10 de septiembre de 2013

Perplejidades.

Mi ignorancia es buena. Intuye complejidades que me dejan sin aliento; mucho menos palabras. Mi silencio actual responde en gran medida a eso. No sé qué decir. Qué poder decir. Qué poder decir que sea relevante y no, como supongo, una nadería lingüísticamente bien articulara, una sucesión de sentidos ya puestos en circulación (por otros y mejor) un sinnúmero de veces. Mi gesto hoy por hoy es el suspiro profundo, la exhalación de aire sonoro por la nariz y el ceño fruncido toscamente, como si un cirujano hubiera querido juntarme las cejas cociéndolas con hilo de matambre.

Empiezo textos y no los termino. Lo que sí termino es el impulso narcisista del habla. Callo. No me complace escucharme. Sin embargo continúo anhelando la construcción de un Yo textual, fruto, imagino, de una vanidad escolar, primigenia y afectiva. Mi mamá me mima.

Mi próximo paso será corregir el falso camino de la expresión correcta y veraz. Dejar de someterme a aquello que me habla al tiempo que suprimir el ideal autónomo del hablar. Es decir, debo constituirme en un espacio donde pueda descartar tanto la posibilidad de lo remañido como de lo original. Ensayar una forma de habla donde el silencio esté implícito. Bordear la sátira Cantinflesca*, mirando, al mismo tiempo, hacia la idea que María Zambrano nos expone: La palabra entonces no es necesaria, pues que el sujeto se es presente a sí mismo y a quien lo percibe. Es el silencio diáfano donde se da la pura presencia”.

*Mario Fortino Alfonso Moreno Reyes (Cantinflas).



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