15 de junio de 2015
Sin principio y sin final.
El
auto que tengo es una mierda: gris, apretado, y de plásticos mal unidos, es el
resultado de un pedido que la fábrica hizo a sus ingenieros con un único propósito: ¨señores,
necesitamos un auto que haga más miserable la vida de las personas que aspiran
a más. Hay que construir un vehículo que les genere un perpetuo odio, algo
carente de toda belleza para que los vuelva tristes y les quite hasta la fuerza
para exigir algo mejor.¨ Por supuesto que la realidad no es tan linda como
tener a los malos tan organizados e inteligentes. La verdad pasa para una
cuestión de mercado que subyuga incluso a aquellos que creemos liberados.
Estamos en el mismo lodo, todos manoseados. Es así, inmenso Discépolo, con su
cara de hombre rata. Bien por él que no dejó que esa cara se le hundiera hasta
el alma. Llevó su arte en el rostro, hizo de él una máscara, mantuvo la
desgracia a raya, la entretuvo con la nariz para que no se fijara en el alma
que guardaba haya al fondo como llama de vela, siempre a punto de apagarse con
el soplido de las miserias ajenas. Discépolo, hombre que parecía rata para que
las ratas se confundieran y lo dejaran en paz. ¿Y si yo lograra parecerme a mi
padre para que me deje en paz? Debería lograr escribir (ya que por esta vía lo
estoy intentando) un texto mimético de la vida para que la vida se confundiera
con él (¿con el texto o con mi padre?), mientras, yo buscaría la luz de mi vela
y le haría casita con las manos. Y después, con la cosa más tranquila, vería
cómo salir de la metáfora.
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