El tiempo es la condensación continua de todas las
posibilidades a las que él mismo se abre. El llamado Presente es confluyente.
Sobre nuestro punto de existencia se arremolina todo. Hacia el punto de
existencia en que nos encontramos confluyen en todo momento pasado y futuro.
Siendo así el presente como un agujero negro. Pienso en el hoy de mi cuerpo, en
esta estructura que soporta las secuelas de, por ejemplo, enfermedades
diversas. Mi cuerpo es la resultante de su pasado. Pero también pienso en las
mutaciones que guarda sigilosamente y que en el futuro pueden activarse
configurando otra corporeidad. Lo que seré ya está en mi (mí) hoy. Mi cuerpo
es, en definitiva, un Presente desde donde él mismo se hunde y brota como un
borbotón existencial. Una vida microscópica, histórica, proyectual confluyen
continuamente en mí.
La mente, como órgano perceptivo en sí, se modela en torno a
este caos. La intuición es su expresión. Yo intuyo que la realidad temporal es
esta. Siento un Presente real (plano), como todos, pero también un Presente
inexistente (un Maelström). Y cuando digo inexistente, que quede claro, lo
digo en su carácter de entidad permanente y sólida. Reitero, es solo un nombre
para el misterio de lo confluyente. Ese misterio es nuestro Ser. El Ser es la
estructura vórtice de un tiempo particular.
Es un misterio cómo es el tiempo uno solo y múltiple. Pero
no es un misterio que a esa consecuencia la vida sea también una sola y
múltiple. Si el tiempo fuera UNO solo habría UNA una existencia, pero no habría
un individuo. Sin embargo hay individuos, lo que es lo mismo que decir que hay
múltiples tiempos posibles de ser experimentados. Desconozco el por qué de la
conveniencia de vivir en el tiempo real y plano habitual. No puedo dar
explicación a lo que escapa de mi percepción, que es limitada acorde a las
posibilidades sensitivas que el cuerpo tiene. Sin embargo, cómo vórtice
existencial que soy, puedo intuir la muerte. La muerte ya no como un fin, sino
como un presente continuo que se arremolina hasta volverme remolino, que me
engulle y regurgita porque soy la misma materia de la que está hecho todo.
Dice Poe en su Descenso al Maelström:
¨No era el espanto el que así me afectaba, sino el
nacimiento de una nueva y emocionante esperanza. Surgía en parte de la memoria
y, en parte, de las observaciones que acababa de hacer. Recordé la gran
cantidad de restos flotantes que aparecían en la costa de Lofoden y que habían
sido tragados y devueltos luego por el Maelström. La gran mayoría de estos
restos aparecía destrozada de la manera más extraordinaria; estaban como
frotados, desgarrados, al punto que daban la impresión de un montón de astillas
y esquirlas. Pero al mismo tiempo recordé que algunos de esos objetos no
estaban desfigurados en absoluto. Me era imposible explicar la razón de esa
diferencia, salvo que supusiera que los objetos destrozados eran los que habían
sido completamente absorbidos, mientras que los otros habían penetrado en el
remolino en un período más adelantado de la marea, o bien, por alguna razón,
habían descendido tan lentamente luego de ser absorbidos, que no habían
alcanzado a tocar el fondo del vórtice antes del cambio del flujo o del
reflujo, según fuera el momento. Me pareció posible, en ambos casos, que dichos
restos hubieran sido devueltos otra vez al nivel del océano, sin correr el
destino de los que habían penetrado antes en el remolino o habían sido tragados
más rápidamente (...) El resultado fue exactamente el que esperaba. Puesto que
yo mismo le estoy haciendo este relato, por lo cual ya sabe usted que escapé
sano y salvo, y además está enterado de cómo me las arreglé para escapar,
abreviaré el fin de la historia (...) Quienes me subieron a bordo eran mis
viejos camaradas y compañeros cotidianos, pero no me reconocieron, como si yo
fuese un viajero que retornaba del mundo de los espíritus. Mi cabello, negro
como ala de cuervo la víspera, estaba tan blanco como lo ve usted ahora.
También se dice que la expresión de mi rostro ha cambiado. Les conté mi historia...
y no me creyeron. Se la cuento ahora a usted, sin mayor esperanza de que le dé
más crédito del que le concedieron los alegres pescadores de Lofoden.¨
Esto es el Presente tangencial. Un salvarse al irse por la
tangente. Un uso y abuso de los recursos narrativos y perceptivos. Una forma de
no enloquecer ante la catástrofe de ver lo que no debería verse (¿o sí?). Dante
escribió la Divina Comedia. Escapó de su tiempo con una obra que trascendió al
tiempo. Ancló en su Presente con los recursos literarios que tenía a su
alcance. Yo también escribo pero con otra suerte, lo hago y me entrego, como
decía Blanchot, a la ausencia del tiempo. Desde esa ausencia ahora hablo. Estas
palabras, confusas hasta lo irritante, son el mismo Maelström de Poe
puesto, a su vez, en el abismo de la filosofía y del ensayo. Salgo y entro. Veo
y me quedo ciego. Comprendo e ignoro. Siento y no. ¨Y no¨ ¿qué significa ¨Y
no¨. ¨Y no¨ es la encrucijada del lenguaje, del mío, de este vórtice que soy.
Es mi paradoja temporal. La ¨y¨ es la conjunción, en ella confluye todo lo que
la antecede, pero también lo que la precede, que es un ¨no¨. Siento y no.
Podría ser este mi mantra: siento y no. Podría repetirlo hasta ponerme en
estado de ¨Y no¨. Tal vez mi mente ya lo hizo. Tal vez su estructura es esa.
Tal vez esto sea su emanación, la auto-percepción de un tiempo que ya no es
propiamente el mío, sino la catástrofe misma que ha sucedido y vuelto a no
suceder. Tal vez este tiempo, al que estoy despertando nuevamente, sea tan real
como suficiente. Es muy probable que esto haya terminado en el momento mismo en
que escribí el título: Presente tangencial. La vida (en el tiempo), es tan
suficiente que embriaga. De esa suficiencia, de esa totalidad, acabo de volver.
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