25 de junio de 2012

Los niños del beso.


Una mirada en diáspora. Dispersión, simbiosis con las gotas que veo desde mi ventana. Salgo a correr y a mojarme. Intimar con la naturaleza. Salir de casa a inseminar. Sentirme espermático. Multiplicarme. Dividirme. Sumarme. Pensar aritméticamente siempre es un alivio, una descarga, un fugarme para unirme; sentirme en diáspora, decía: la del pueblo que soy; que trota en silencio y bajo un cielo todo fresco, y que espera (indefinidamente), lo que sea; porque no hay mal posible (en la paz de saberse existente y mojado). Y mojante.

Escribo esto porque volví y aún llueve. Y no decidido a hacer otra cosa y siguiendo bajo los efectos de un clima que me introspecta, escribo. Y aún llueve. Y pienso que olvidé como besar a una mujer. Pienso en mi madre y en aquella vez que me secaba con un toallón muy pesado. Me pregunto ahora por qué no me secaba yo mismo, ¿tan chico era? No importa, ¿o sí importa?: mi sexualidad era incipiente, no es menor. Todo fue a raíz de unas revistas pornográficas. Yo las atesoraba y mi madre las descubrió. Comprensible entonces que aprovechara la situación de intimidad y fragilidad del baño para hablarme no del sexo, o sí, sino de la Mujer; lo que ella quería era definirla, apropiársela, rescatarla de mi encaminada, y creo yo, correcta perversión.

Mi madre temía a la pornografía como a la peste, y sospechando que la obscenidad iba a destruir o evitar el desarrollo de mi sexualidad, empezó a hablarme, como dije, de la Mujer. No dio ninguna vuelta y eso me sorprendió. Normalmente ella siquiera rozaba o aludía a la sexualidad en forma alguna (mi padre sí, y yo lo consideraba, naturalmente, un traidor del vínculo; en la actualidad todavía considero a las personas traidoras; y me da tristeza porque no necesitan serlo. No digo que no deban traicionar, digo que no es necesario; pero no digo tampoco que no sea una necesidad; estoy utilizando la palabra incorrecta: digo que la traición puede evitarse con acomodo de su aceptación (o arreglo de los sentidos -en todo sentido): al aceptarla se vuelve inexistente. Así como un esquimal puede ver 14 blancos, usted podría no ver traición; la realidad es lo que se hace con ella.

Vuelvo a mi madre (freudianos abstenerse). No recuerdo las dos o tres frases por las que entró al tema Mujer, solo lo que podría denominar el artículo fundamental de su Ley del Deseo. Me dijo: ¨Lo más sensual que tiene una mujer es su boca.¨ ¿Está claro, no? Cada vez que recuerdo esto me sonrío; lo hago cada vez que olvido cómo besar a una mujer.

Hay pensamientos que vienen en patota. Esta es una patota dentro de todo simpática. Está conformada principalmente, únicamente, por niños que soy yo. Estos niños son bastante afectuosos y vienen a contarme historias; pero son niños. Y entenderlos es muy difícil. Además están muertos.

El fantasma, el recuerdo, o la historia, están hechos de Presente (¿somos fantasmas o fantasmáticos? ¿Hay alguna diferencia? Y si la hay, ¿importa?). Decía, estamos hechos de un Presente exhaustivo, con pretensiones innobles de la carne que nos sostiene, que es perecedera. El cuerpo es un superviviente ejemplar. Un objeto virtual templado por, entre otras cosas, una psique que escarba el tiempo y que busca, en ese horadar desesperado (pero infinitamente paciente), la energía imaginaria para cristalizarlo. El problema es cuando ese cuerpo se quiere perpetuar conquistando los dominios de su psique.

Paremos la moto.

Les aseguro que no sé qué estoy diciendo. Mis disculpas a quien busca lo que sea. El disparate es algo inercial. Hay que dar cuenta de la inercia y salirse cuando ya es molesta. Pasa a veces en el acto sexual; uno empieza y, al cabo de un rato, se da cuenta que ya no tiene ganas; y ese darse cuenta es el pensamiento de los absurdo (pensamiento al fin) que nos viene a señalar lo extraño del asunto; y así la abstracción del plano sexual se corta (y esa facultad, la de la interrupción, nos hace libres); sin embargo uno sigue bombeando en el vacío, y eso nos vuelve cada vez más consientes de nuestra ridiculez; y nos odiamos por ello (¿somos libres? ¿odiamos la libertad? ¿o nada por aquí y nada por allá?).

Sigo. Este Presente busca en lo imperecedero, que no es compatible con su densidad actual. Por eso los niños se me presentan con esa vaguedad (esos niños que soy y que están, perdón por repetirlo, muertos). Esos niños intentan instruirme sobre el besar. Me instan a recordar con ellos a una prima que besé en un transe similar al de ahora. Me levantan paredes, me cuelgan un cuadro, me traen una cómoda vieja, le ponen adornitos y mantitas bordadas, cuelgan un crucifico, y debajo, esa cama de dos plazas: la primera que percibí no como aposento del sueño, sino como el lugar para hacer lo que no sabía cómo (y hoy tampoco sé). Sobre la punta de esa cama me veo ahora; estoy con esa mujer-niña, besándola. No puedo ver, como siempre, el instante previo. Es como ese punto donde salta el CD de música; sobre mi superficie hay un daño: todo-fluye-todo-fluye#ruido#beso: siento un intenso calor húmedo sobre mis labios y un líquido, también caliente, llenándome la boca. Trago toda esa saliva y me esfuerzo por no cerrar la boca durante el reflejo de tragado. El beso es algo que el cuerpo no puede dominar naturalmente; pertenece a los dominios de la instrucción: Artículo 1: ¨Lo más sensual que tiene una mujer, es la boca¨.

En este punto los niños desmontan la escena y se van riendo un poco maliciosamente. Los perdono porque su crueldad es tan humana como mi perdón.


1 comentario:

Alex dijo...

un texto lleno de meandros, me encantó.