17 de mayo de 2013

Resonancias.


Son las seis de la tarde de un fresco día de otoño. Vuelvo a casa con la última claridad del día luego de hacer una larga caminata por el oasis bonaerense que es Ciudad Jardín. Ni bien llego me lavo las manos (en mi recorrido siempre me encuentro con ¨orejas¨, un perro amigo no tan limpio como simpático) y me voy a la cocina a calentar agua para el mate. Trato de no prender ninguna luz ya que me gusta que todo se vaya ensombreciendo lentamente. Lo bello, además, es el resplandor azulado que se desprende de la hornalla.
Mientras el agua va tomando temperatura, busco en el aparador el mate de palo santo. Es marrón con vetas musgosas y me remite al sueño de vivir en una cabaña (alguna vez alquilé una en el bosque peralta ramos, tenía un hogar a leña, al que a esta misma hora encendía para merendar y leer a su calor y aroma. En ese momento estaba leyendo a Spinoza).

"Caute, quia spinosa" (con cautela, tiene espinas).

Decía, la vida no es tan tranquila como esta tarde, ni como aquella. Sin embargo, me traigo el mate hasta donde tengo la computadora, la cual enciendo junto a un velador y un pequeño puro. Tengo ganas de escribir y fumar. Aprovecho. Los bellos momentos duran poco, aunque lo suficiente. Este es un paréntesis donde la ansiedad no puede entrar. Me hacen impenetrable el denso humo del puro, la suave penumbra de la tarde y el sordo sorbo del mate. Es esta mi versión más Zen. El Diego más amable y reposado que tengo.

Hasta hoy, y desde hace tiempo, vengo sin poder escribir nada. Tengo un relato a medio camino al cual no puedo volver sin sentirme frustrado. La idea es buena, el argumento me entusiasma y el tema de fondo me cautiva. Sin embargo, cada vez que me siento para darle forma, me atoro. En parte, porque me quedé sin trabajo y siento culpa por casi toda actividad que haga, que no sea buscar empleo. De todas formas no se trata solo de encontrar una ocupación, la cosa es más compleja. Se trata de buscar un nuevo oficio.

Para no caer en depresiones inconducentes ni perder la fe en mis habilidades, me puse a ver nuevamente la serie Lost, que obra maravillas en mí. Como todo gran relato motiva, enciende la imaginación, y abre interrogantes. Yo soy un tipo que se complace en interrogantes y en el uso de la imaginación, dos cosas que me resultan mucho más reales que la cotización del dólar, que es de lo que me hablan generalmente. También, y a raíz de uno de los capítulos de la serie (comentado por sus escritores), me enteré de la existencia de un libro de Stephen King, llamado ¨Mientras escribo¨. Básicamente lo compré a ciegas (hago todo lo que mis referentes recomiendan). Y no me arrepiento. Me está ayudando a abrir los ojos, o sea, a escribir esto. Si me preguntan, no es un gran texto. Es un libro netamente funcional y directo, casi tanto como un vuelo de Portland  a Buenos Aires. Es que funciona así: te lo trae a King, te lo deja en la puerta de tu casa, el tipo te toca el timbre y te dice ¨Dale, vos podés. Yo pude. Hice esto aquello y lo otro. Que tengas una buena tarde¨. Tan simple y cálido como eso. Además, que él sea de Portland y que su libro me haya llegado por los autores de Lost, quienes en la ficción radican la sede de la Iniciativa Dharma en esa misma ciudad, bueno, me fascina hasta la idiotez. Esos detalles simplemente me vuelan la cabeza.

Retomo. Mientras hacía mi caminata diaria (antes de sentarme a escribir esto), iba escuchando el disco de Flea, Helen Burns. Un disco plenamente sintonizado con la temperatura y la luz de ese momento. Esa situación, o estado de las cosas, acabó por facilitarme este párrafo (que es probablemente el único de todo este texto que valga algo, y que será por la idea de otro). A este párrafo traigo lo que, hasta ahora, es la clave del libro del señor King: la Resonancia (la mayúscula es mía). King dice que desea, más allá de todo, que sus libros tengan Resonancia (algo muy musical, por cierto). Ese deseo, el de poder generar algo que repercuta en el lector más allá del temporal acto de lectura, es algo que comparto. Dotar a las palabras de misteriosas semillas motivacionales es, a mi criterio, la simiente de toda buena creación artística. El buen arte, sea ficción o no, debe crear realidades donde antes no había nada. Yo recuerdo entrar de chico al cine a ver una película de artes marciales. Recuerdo salir tirando patadas al aire, imaginando un ataque de Ninjas. El futuro inmediato me encontraría tomando clases de Karate Do (de la escuela Shorin Ryu Matsubayashi), aprendiendo sobre el uso de la energía propia (o de la que disponemos), y también sobre la relación con el espacio y la armonía entre cuerpo, mente y espíritu. Además practicaría, al final de cada clase, meditación Zen y el arte de callar sobre todo ello; así nunca lastimé a nadie ni nadie me lastimó a mí. Resonancias.

Hoy escribo para leerme, conectarme con mis habilidades y facilitarme nuevas resonancias. Como dije antes, no se trata de no tener trabajo. Se trata de algo más complejo como encontrar una nueva forma de ganarme la vida. Ya no quiero ser creativo publicitario. Así es. Y mientras mis recursos económicos se van acabando con toda la lentitud que me es posible, me aboco a los recursos imaginativos y me entrego al vacío desde donde deberá surgir, inevitablemente, el nuevo hacer de mi vida. 

2 comentarios:

Alex dijo...

Pues te diré que este Diego, sencillamente, me encanta. Y su manera de escribir, más que la de los otros Diegos. Sin desmerecerlos. Creo que una punta es reelaborar tus textos a la luz de tu costado zen, es muy muy muy potable.

Diego dijo...

Alex, más que reelaborar mis textos, debo reelaborar mi vida; claro, la escritura viene a facilitar eso.
Gracias por pasar.