Una mirada en diáspora. Dispersión, simbiosis con las gotas que veo desde mi ventana. Salgo a correr y a mojarme. Intimar con la naturaleza. Salir de casa a inseminar. Sentirme espermático. Multiplicarme. Dividirme. Sumarme. Pensar aritméticamente siempre es un alivio, una descarga, un fugarme para unirme; sentirme en diáspora, decía: la del pueblo que soy; que trota en silencio y bajo un cielo todo fresco, y que espera (indefinidamente), lo que sea; porque no hay mal posible (en la paz de saberse existente y mojado). Y mojante.
Escribo esto porque volví y aún llueve. Y no decidido
a hacer otra cosa y siguiendo bajo los efectos de un clima que me introspecta,
escribo. Y aún llueve. Y pienso que olvidé como besar a una mujer. Pienso en mi
madre y en aquella vez que me secaba con un toallón muy pesado. Me pregunto
ahora por qué no me secaba yo mismo, ¿tan chico era? No importa, ¿o sí
importa?: mi sexualidad era incipiente, no es menor. Todo fue a raíz de unas
revistas pornográficas. Yo las atesoraba y mi madre las descubrió. Comprensible
entonces que aprovechara la situación de intimidad y fragilidad del baño para
hablarme no del sexo, o sí, sino de la Mujer; lo que ella quería era definirla,
apropiársela, rescatarla de mi encaminada, y creo yo, correcta perversión.
Mi madre temía a la pornografía como a la peste, y
sospechando que la obscenidad iba a destruir o evitar el desarrollo de mi
sexualidad, empezó a hablarme, como dije, de la Mujer. No dio ninguna vuelta y
eso me sorprendió. Normalmente ella siquiera rozaba o aludía a la sexualidad en
forma alguna (mi padre sí, y yo lo consideraba, naturalmente, un traidor del
vínculo; en la actualidad todavía considero a las personas traidoras; y me da
tristeza porque no necesitan serlo. No digo que no deban traicionar, digo que
no es necesario; pero no digo tampoco que no sea una necesidad; estoy
utilizando la palabra incorrecta: digo que la traición puede evitarse con acomodo
de su aceptación (o arreglo de los sentidos -en todo sentido): al aceptarla se
vuelve inexistente. Así como un esquimal puede ver 14 blancos, usted podría no
ver traición; la realidad es lo que se hace con ella.
Vuelvo a mi madre (freudianos abstenerse). No
recuerdo las dos o tres frases por las que entró al tema Mujer, solo lo que
podría denominar el artículo fundamental de su Ley del Deseo. Me dijo: ¨Lo más
sensual que tiene una mujer es su boca.¨ ¿Está claro, no? Cada vez que recuerdo
esto me sonrío; lo hago cada vez que olvido cómo besar a una mujer.
Hay pensamientos que vienen en patota. Esta es una
patota dentro de todo simpática. Está conformada principalmente, únicamente,
por niños que soy yo. Estos niños son bastante afectuosos y vienen a contarme
historias; pero son niños. Y entenderlos es muy difícil. Además están muertos.
El fantasma, el recuerdo, o la historia, están hechos
de Presente (¿somos fantasmas o fantasmáticos? ¿Hay alguna diferencia? Y si la
hay, ¿importa?). Decía, estamos hechos de un Presente exhaustivo, con pretensiones
innobles de la carne que nos sostiene, que es perecedera. El cuerpo es un
superviviente ejemplar. Un objeto virtual templado por, entre otras cosas, una
psique que escarba el tiempo y que busca, en ese horadar desesperado (pero
infinitamente paciente), la energía imaginaria para cristalizarlo. El problema
es cuando ese cuerpo se quiere perpetuar conquistando los dominios de su
psique.
Paremos la moto.
Les aseguro que no sé qué estoy diciendo. Mis
disculpas a quien busca lo que sea. El disparate es algo inercial. Hay que dar
cuenta de la inercia y salirse cuando ya es molesta. Pasa a veces en el acto
sexual; uno empieza y, al cabo de un rato, se da cuenta que ya no tiene ganas;
y ese darse cuenta es el pensamiento de los absurdo (pensamiento al fin) que
nos viene a señalar lo extraño del asunto; y así la abstracción del plano
sexual se corta (y esa facultad, la de la interrupción, nos hace libres); sin
embargo uno sigue bombeando en el vacío, y eso nos vuelve cada vez más
consientes de nuestra ridiculez; y nos odiamos por ello (¿somos libres? ¿odiamos
la libertad? ¿o nada por aquí y nada por allá?).
Sigo. Este Presente busca en lo imperecedero, que no
es compatible con su densidad actual. Por eso los niños se me presentan con esa
vaguedad (esos niños que soy y que están, perdón por repetirlo, muertos). Esos
niños intentan instruirme sobre el besar. Me instan a recordar con ellos a una
prima que besé en un transe similar al de ahora. Me levantan paredes, me
cuelgan un cuadro, me traen una cómoda vieja, le ponen adornitos y mantitas
bordadas, cuelgan un crucifico, y debajo, esa cama de dos plazas: la primera
que percibí no como aposento del sueño, sino como el lugar para hacer lo que no
sabía cómo (y hoy tampoco sé). Sobre la punta de esa cama me veo ahora; estoy
con esa mujer-niña, besándola. No puedo ver, como siempre, el instante previo. Es
como ese punto donde salta el CD de música; sobre mi superficie hay un daño: todo-fluye-todo-fluye#ruido#beso:
siento un intenso calor húmedo sobre mis labios y un líquido, también caliente,
llenándome la boca. Trago toda esa saliva y me esfuerzo por no cerrar la boca
durante el reflejo de tragado. El beso es algo que el cuerpo no puede dominar
naturalmente; pertenece a los dominios de la instrucción: Artículo 1: ¨Lo más
sensual que tiene una mujer, es la boca¨.
En este punto los niños desmontan la escena y se van
riendo un poco maliciosamente. Los perdono porque su crueldad es tan humana
como mi perdón.
1 comentario:
un texto lleno de meandros, me encantó.
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