5 de enero de 2014

Los pájaros no tienen vértigo (tal vez sí un poco de melancolía).

Creo que fue de Nietzsche de donde saqué la idea de que uno tiene en su sangre más de la humanidad que de sus propios padres. Y más aún, de Levrero de quien tomé esta otra idea de que, tal vez, el ser humano no sea más que una forma muy sofisticada que tienen los espermatozoides y los óvulos de garantizarse su propia existencia.

¿Y quién escribe aquí?
¿Y quién lee?

Siempre seremos cazadores y recolectores de existencias. Todo lo asimilamos y todo nos asimila en un constante engullir y excretar. Agujeros negros y bocas son el mismo misterio. Más aún, son la misma ausencia de misterio. Y tal vez, solo tal vez, la excusa del poeta para crearse poesía (es él y ella la misma cosa, es ella y él la cosa misma): ausencia. Porque esta pura ausencia es la que nos vuelve algo. Particularmente algo. Pero ojalá fuese pura la ausencia. Bien sabemos que es impura, que de partículas nos angustiamos, que de partículas nos extasiamos, que de partículas nos particularizamos, que de particularizados nos reconocemos, nos palpamos, y nos amamos. Y todo, todo, todo, todo, de imposibles que somos.

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