15 de septiembre de 2006

Un amigo me comenta por enésima vez sus proyectos y sueños.

Preferiría que los soñadores no existieran. Son una raza de ineptos. Se la pasan hablando de sus sueños con la grandilocuencia que apenas merecerían si fueran hechos. Sus sueños son quejas y despotricaciones. Son achaques hacia una realidad que no se animan a cambiar. Los soñadores son menos impotentes que cómodos. Pretenden grandes actos sin mayores sacrificios. Son ingratos de su tiempo.
Tampoco por esto ha de preferirse al vencido o al resignado.
Quien tenga un sueño, que vaya y se lo realice. Pero callado. A ver si puede. Mucho me temo que la gente en realidad pretende se la estime por sus proyectos, por su futuro, y no por su presente. Que en general no es digno de mucha estima. Malas noticias, soñadores de café: sus sueños son el triste espejo de su realidad. Sepan que quien mucho desea poco tiene. No me opongo a que sigan pintando sus fracasos con coloridas fantasías, pero en silencio, por favor.

Enemigos del soñador.
El soñador tiene la desgracia de contar con un número de detractores, antagonistas, adversarios, oponentes, rivales, y contrarios en general, que se encargaran de obstaculizar y frustrar vehementemente sus maravillosos deseos. La hostilidad del mundo se le manifiesta en sus más variadas formas: jefes malos, padres represores, novias demandantes, profesores incomprensibles, economías malévolas, amigos idiotas, días de humedad, manchas de tuco.
Finalizo la ironía, el problema es la profusión de excusas que la vida ofrece.

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