7 de marzo de 2012

Entre las cosas de la guerra.

A veces pasa que me incomodo repentinamente. Se me empiezan a revolver las emociones sin saber cómo acomodarse.

Teddy lo miró de lleno por primera vez: -¿Usted es poeta? -preguntó.
-¿Poeta? –dijo Nicholson- Dios, no. Por desgracia, no. ¿Por qué preguntas?
-No sé. Lo poetas se toman siempre el tiempo tan a pecho. Siempre están metiendo sus emociones en cosas que no tienen ninguna emoción. (Teddy. Nueve Cuentos. J. D. Salinger)

Esta turbiedad podría entenderse, en el mejor de los casos, como una resistencia a la melancolía, que sin duda es a lo que tiendo. Pero cierto es que la cosa no queda ahí y el sentir es trastornado o trastornante como una mancha de aceite en el agua: tiene el atractivo de los colores, sí, el tornasol, las vetas, pero también la pesadez de lo oleoso y el aspecto tóxico o la actitud contaminante hacia aquel elemento que es el agua y del cual estamos compuestos mayormente, pero nunca puramente. Así que la pretensión de pureza no la tengo. Aunque sí la de orden, que no es más que una impotencia: de clasificar y armar mapas de interpretación.

Me pasa a veces que, por ejemplo (y este es el caso), veo un documental de la segunda guerra y repentinamente quedo herido de empatía (perdón por la retórica, pero también tiendo a la mediocridad y a cierto orgullo por ella) y una incomprensión inconmensurable se roba mi humanidad tal como la de esos soldados a quienes veo… cómo decirlo, privados de toda vida aún en vida. Cosa que no es posible; sin embargo lo que yo veo en la (de)forma de sus rostros es también imposible, y ahí está. Y eso que parece ser un simple documento que atestigua, entre otras cosas, la impotencia de un orden histórico, no es tan simple. Porque simplemente no es un ni un tiempo presente ni un pasado ya ocurrido. Es, extrañamente, un pasado ocurriendo; o mi imposibilidad de entenderlo de otra forma.

-Ojalá supiera por qué cree la gente que la emoción es tan importante -dijo Teddy. Para mi madre y mi padre una persona no es humana si no piensa que hay cantidad de cosas muy tristes o muy molestas o... digamos, algo así como muy injustas. Mi padre se pone terriblemente emotivo hasta cuando lee el diario. Piensa que soy inhumano. (Teddy. Nueve Cuentos. J. D. Salinger)

Pero en verdad, lo que yo quisiera ahora es escribir sobre esos rostros, sobre la percepción de esas imágenes televisivas (y aquí sería bueno dar cuenta de que toda imagen es religiosa, en tanto religan lo físico con lo metafísico. En tanto son sentidas como parte orgánica de aquello que representa). Además, estas imágenes no eran inofensivas, sino, contrariamente, ofensivas. Lo que se veía allí (sucediendo) es un universo absolutamente en nosotros, un universo devastado, arrasado; porque no debería ser de otra forma: ¿o acaso el orden no es un esfuerzo de lo viviente; una excepción, basta, claro, extendidísima, pero así y todo todavía excepcional? Al menos yo, por fuera de esto, no veo (ni imagino) nada.

La guerra, como algo inacabado, siempre estuvo presente en su cabeza durante los años que viví en casa. Incluso de adolescente, cuando llegaba a casa y empezaba a darme la lata con algo, como hacen los padres con los adolescentes. Le decía: ‘Papá ¡dejá de interrogarme, ya!’. Y él contestaba: ‘No puedo evitarlo, es lo que soy’. No usaba el pasado sino el presente, como si todavía estuviera interrogando a los prisioneros. ‘Es lo que soy.’ Da un poco de miedo. (Margaret Salinger, sobre su padre J. D. Salinger, en su libro El guardián de los sueños).

Esos rostros de la guerra (exhaustos, vivamente batallados) fueron absorbidos por este universo de lo increado (que está detrás de lo arrasado), de forma que dejan ver, si se me permite la expresión, el horror de la nada misma. Esos rostros post-horrorizados fuerzan mi sistema de interpretación que trata de alejarse del precipicio, de no precipitarse hacia esa otra consolante contemplación universal, la de una Matrix sobre la cual construimos nuestra cotidianidad. Pero de esa idea, al menos por ahora, no puedo salir: Y por qué: porque es el entretenimiento de la melancolía. Esa tristeza por lo indefinido, lo inasible, son mi consuelo. En tanto tenga (la probabilidad de) lo imposible a mano, sufro complacido.

Aristóteles decía que el secreto de la composición de la intriga trágica consistía en atar y desatar. Desis y lysis. Los modernos conservaron esa palabra en el término de psychanalysis. En cuanto al término de psychanalysis se trata de desatar el mal sueño repetitivo en donde se ha encerrado la vida de un hombre en una sucesión de escenas desagradables y forzadas. Todo sufrimiento es un sueño mal escrito. El autor construye un relato de vida imaginaria en contacto con el cual el lector probará su vida y sus relatos posibles. Como en la vida psíquica, un sufrimiento que clama venganza no apela nada más que a un relato. Una confusión dolorosa prefiere, antes que la noche en la que vaga, un asesinato injusto que la organice y que le dé sentido. Igualmente las familias, las aldeas, las ciudades, las sociedades humanas prefieren el sentido a la noche. Pero ese sentido no es más que un sueño inhumano en la noche. (Retórica especulativa, Pascal Quignard)


Addenda: ¨No se suele ubicar a Salinger como un escritor de guerra, pero la guerra fue la que modeló su carácter para siempre. El escritor estuvo en el 12º Regimiento de Infantería de la Cuarta División cuando éste puso su pie en la playa de Utha. Fue una carnicería atroz. Se sabe que, previamente al día D, Salinger estaba terminando varios capítulos de The Catcher…, con la portátil que se había llevado a la trinchera. Y que mientras avanzaban para cercar a los alemanes, como miembro del CCI, se encargaba de interrogar a los prisioneros. Como el Sargento X de Esmé, Salinger terminó con un colapso mental.¨ Fabián Casas.

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