10 de octubre de 2012

El circo.

Estoy en una reunión. Ocho personas de este lado y otras tantas en Chile y Perú; es lo que llaman una Call Conference. Todos aquí tienen sus notebooks y smartphones, presumo que del otro lado también. Yo tengo este anotador y un poco de fastidio. Me propongo, a fin de entretenerme un poco, tomar nota de lo que acontezca: al menos de lo que suceda en mi mente.

Todo me parece elemental y lento. Hay retardo. Siento que el capitalismo nos necesita algo retardados. Algunos parecen despiertos, enérgicos, pero es pura ansiedad y prepotencia.

La riqueza se genera excusando necesidades: al menos la mitad de los presentes no somos necesarios. Pero necesitamos empleo. Emplear nuestro tiempo y, las más extrañas de las veces, nuestras facultades. Consumimos y somos consumidos.

En la reunión predomina el inglés. Somos todos latinos. Pregunto por qué. Me dicen que la corporación es americana. Pero si nosotros y nuestro ¨target¨ es de habla hispana, cuestiono. No importa, me responden. Noto impaciencia y hartazgo hacia mí. Y agregan,  ¿no entendés que es una empresa global? Y yo entiendo. Mi interrupción no es productiva, ni plásticamente jocosa. Cierro el pico.

La reunión continúa y sigo tomando nota. Los agentes del sistema productivo siguen con lo suyo, eficazmente ¨mientras yo permanecía sentado en la otra punta de la habitación con mi traje azul y mi corbata Sulka, tratando de parecer simultáneamente atento, paciente y, de algún modo, indispensable para la organización.¨ Gracias Salinger.

La mayoría de los asistentes están gordos u ojerosos o ambas y otras también; la mala vida se trasluce o adquiere cierta densidad carnosa, tumorosa. La estética kidult no hace sino más grotesca su apariencia. También persiste una actitud infantil: ponen el teléfono en mute y, mientras el cliente habla, comentan su estupidez (probablemente el cliente haga lo mismo). Todos nos sentimos superiores. Todos los presentes, también, sienten una fascinación hacia Steve Jobs y su corporación Apple. Esperan el lanzamiento de su próximo producto como un buen cristiano aguarda La Salvación. Todos también van al psicólogo, su confesor privado. Y lo dicen con orgullo, como si fuera prueba de sanidad, higiene y asepsia, como si eso, también, los debiera de hacer más queribles. Son terriblemente afectivos y emocionales. Uno de los presenten repite su tic nervioso cada vez con más frecuencia: cierra fuertemente un ojo y se le tuerce toda la cara.

La campaña que estamos presentando no va a resultar. No lo digo en voz alta. Si el cliente es persuadido, también creerá que sus clientes lo serán. También es cierto que casi nunca nada fracasa lo suficiente. No existe en esta profesión el equivalente a cortar el cable azul en vez del rojo. A pesar de la exactitud de las métricas (que indicarían el éxito o el fracaso), la valoración, es decir, el juicio, siempre responde a la ambigüedad humana que usa el concepto de perspectiva para justificar lo que bien, podría ser un capricho. Y lo es. Es el capricho de la rentabilidad. Todo se reduce a la renta o a su perversión, el orgullo. Todos nos sentimos superiores. Todos le tememos al dinero. Ustedes pensarán que yo no amo lo que hago. Yo amo. El precioso sol de la tarde entra por el ventiluz.

Una de las chicas de la reunión, la más vivaz y cínica, tiene ojos cristalinos y celestes. Es rellenita y de cachetes rozagantes, es la cerdita de los muppets, y es también (¿es necesario que sea tan elemental?), una marioneta. Me pregunto cómo será en la cama. De las cuatro chicas presentes me cogería a dos.

Miss Piggy me pregunta qué estoy anotando. Y sí, es sospechosa la manera en que estoy tomando nota. Nada en la reunión amerita una atención tan copiosa. Le cambio de tema. Veo que ella está jugando con la cortina, se la enrosca en el cuello mientras espera mi respuesta: hace el gesto de ahorcamiento. Entiendo que alude a lo que el cliente, del otro lado del teléfono, nos está diciendo. Le pregunto si se quiere matar. Me balbuce algo que no entiendo. La dinámica de la reunión me la saca de encima. Yo sigo con lo mío.

No sé cuánto tiempo llevamos encerrados. En este momento están todos dispersos, enajenados, cansados de tanto power point. Ya dijeron lo suyo y se vaciaron. Podría pararme desnudo sobre la mesa y no sería visto. Pero la cosa todavía no termina. Ahora es mi turno de hablar. Ya se expuso todo el marco estratégico, el análisis de medios, etc, etc. Ahora contaremos las idea creativas, los conceptos, que les decimos.

Listo. Al final no hablé, lo hico un compañero, para el caso daba igual. No resultó bien.

1 comentario:

Nina Regina dijo...

Sí, manda saludos Houellebecq