No será este, pero sí
el próximo texto, donde me interpele sobre las cualidades de ciertos fragmentos
de texto que contienen, en sus límites verbales, la clave de una verdad
nuclear. Esta verdad puede ser relativa a la obra que la contiene o relativa a
quien la escribe, en tanto ser que trasciende al escribiente; u otra cosa,
totalmente alejada al concepto de verdad. Ya veremos.
Como ejemplo, transcribo
este fragmento de la ¨Novela Luminosa¨, de Mario Levrero:
¨¿A usted nunca le
pasó, mirando un insecto o una flor, que
por un momento se le cambiara la estructura de valores, o de jerarquías? No sé
cuándo habrá sido la primera vez –quizá en la infancia, aunque esta anécdota de
la avispa cazadora se me presenta como la primera–, pero sé que me ha sucedido
varias veces. Es como si mirara al universo desde el punto de vista de la
avispa –o la hormiga, o el perro, o la flor–, y lo encontrara más válido que
desde mi propio punto de vista. De pronto pierden sentido la civilización, la Historia,
el automóvil, la lata de cerveza, el vecino, el pensamiento, la palabra, el
hombre mismo, y su lugar indiscutido en el vértice de la pirámide de los seres
vivos. Toda forma se me hace, en ese momento, equivalente. Y, como intentaré
mostrar luego, lo inanimado deja de serlo y no hay lugar para una no-vida.
Quiero decir: abismado
en la contemplación del trabajo, agitadísimo, de la avispa, comprendo de pronto
la tremenda importancia de ese trabajo, y su precisión, y lo que le ha costado
a la especia llegar a eso, y siento, aunque en ese momento no piense nada, que
no es algo inútil, despreciado o secundario; que los periódicos están llenos de
noticias que tal vez no tengan el mismo peso informativo de esta anécdota que
acabo de contar; o que, desde otro ángulo, a la avispa no le importa la
cotización del dólar o el doble crimen de la calle X y que, en cambio, ella es
importante para sí misma como yo lo soy para mí, y que es importante a secas,
que a Algo le importa; o, desde otro ángulo, que si yo fuera avispa, no
sentiría ante los hombres ningún complejo de inferioridad. Hay árboles que me
han hecho sentir lo mismo. Y piedras.
No sé decirlo mejor.
Probablemente porque me asusta un poco y no he querido profundizar este
sentimiento casi secreto, para mí mismo secreto. Intuyo que ahí hay una verdad
tremenda, que allí está, simplemente, la verdad; pero que comprender esto
íntegramente, tanto como para poder explicarlo mejor, me resultaría demasiado
peligroso. No sé por qué. O sí, lo sé.
¿Dónde, por Dios, transcurre
la vida? ¿El hombre se reproduce utilizando el espermatozoide y el óvulo, o el
hombre es un instrumento del espermatozoide y del óvulo, un estuche de lujo? ¿Dónde
poner el acento, en el huevo o en la gallina? Lo esencial, lo importante, lo
que va a permanecer, lo que realmente es –desvanecida toda apariencia–, ¿es
micro o macro, o alguna otra categoría desconocida? ¿Para quién estamos trabajando?
¿Para qué? Y etcétera.¨
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