6 de agosto de 2015

Teléfono-Casa.

Hay un capítulo de Lost en que suena un teléfono de los viejos, de los de disco de marcado. Nadie espera la llamada, principalmente por estar en una isla en la que se suponen incomunicados. Ese anacronismo y esa interrupción (más que nada de la realidad), me disparó un pensamiento hermoso y melancólico (¿acaso existe la percepción de la belleza por fuera de la melancolía?).




El ring-ring de ese teléfono abría, en la serie, un espacio en la realidad para decirnos que lo inesperado es ¨La llamada¨ por excelencia. ¿Llamada de quién? Mejor sería preguntarse ¿llamada a qué? La llamada supone una interrogación, ¿para qué se nos llama? Y esa pregunta es la que abre la realidad al Mundo como totalidad: abre la imaginación (le abre un tajo, nadie imagina sin dolor).

El urgido, obviamente, correrá a atender. Nosotros, los que desconfiamos de la urgencia del vivir, nos demoraremos frente a la llamada con precavida desconfianza.  Se nos requiere, ¿vale ese requerimiento más que nuestro viaje imaginativo? Imagino que al teléfono hay una enfermera que llama para decirme con algún enfermizo eufemismo que la enfermedad de mi madre ha vencido. En verdad no lo imagino, lo temo. Y luego de eso llega el dolor que me abre a la imaginación más bella que he tenido. Creo que debo ir a casa de mis padres y revolver los rincones hasta encontrar el viejo teléfono a disco. Creo que debo llevarlo a mi casa y enchufarlo a la línea. Creo, con toda la fuerza que puedo, que es posible que ese teléfono se haya quedado en el tiempo de una manera tan humana que solo se permita recibir llamadas del tiempo en que sirvió. Creo, ahora sí, que si levanto el tubo encontraré a mi madre tan hermosa y llena de vida como cuando me servía el café con leche. Me creo obligado, también, a pensar en E.T, en la llamada a su madre, en la soledad de ser un extraterrestre en un mundo donde la imaginación no es, ni por asomo, la realidad.




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