25 de noviembre de 2011

Esas cosas de la vida (otra posible algo del texto anterior que se llama igual).

Respira profundamente y entra, como si de un abismo se tratase, en su propia respiración. Flota en esa oscura vida que hay en el respirar. No ve nada pero siente que, de querer hacerlo, podría fundar nuevamente ese sentido: nacer otra vez a la vista y ver como tal vez vio al nacer: luz y luminiscencias que a posteriori olvidó en su insignificancia y que tal vez podrían haber sido otras tantas cosas que ahora yacen invisibles… o peor: nonatas.
¿Y si ahora decidiese refundar su vista? ¿Y si ese embrión de realidad que se percibía en el vaivén de su respirar pudiese desarrollarse? Mejor aún ¿y si busca un sentido no fundado, algo no visto y no dependiente de ser visto para ser? (Ni de ser visto u olido o tocado o escuchado o supuesto por imaginación alguna).

Se concentra en el respirar porque sabe que su estado es delicadísimo. Una mínima carraspera lo traería nuevamente a las densidad que acostumbra. Una dificultad más: se da cuenta que pensar lo aleja. Como si las neuronas se concentraran en sí mismas, en saberse vivas en su viveza. Pero lo tranquiliza ese exceso de pensamiento que resulta de sospechar de si mismo. La duda tiene doble virtud: la de enfermar y la de inocularse para prevenirse de ella misma. ¿Y cómo sería eso?

Se frena bruscamente, como a quien le sale algo espantoso al paso. Y con la claridad del miedo logra adivinar algo entre las sombras de la cuestión: el único peligro resulta de la lógica, que siempre resulta en algo. Así que se entregó y confió en que ya tenía los anticuerpos. Y continuó respirando.

Días después, mientras hacía algo supuestamente intrascendente:

Olvidó la transición pero sabe que algo cambió después de aquel respirar. Algo entero cambió. Algo fue sustituido en él. Tal vez él mismo. Ahora estaba haciendo otra cosa. ¿Pero qué había pasado entre este presente y aquél ayer? Muchas cosas. Tantas que no cabría sospechar la imposibilidad de que no hubiese pasado nada. Tantas, que entre una y otra cabe la posibilidad de que algo hubiera pasado. Ante la confusión, la insensibilidad, el olvido, el error y otras bendiciones, le quedó un regusto a verdad: la exitosa sustitución de él por él mismo en un mismo plano de existencia. Como si hubiese muerto y reencarnado sin haber pasado por eso.

Se sentó y escribió sobre el amor y el suspiro porque pensó que todo tenía que ver con eso. Se preguntó si no temía equivocarse. Se respondió que es imposible equivocarse en la vida. ¿Es un optimista?

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