Conozco esa mirada hacia dentro. Me miro y me doy
cuenta que me miro. Entonces me pregunto quién mira con tanta tristeza y furia. Sé que soy yo, pero no el de siempre, el que habla (o ahora escribe),
sino ese oscuro y profundo, ese alejado pero siempre presente que me guía como
una extensión de una de sus conductas posibles en su universo del cual soy solo
una parte.
Ese, que obra con mi memoria como yo con
Google, me trae un fragmento de texto que, a fuerza de pertinencia (¿o
impertinencia?), no puedo dejar de poner aquí:
¨Zona astral donde la imaginación de los
hombres fabrica con líneas de fuerza los fantasmas que los acosan o recrean en
sus sueños¨.
Me pregunto por qué el cinismo de su proceder. Si
será una respuesta a mi mirada sobre su furibunda tristeza. ¿Es reprochable
que el limpiarme de sus emociones lo ponga agresivo? Sin duda ya no me siento
triste. Sí, en cambio, algo suficiente. Digo, con ese aire de suficiencia que
tenemos los cancheros. Pero ciertamente yo no soy un cancherito. Es natural, entonces, que me pregunte si esta nueva emoción es el haber perdido nuevamente
el control sobre mi. ¿Se está sirviendo este fantasma de la literatura, de
Roberto Arlt, para sugerirme demencia si la cuestiono?
No puedo dejar de pensar si esto lo
escribí realmente yo o si yo, realmente, soy el fantasma que anda acosando a
este otro que escribe así.
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