12 de septiembre de 2012

Cháchara.


Esto es una excusa para ver simplemente algo escrito. Para escribir. Últimamente el trabajo se incrementó y cuento con menos tiempo (tanto para leer como para escribir). Sin embargo las ganas están, y creo yo, por dos razones: 1. Tuve un sueño que me dejó azorado y que debo escribirlo para tratar de entenderlo y sacarlo de esa parte de mi cerebro que guarda los ¨por hacer¨ (a medida que pasan los años voy sumando trastornos, aunque en rigor, es una ampliación del mismo). 2. Algo sigo leyendo, y, como sabemos, esto incita a la escritura. De todas formas, por la misma razón que el punto ¨1¨, la lectura, al menos en mí, necesita ser puesta en escritura para que pueda asimilarla mejor; podría decir que la lectura seguida de la escritura es parte de un mismo sistema digestivo. Algunos charlan, conversan, dialogan, yo lo escribo: no sé hablar con otros de cosas mías. No es por una cuestión de temor a la intimidad, en absoluto, es simplemente un reflejo de introspección. Además, no sé por qué, digo unas pavadas increíbles. Creo que hay una parte de mí a la que ciertos razonamientos intrincados le parecen ridículos, entonces me sale al cruce con el sentido común, en el mejor de los casos.
Tampoco es casual que esta anotación guarde similitud con algún fragmento de, por ejemplo, La novela luminosa, de Levrero (escritor largamente disimulado por el mundo), que es lo que vengo leyendo por estos días. En general se me pega la voz de quien leo. Y ahora que lo pienso, esta actitud camaleónica no es solo del orden de la lectura; si estoy bastante tiempo con una persona también la copio. Vendría a ser una especie de Zelig. De todas formas, con quien más paso tiempo es conmigo, así que mi personalidad está a salvo. ¿Será la introversión la distancia a la que mi personalidad se pone respecto a la de otros? ¿Será la introversión lo que es el esqueleto al cuerpo? ¿No le sería muy fácil a otros cuerpos entrar al nuestro si este fuera muy blandito?

Bueno, ahora voy a cortar. Lo que venía a decir ya lo dije, y creo que (salvo esta última e incomprensible estupidez) lo dije clarito. Además debo terminar porque el tren está llegando a la estación donde me bajo, y prefiero interrumpir ahora que el punto final está cerca y no hacer tiempo o sinapsis para que hilvane otro y otro tema, como esas viejas charlatanas. Aparte no me gustaría que un hecho tan poco importante, como lo es llegar a la estación de siempre, me corte la inspiración; aunque debo admitir que las estaciones me producen cierto goce estético y melancólico, aunque más que las estaciones, las vías: las vías de campo, las vías que entran en la espesura de un bosque, o esas inquietantes, que se pierden en la oscuridad de algún túnel. 

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