Son las seis
de la tarde de un fresco día de otoño. Vuelvo a casa con la última claridad del
día luego de hacer una larga caminata por el oasis bonaerense que es Ciudad
Jardín. Ni bien llego me lavo las manos (en mi recorrido siempre me encuentro
con ¨orejas¨, un perro amigo no tan limpio como simpático) y me voy a la cocina
a calentar agua para el mate. Trato de no prender ninguna luz ya que me gusta
que todo se vaya ensombreciendo lentamente. Lo bello, además, es el resplandor
azulado que se desprende de la hornalla.
Mientras el
agua va tomando temperatura, busco en el aparador el mate de palo santo. Es
marrón con vetas musgosas y me remite al sueño de vivir en una cabaña (alguna
vez alquilé una en el bosque peralta ramos, tenía un hogar a leña, al que a
esta misma hora encendía para merendar y leer a su calor y aroma. En ese
momento estaba leyendo a Spinoza).
"Caute, quia
spinosa" (con cautela, tiene espinas).
Decía, la vida
no es tan tranquila como esta tarde, ni como aquella. Sin embargo, me traigo el
mate hasta donde tengo la computadora, la cual enciendo junto a un velador y un
pequeño puro. Tengo ganas de escribir y fumar. Aprovecho. Los bellos momentos
duran poco, aunque lo suficiente. Este es un paréntesis donde la ansiedad no
puede entrar. Me hacen impenetrable el denso humo del puro, la suave penumbra
de la tarde y el sordo sorbo del mate. Es esta mi versión más Zen. El Diego más
amable y reposado que tengo.
Hasta hoy, y
desde hace tiempo, vengo sin poder escribir nada. Tengo un relato a medio
camino al cual no puedo volver sin sentirme frustrado. La idea es buena, el
argumento me entusiasma y el tema de fondo me cautiva. Sin embargo, cada vez
que me siento para darle forma, me atoro. En parte, porque me quedé sin trabajo
y siento culpa por casi toda actividad que haga, que no sea buscar empleo. De
todas formas no se trata solo de encontrar una ocupación, la cosa es más
compleja. Se trata de buscar un nuevo oficio.
Para no caer
en depresiones inconducentes ni perder la fe en mis habilidades, me puse a ver
nuevamente la serie Lost, que obra maravillas en mí. Como todo gran relato
motiva, enciende la imaginación, y abre interrogantes. Yo soy un tipo que se
complace en interrogantes y en el uso de la imaginación, dos cosas que me
resultan mucho más reales que la cotización del dólar, que es de lo que me
hablan generalmente. También, y a raíz de uno de los capítulos de la serie
(comentado por sus escritores), me enteré de la existencia de un libro de
Stephen King, llamado ¨Mientras escribo¨. Básicamente lo compré a ciegas (hago
todo lo que mis referentes recomiendan). Y no me arrepiento. Me está ayudando a
abrir los ojos, o sea, a escribir esto. Si me preguntan, no es un gran texto.
Es un libro netamente funcional y directo, casi tanto como un vuelo de
Portland a Buenos Aires. Es que funciona
así: te lo trae a King, te lo deja en la puerta de tu casa, el tipo te toca el
timbre y te dice ¨Dale, vos podés. Yo pude. Hice esto aquello y lo otro. Que
tengas una buena tarde¨. Tan simple y cálido como eso. Además, que él sea de
Portland y que su libro me haya llegado por los autores de Lost, quienes en la
ficción radican la sede de la Iniciativa Dharma en esa misma ciudad, bueno, me
fascina hasta la idiotez. Esos detalles simplemente me vuelan la cabeza.
Retomo.
Mientras hacía mi caminata diaria (antes de sentarme a escribir esto), iba
escuchando el disco de Flea, Helen Burns. Un disco plenamente sintonizado con
la temperatura y la luz de ese momento. Esa situación, o estado de las cosas,
acabó por facilitarme este párrafo (que es probablemente el único de todo este
texto que valga algo, y que será por la idea de otro). A este párrafo traigo lo
que, hasta ahora, es la clave del libro del señor King: la Resonancia (la mayúscula
es mía). King dice que desea, más allá de todo, que sus libros tengan
Resonancia (algo muy musical, por cierto). Ese deseo, el de poder generar algo
que repercuta en el lector más allá del temporal acto de lectura, es algo que
comparto. Dotar a las palabras de misteriosas semillas motivacionales es, a mi
criterio, la simiente de toda buena creación artística. El buen arte, sea
ficción o no, debe crear realidades donde antes no había nada. Yo recuerdo
entrar de chico al cine a ver una película de artes marciales. Recuerdo salir
tirando patadas al aire, imaginando un ataque de Ninjas. El futuro inmediato me
encontraría tomando clases de Karate Do (de la escuela Shorin Ryu
Matsubayashi), aprendiendo sobre el uso de la energía propia (o de la que disponemos),
y también sobre la relación con el espacio y la armonía entre cuerpo, mente y
espíritu. Además practicaría, al final de cada clase, meditación Zen y el arte
de callar sobre todo ello; así nunca lastimé a nadie ni nadie me lastimó a mí.
Resonancias.
Hoy escribo
para leerme, conectarme con mis habilidades y facilitarme nuevas resonancias.
Como dije antes, no se trata de no tener trabajo. Se trata de algo más complejo
como encontrar una nueva forma de ganarme la vida. Ya no quiero ser creativo
publicitario. Así es. Y mientras mis recursos económicos se van acabando con
toda la lentitud que me es posible, me aboco a los recursos imaginativos y me
entrego al vacío desde donde deberá
surgir, inevitablemente, el nuevo hacer
de mi vida.
2 comentarios:
Pues te diré que este Diego, sencillamente, me encanta. Y su manera de escribir, más que la de los otros Diegos. Sin desmerecerlos. Creo que una punta es reelaborar tus textos a la luz de tu costado zen, es muy muy muy potable.
Alex, más que reelaborar mis textos, debo reelaborar mi vida; claro, la escritura viene a facilitar eso.
Gracias por pasar.
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