El pensamiento sin objeto no es posible. Y el objeto no deja de ser un modelo intelectual que crea (a) la realidad a fin de captarla con un orden. Sin orden no hay pensamiento. Sin embargo los procesos de ordenamiento son de lo más heterogéneos. El orden es de una legislación íntima. Y creo que esto que digo es síntoma de mi percepción de la realidad, que considero absolutamente fragmentada.
Como veo multiplicidad de fragmentos y como los percibo a todos con equidad de potencias, me puse un marco conceptual para tratarlos. Ese marco lleva el nombre de “el fragmento imponderable”. Tratar a aquello de lo que se compone mi realidad es indagar sobre cuestiones metafísicas, antropológicas, psicológicas, biológicas, etc, etc. La identidad, el tiempo, la biología molecular, el genoma, todo está imbricado a tal punto que ignorar algo es, de alguna manera, ignorarlo todo. Esta claro que, por mi espíritu propenso a la dispersión, siempre ignoraré todo. Sin embargo la necesidad de orden manda. Si pienso es porque tengo fe en el pensamiento, y no tanto en su aspecto resolutivo, que las más de las veces es provisional.
Este texto no será sobre el fragmento imponderable (que estoy armando por separado) sino sobre lo que me va sucediendo en tanto voy pensando a la fragmentación y a la relación de esos fragmentos para componer las cosas.
Hace un mes, más menos, me puse a pensar en el fragmento imponderable, en esta unidad conceptual que representa la ficha polimorfa del orden mental que le imprimimos a todo: un rostro (¿por dónde empieza un rostro?), una frase (el lenguaje se remite a si mismo infinitamente), un paisaje… transcribo un comentario que Rafael Cippolini me hizo al respecto: “Ahí está siempre ese "fragmento imponderable", porque invariablemente avanzamos por analogías. Recuerdo ese verso de Arturo Carrera en "Arturo y yo", cuando un niño conoce el campo, ve la expansión del verde en la localidad de Coronel Pringles y dice "Mirá, Mamá / balcón" porque es la única referencia que tiene a tanta extensión. Analogizamos, necesitamos una unidad de sentido previa, un fragmento imponderable. Es un patrón de conocimiento, algo a lo que "acercamos" lo que no conocemos. Nuestro valor también procede así”.
Mientras todo queda en mi cabeza dando vueltas y esperando señales para justificarse y ordenarse, me encuentro con unos libros de Borges en oferta. Nunca leí de él más que algunas pocas líneas y solo porque “hay que leerlo”. Esta vez me acerco a él como debería uno acercarse a todo: por afinidad.
Al mismo tiempo que me avoco a leerlo y a reflexionar sobre aquello que ya traía puesto al hombro (el Tiempo / el Yo / la identidad) me dan ganas de ir al cine. Sin saber de qué iba el film me meto a ver Benjamin Button. La historia, bajo una óptica Borgeana, se me torna interesante.
Me pongo a buscar información biológica sobre el envejecimiento. Llego a la Progeria, que me remite a Benjamin Button y a Borges. Descubro que Benjamin Button está basada en un cuento de F. Scott Fitzgerald. Me confundo y creo que este Fitzgerald es el que Borges menciona en Otras Inquisiciones. Pero no, aquél era Edward Fitzgerald. Sin embargo no lo dejaré pasar.
Como en mi mente sigue esto del fragmento imponderable recuerdo la película Zelig (de Woody Allen) que no vi, pero que sé de qué va. Me propongo conseguirla ya que me resulta absolutamente conveniente. En ella se ve a un hombre, Zelig, que copia, que absorbe, que se funde en la identidad de quienes lo rodean. Su Yo es absolutamente evanescente.
Borges niega al Yo, Benjamin Button lo pierde, Zelig lo evade. Además me entero que Woody Allen basó Zelig también en una historia de F. Scott. Fitzgerald, y que Fitzgerald publicó Benjamin Button en un libro llamado: Tales of the Jazz. Woody Allen tiene una banda de Jazz, la New Orleans Jazz Band. Y el Jazz tiene a su Fitzgerald: Ella Fitzgerald, que la descubro en torno a todo esto. Ella Fitzgerald, dama de magnífica voz, es muy hábil en el Scat singing: “En la música jazz, scat es un tipo de improvisación vocal, generalmente con palabras y sílabas sin sentido, convirtiendo la voz en un instrumento más. El scat da la posibilidad de cantar melodías y ritmos improvisados. Ejemplos: skoobie-doobie, bee-bop-a-lula, boop-boop-a-doop, etc”. Me parece coherente. Lo heterogéneo del Jazz es más que perfecto para la lógica expansiva y escurridiza del fragmento imponderable. El Jazz es de un profundo mestizaje.
Mientras escucho a Ella Fitzgerald busco en Internet un libro que se llama “Deconstruyendo a Darwin”. Como ando por Palermo busco una librería cerca. Me acuerdo de haber escuchado una que se llama Crack-Up. Entro a su página. Me río. Veo que el nombre es por un libro de Scott Fitzgerald: El Crack Up. Me decido a ir, pero hace tanto calor que a mitad de camino me vuelvo. Al final nunca fui. Encontré otra librería. No tenían lo que buscaba, pero encontré perdido en un estante muy alto un libro que tenía olvidado y que me viene de maravillas para pensar lo fragmentado: Mestizajes.
Ya volviendo veo una placa de bronce sobre la fachada de un edificio sobre la avenida Las Heras (lugar donde está la librería). Macedonio Fernández había vivido allí. Amigo de Borges y Scalabrini Ortiz (que ya siendo calle se cruza con Las Heras), entre otros escritores. Macedonio parece haber influido de manera decisiva pero incierta sobre ellos. Borges dijo en ocasión de su funeral: “la certidumbre de que el sábado, en una confitería del Once, oiríamos a Macedonio explicar qué ausencia o qué ilusión es el yo, bastaba, lo recuerdo muy bien, para justificar las semanas”. También se dice que Macedonio orientó espiritualmente a Scalabrini Ortiz: “Mis días eran extrañamente ajenos los unos a los otros... Les faltaba sometimiento a una sorpresa más grande que ellos mismos. Les faltaba subordinación a una fe".
Lo primero que hago al llegar es hojear el índice de entradas de este descomunal diccionario de Mestizajes. Voy a la “definición” de Jorge Luis Borges: “(…) En este espacio polimorfo todo está presente para significar una temporalidad recurrente (la de lo no identitario y lo no original) en la cual los acontecimientos no se ordenan según las leyes seriales del antes y el después, de la causa y el efecto. A la inversa del orden diacrónico, por ejemplo, es posible situar a Homero luego de Joyce y hablar de la influencia de Kafka sobre Cervantes: todos son nuestros contemporáneos. En consecuencia no hay ni un “antes” seguido por un “luego” y por último por un “después”, que desembocan en una conclusión. Todo se multiplica y se desplaza a lo largo de líneas de ramificación que se entrelazan al infinito y están hechas de remisiones permanentes que es posible recorrer en todos los sentidos”. ¿Deleuze, sos vos?
Mi mente vuelve a Macedonio. Hay una idea de él que busco pero no encuentro. Recuerdo que Rafael Cippolini la mencionó en un posteo. Lo busco: “¿Deberíamos hablar de arqueologías horizontales? ¿Tradiciones horizontales? Cuando se multiplica inabarcablemente la posibilidad de acceder a miles de miles (y tan pronto a millones de millones) de archivos comenzamos a avanzar hacia una recontextualización flexible de una cada vez más sobreextendida información cultural. Volviendo a parafrasear a Macedonio Fernández –pero también a Baudrillard-, si ficcionalmente sucumbiéramos a una huelga de novedades, todo el pasado ya contenido en plataformas de intercambio de información como YouTube nos sobraría para seguir alimentando ininterrumpidamente a nuestros presentes”.
El siglo próximo será Macedoniano, dice Piglia. Aunque deba competir con una profetización similar que Foucault hizo para con Deleuze, instaurador del concepto de Rizoma, tan conveniente al fragmento imponderable. Pero Piglia se equivoca. Ya los siglos pasados fueron Macedonianos. El poeta ateo y matemático Omar Khayyam lo consideró hace más de mil años en Las Rubaiyat: “Cuando yo ya no esté, no habrá más rosas, cipreses, labios rojos ni vino perfumado. No habrá más albas ni crepúsculos, alegrías ni penas. El universo no existirá, pues su realidad depende de nuestro pensamiento”. Para devolver el gesto Macedonio escribe: “Hay un mundo para todo nacer. Nacer y no hallarlo es imposible. No se ha visto a ningún Yo que naciendo se encontrara sin mundo. Por lo que creo que la realidad que hay la traemos nosotros, y no quedaría nada de ella si efectivamente muriéramos como algunos temen.”
Pero esta colaboración que agota al tiempo, no es inédita. El señor Fitzgerald, pero esta vez el Edward, fue el traductor de Omar Khayyam. Borges nos cuenta que el autor de Las Rubaiyat profesaba la doctrina platónica y pitagórica del tránsito del alma por muchos cuerpos. Aunque él prefiere hablar de un azar benéfico lo que ha llevado a la relación de ambos autores. Y cierra: “Toda colaboración es misteriosa. Ésta del inglés y del persa lo fue más que ninguna, porque eran muy distintos los dos y acaso en vida no hubieran trabado amistad y la muerte y las vicisitudes y el tiempo sirvieron para que uno supiera del otro y fueran un solo poeta”.
Borges / Macedonio / los Fitzgerald / El Jazz / Woody Allen / Zelig / Benjamin Button / Progeria / Darwin / Mestizajes / Omar Khayyam / y sigue, al punto en que la costumbre disruptiva de la lógica fragmentaria me desensibiliza y apenas hace anecdótico lo siguiente: en un momento recuerdo que debo anotar algo sobre el Tiempo. Voy al cuarto y a oscuras saco un bolígrafo del cajón. No anda. Vuelvo y agarro otro. Hago la anotación y veo que el bolígrafo tiene una palabra escrita en su cuerpo: Eterno.
Es comprensible que con tanta información cruzada me trabaje la cabeza en torno a las nociones del Yo y el Tiempo. Es comprensible también que me harte. Por eso le presté relativamente poca atención a un libro que estaba sobre un mueble en mi trabajo. El libro era “El mundo de Sofía”. Apenas abrí una página al azar. Leí algo sobre Hume. No recuerdo textual pero se centraba en la idea de identidad. Extrañamente no le presté atención y lo cerré. Revisando mi blog veo en la barra lateral que Tomás Abraham había posteado un nuevo texto de su “segunda historia de la filosofía”. Clickeo para leerlo. Empieza con el título “La identidad personal”. Y encuentro esto: “Hume dice que toda idea deriva de una impresión. Toda su filosofía parte de esta premisa. Afirma que no hay impresión del Yo. Las impresiones son datos de los sentidos, y sin esa materia prima que nos ofrece la existencia de nuestro cuerpo en el mundo, la mente no tiene nada en qué pensar”. Tan bien leo: “Estaríamos totalmente locos si nuestra mente funcionara de acuerdo a la velocidad de las mutaciones, sin que jamás retenga una constante, que fije una imagen, sin que llegue a una continuidad. Cada objeto se diseminaría en infinitas variaciones, cada trazo se convertiría en una línea inconclusa de puntos, y nuestro propio yo se perdería en una infinidad de muecas”.
Esto es, ni más ni menos, que una directa alusión (aunque Tomás ni lo sospeche) al Capitulo “La constante” de Lost. La serie, paradigma de la fragmentación, describe maravillosamente bien en ese capítulo aquello que Hume nos dice a través de Tomás. Incluso caigo en cuenta de que el personaje de Lost se llama Desmond Hume.
Pensar en Lost es traer a colación La Invención de Morel, libro que (ya no debe asombrarnos) es leído por otro personaje de la serie. Borges lo prologa amablemente, y acaso, también a Lost: “Adolfo Bioy Casares, en estas páginas, resuelve con felicidad un problema acaso más difícil. Despliega una Odisea de prodigios que no parecen admitir otra clave que la alucinación o que el símbolo, y plenamente los descifra mediante un solo postulado fantástico pero no sobrenatural. El temor de incurrir en prematuras o parciales revelaciones me prohíbe el examen del argumento y de las muchas delicadas sabidurías de la ejecución. Básteme declarar que Bioy renueva literariamente un concepto que San Agustín y Orígenes refutaron, que Louis Auguste Blanqui razonó y que dijo con música memorable Dante Gabriel Rossetti:
I have been here before,
But when or how I cannot tell:
I know the grass beyond the door,
The sweet keen smell,
The sighing sound, the lights around the shore...
He estado aquí antes,
Pero cuándo o cómo no lo puedo decir:
Conozco la hierba más allá de la puerta,
el olor dulce penetrante,
el sonido que suspira, las luces alrededor de la orilla...
3 de marzo de 2009
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
8 comentarios:
Si todo eso le sirvió para descubrir a Ella Fitzgerald, bien!
Me asustó un poco eso del "asar benéfico"... yo no sé usted, pero a mí de sólo pensarlo me entra una calor...
:)
Mis citas favoritas de borges:
teatro: la profesion de actor consiste en fingir que se es otro ante una audiencia que finge creerle.
psicoanalisis: es una ciencia basada en la vanidad de la gente. a todo el mindo le gusta hablar de si mismo, que lo tomen en serio.
teorias: todas las teorias son legitimas y ninguna importal. lo que importa es lo que se hace con ellas
De macedonio:
Lo único que nunca hubo ni nació ni conocimos es el Yo, y por no haberlo somos inmortales
La noción de Dios y la de Ley son igualmente aminorantes de nuestro ser
bodillard
La foto es lo que más nos acerca a la mosca, a su ojo con facetas y a su vuelo en líneas quebradas.
Lo importante
Zelig no evade el yo: Tiene multiples, que es lo que pasa con toda persona. Ademas se copio de italo calvino, el personaje de zelig equivale al personaje de el caballero inexistente
Hola Diego
¡qué buena arqueología horizontal!
abrazos
Hola Lale. Ella Fitzgerald me parece increíble. Y sí, qué quiere que le diga, Borges tiene algo de infernal.
:))
Hola Mariana: Muy interesantes las citas, gracias. Lo importante: si tenés Zelig haceme una copia.
Hola Rafael: Muchas gracias. Tu trabajo es muy inspirador. Abrazos.
http://www.youtube.com/watch?v=qUW8JsLDsNo
aqui empieza zelig, no es muy buena calidad pero al menos es algo.
Todavia estoy entretenida con lo original que es tu pagina web del camaleon
chau
Muchas gracias Mariana.
compadre diego, tocayo, qué postazo el suyo camarada!
loco, te vengo siguiendo hace un tiempo. Descubrí tu blog a partir del cippódromo, tal vez en un comentario tuyo ahí o tal vez en una cita (a porpósito, a porpósito tamaño muñeco el Rafael, de veras un ser inspirador).
lo cierto es que entonces agendé la dirección de tu blog y vengo seguido a ver los embates de tus ideas, a escuchar el ruido del pensamiento, a disfrutar las ocurrencias que nacen en este laboratorio.
desde acá afuerita veo que el gran motor de tu duda es el tiempo, y con él a hacer dulce de leche. Comparto ese motor. Por eso tal vez creo que la música que vive en sus escaparates es tan zarpada...
me ha resultado a la par muy raro el posteo y por eso creo que me he visto impulsado a comentar. Es sobre el asunto de las "casualidades". En este post se hace muy patente con esto de los fitzgerald, el jazz, borges, hume...
yo creo en asociaciones magnéticas de tu universo que se van conectando y abriendo caminos a la par de tu sed, de sed genuina!, a este respecto hace poco he visto un video, especie de documental, se llama "el secreto", con alto aire gringo, casi casi con tanto voltaje yanqui que a veces te da guácala pero que si es quitado con bisturí guarda un mensaje muy poderoso que da para pensar muy mucho. Si tenés la posibilidad de verlo, metalé!
y entonces compadre, a mí me ha pasado algo parecido con vos... es como una casualidad que estés hablando de todas estas cosas... hay una especie de conexión colectiva, algo junguiano diría... vengo como intuyendo el nombre de hume, de bioy casares, el de macedionio fernandez, este último aún con más intensidad. Y acá los veo desfilando a todos ellos, compartiendo párrafos, los veo de la mano. Ando con muchas ganas de leer a macedonio. A la par vengo masticando una especie de certeza y tiene que ver con la fe, con la creencia, con creer de corazón en algo. loco, roberto arlt habla en los siete locos de esto. De que la necesidad de la gente de creer en algo, que por lo pronto puede ser una gran mentira o no, pero no importa. Que en creer reside el primer y gran motor. Qué pensás vos??
me gustaría que me recomendaras algún libro de macedonio para entrarle. Y saber en dónde, si es que hay algún libro en concreto, habla de este asunto de la subordinación a la fe o es que scalabrini lo intuye...
se me ocurre que estaría bueno saber si existió algún vínculo entre él y arlt... voy a guglearlo un toque a ver qué onda.
por lo demás compadre, le mando un abrazo disculpas por tanta palabra y un meta meta nomás que va jamón la búsqueda!!
Hola Chapu.
Es cierto que el tiempo es (junto con el Ser) una de mis preocupaciones, aunque más que preocupación es una ocupación (pre-ocuparse del tiempo es vivir atrasado a su respecto, y/o es darle una dimensión de correlación que sospecho no es la única manera de su existencia).
Empecé a ver “El secreto”, pero para ser sincero, no le tuve paciencia. De por sí no me gustan las historias que me prometen algún secreto o la inmutabilidad de una ley. En cuanto a las casualidades y causalidades no sé qué pensar. Realmente. Por lo pronto este posteo es una ilación de sentido de mi voluntad, una lectura, un recorte de una de las infinitas realidades probables.
Creer en algo (comparto lo de Arlt o S. Ortiz) es consustancial al hacer, y ese hacer, como manifestación, es el cuerpo del Ser. Creer es la carne misma. La realidad de la Fe es posibilitarnos un tipo de existencia. Es decir, es imposible hacer cualquier cosa si no se cree en algo (y esto va más allá de la perspectiva religiosa).
De Macedonio se puede recomendar cualquier cosa. Depende de tu interés. Su material es muy diverso. En cuanto a su metafísica (“manera de una psique sin cuerpo”, por ejemplo) no pude avanzar más de unas pocas páginas. Calculo porque en su momento yo no estaba preparado para su lectura. Tal vez ahora lo pueda tolerar mejor.
Por último, gracias por tu comentario. Y suerte en el universo Macedoniano.
Pd. Me causó mucha gracia tu mención de Rafael. Pero es cierto, es muy inspirador.
Publicar un comentario