3 de julio de 2013

Diario de un adolescente.

Ay, ay, ay… este espacio, otrora de pensamientos, se va a convertir lenta pero inexorablemente, en un campo de dolencias espirituales y psicológicas propias de un quinceañero. El rumbo claro, la convicción y determinación de un tipo de 37 años, de quien se espera venga puliendo desde su primera juventud sus habilidades profesionales, su proyecto económico, su cualidades humanas…. ya ven, ese tipo solo hace una frase larga donde se pierde la idea de lo que iba a decir y la acaba sin la corrección y eficiencia que debería. Y no es que no me importe. Es que estoy cansado. Miento. No estoy cansado, estoy decepcionado por haberme creído lúcido y, aún así, haber comprado una serie de comportamientos socialmente esperables. Vaya que me gustaría pensar que el tiempo no se pierde. Lo pienso, ciertamente, lo que me gustaría es poder creerlo; creerlo profundamente, tanto que forme parte del sistema parasimpático.

Desde hace meses que estoy sin trabajo, involuntariamente sí (nunca tuve el coraje de renunciar a nada). Lo grave es que a raíz de esto decidí abandonar la profesión tal y como la venía ejerciendo (hacía tiempo que fantaseaba con hacerlo). Hoy me resulta inimaginable volver a lo mismo: y a pesar de ser un agradecido de la profesión, ya no la respeto. Es difícil ser honesto a este respecto; también siento que no hay nada que agradecer, que en la medida que me dio, me quitó.

Mientras busco no sé bien qué (y eso debería estar claro, no se encuentra nada buscando lo que no se sabe… aunque… girando en el vacío hay probabilidades de llevarse algo por delante); hoy pensaba que es inevitable que algo suceda. Y no es optimismo, es solo una observación cuasi-científica o cuasi-filosófica: un existente, por el solo hecho de existir, forma parte de una red de relaciones que lo modifican y constituyen. Es decir, mi sola condición de afectado es ineludible y mutante. La decisión que tomé (o me incentivaron a tomar), dará como resultado un futuro distinto al pasado. Futuro que ignoro con la más absoluta minuciosidad.

Como todo esto me tiene con vaivenes emocionales que van de la depresión a la euforia y, como mi mente necesita de algo a lo que aplicarse con regularidad, tomé otra decisión. Arranqué una (creo) novela. Sé que no estoy hecho para proyectos de largo aliento porque rápidamente me aburro, sin embargo esto me tiene un poco (un poco), entusiasmado. Es un dolor de huevos, sí, pero levante la mano quien no es un poco masoquista, quien no ha disfrutado de sacarse la cascarita de una herida.
Yo tengo que lograr que mis problemas no cicatricen. Como todos, debo abocarme a algo; y solucionar problemas es algo para lo que todos estamos hechos.
El problema, caramba, es que crearme problemas literarios me genera culpa. Los necesito, creo haberlo dejado claro, pero también necesito solucionar ese otro problemita del oficio o profesión en la que deberé (espero pronto) aplicar mis habilidades. Escribir me hace olvidar los impuestos; pero los impuestos no desaparecen por eso (ciertamente nada los hace desaparecer: las políticas tributarias tienen una narrativa de conveniencia social endemoniada).

En conclusión, esta tensión dicotómica entre emplear el tiempo buscando trabajo o escribiendo me está generando una incomodidad diaria. Siento que no estoy haciendo, finalmente, ninguna de las dos cosas bien. 



No hay comentarios.: