28 de junio de 2011

El vacío por operación de vacimiento y llenado.

Estoy acostado en el sillón profundamente intencionado en dormir. Recién apagué la tele, una película en blanco y negro, que creí terminada. Como el sillón es chico tengo las piernas recogidas. Estoy de costado. Sobre mi costado derecho. Un almohadón sobre los pies. Apenas hay luz, que viene de la cocina. Apenas hay ruido, que viene del mismo lugar. No duermo. Tampoco estoy despierto del todo. En verdad no controlo lo que empieza a suceder. Se trata de un relatarme, más o menos como lo hago ahora, lo que creo-siento-, es el-un vacío. Sé que no es vacío lo que está en palabras, pero creo estar seguro de que lo bordea o, tal vez, lo invoca-(en boca) y le da en el acto del decir al menos un (1) espectro de la realidad.

Estoy convencido de que hago lo que hago. Me voy contando todo como si no supiera qué ni porqué. Me muestro el placard que está en la pieza chica. Reparo en su color amarillo. Comento sobre las pinceladas que apenas dejan traslucir las vetas de la madera. Lo digo más o menos así: “el placard de la pieza es amarillo y se ven las vetas de su madera.” En su decir, esas vetas también se me presentan como pliegues que se abren y que adquieren una extensión infinita, dentro de las cuales está lo vivo, que incluye por supuesto lo humano, que incluye a su vez todo el proceso de fabricación del mueble, que incluye los sistemas de comercialización, logística y venta, a través de los cuales, también, se escucha murmurar la historia misma de la supervivencia.

Así hago un inventario de la casa (la invento), quitándole la cerrazón de lo doméstico, restituyéndole la sin razón de lo indómito: el espacio-vacío.

Algunas cosas se me van presentando, como el placard, en su carácter materialista (madera, metal, plástico, tela). Otras, por su posición o por la distancia que mantengo con ellas en ese momento, por ejemplo: la cama es lo que está a cinco metros de mí (cuento ese espacio infinitas veces, una parte de mi se queda loopeando allí, en un universo matemático); las sillas del comedor porque ESTAN en el comedor y porque SON las sillas del comedor, y más; la licuadora por el ruido (su timbre) que hace al licuar; el auto que pasa por la calle (que parece de Fiat 125, y posiblemente lo sea) por como hace vibrar mi tímpano, cambiando mi percepción de auditiva a táctil; y la calle, que por el pasar de ese auto, y por la cercanía de mi cabeza con la pared que nos separa, se hace presente como un accesorio de mi atuendo, como un sombrero para ser exacto: entonces la llevo como sombrero, un sombrero vibrante, a consecuencia del pedorreo del auto, de su mecánica, que incluye desde pistones a un tímpano con capacidades de trazo asfáltico.

Todo eso se va acumulando, va quedando, se va superponiendo, y el ambiente se vuelve un hecho irreal, sobrecargado de fútiles emergencias. Me digo que lo vivido así, con la percepción descontrolada, es demencial. Entonces, me sugiero escribirlo para dejar constancia de su inexistencia, para hacerlo improbable, razonable.

Creo que nadie debe vivir así. Que por algo nuestros sentidos están ordenados. Entonces vuelvo a prender la tele. La película no había terminado. I-Sat me dice que estoy viendo “El hombre que nunca estuvo allí”.

2 comentarios:

Alex dijo...

fantástico!!!!

Diego dijo...

Gracias, Alexandra.