necesitando ahora? Tal vez no esté necesitando nada. No debo esperar nada, me parece.

Veo que evité la palabra ¨crisis¨.

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